CULTURA.

 

Hay muchos modos de leer y vínculos con los libros. Pedagógicos, políticos, prescriptivos, entusiastas. En la universidad los listamos como bibliografías y hasta distinguimos entre obligatorias y complementarias. Pero también en las culturas universitarias vive otra pulsión, que recorre las clases, las mesas del bar, el mostrador de la biblioteca, las actividades culturales: la del entusiasmo por la lectura. Aparece cuando un profesor pone ante sus estudiantes el tesoro de lo que ha leído y los deja con ganas de salir a buscar esos libros. Aparece cuando escritoras cuentan su oficio ante sus jóvenes lectores, que se tientan con bucear un poco más. Cuando eso ocurre, lo currricular y lo extracurricular no son más que avenidas de una misma vocación, la de generar ámbitos hospitalarios para las vocaciones y los descubrimientos. Una hospitalidad que en general cultivan los que creen en que el libro y la lectura tienen algo de salvífico o redentor, que nos permite salir de nuestros pequeños mundos para habitar otros.

 

Javier Roldán, estudiante del profesorado de Lengua y Literatura, contando la experiencia de los talleres de escritura llevados adelante en el marco del proyecto “Resonancia conurbana” durante 2017, dice que no imagina su vida sin la literatura y que querían “generar algo desde el disfrute, lo lúdico y el goce”. El proyecto fue encarado por un grupo de estudiantes y de investigadores docentes. Carolina Zunino, una de las impulsoras, cuenta la articulación entre los talleres y las entrevistas a escritores que se hicieron bajo el nombre de Conversaciones en la librería: “entre nuestros objetivos estaba que los estudiantes pudieran comenzar a transitar experiencias que tuvieran que ver con la gestión cultural.”

Alos talleres asistieron personas de distintas edades y barrios, estudiantes de la Universidad y personas que viajaron desde otros lugares de la provincia, abuelos y nietas. Hubo de kamishibai y de crónica, de cuentos y de poesía. Los dictaron escritores consagrados, elegidos por sus obras. El trabajo de curaduría de los talleres, como el de las entrevistas públicas a escritores, exigía una cuidadosa consideración del público, de los asistentes, de los estilos docentes y de los libros.

El taller de poesía fue dictado por Diana Bellessi y varios de sus integrantes leyeron en la última Noche de luna del año, en la terraza del Multiespacio Cultural de la UNGS. La noche era cálida y luminosa. Más de un centenar de personas se congregaron a escuchar primero las lecturas de los escritores del taller y luego a Bellessi, que leyó sus propios poemas inéditos, y a Liliana Herrero, con Pedro Rossi, haciendo preciosas canciones.

Difícil describir la intensidad de lo que ocurrió esa noche. Aceptemos una descripción tramada con jirones de palabras e imágenes sueltas. Los poemas: estelas de la memoria, reconstrucción sensible del lugar de origen, Zavalla que se dice sabaya en la voz de la escritora. Las canciones: temblor en el aire, irrupción combatiente y lírica, la voz pensando el territorio, inventando un curso propio en él.

El encuentro: un diálogo inesperado entre Diana y Liliana, entre poemas y canciones, el roce con el núcleo utópico del arte, el de la redención social. Los asistentes: embelesados, conmovidos, con la secreta aspiración de detener el tiempo para que la noche no termine, sintiéndose a la vez un poco escritores y un poco músicos, pero especialmente sabiéndose alojados en la casa del lenguaje.

El ciclo: recrear el fogón, el placer de escuchar lo que se narra o la lectura, poner la literatura en el plano de la oralidad y de lo colectivo, buscar el contagio y la alegría estética. Noche de luna es el fogón del Multiespacio, la búsqueda de un cuerpo a cuerpo que reviva los escritos, que los haga circular como cotilleo, rumor, oratoria, retórica, dramatización. Esa noche, cuando jóvenes escritores, una de las grandes poetas argentinas, una cantante extraordinaria y un guitarrista preciso se reunieron, hicieron algo muy profundo. Nos hicieron sentir que el modo de navegar situaciones dramáticas de un país puede ser fervoroso e imaginativo y que la intemperie no lo es tanto si estamos atentos a la fuerza de nuestras posesiones culturales.

 

Luciana Espila