PESADORES LATINOAMERICANOS.

Breves e intensas fueron las vidas del peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) y del argentino Aníbal Ponce (1898-1938), cuyas obras –a pesar de eso extraordinarias– son consideradas en los textos que aquí se reproducen. Gabriela Diker y María Pía López iniciaron con sus conferencias el ciclo sobre “Pensadores políticos latinoamericanos” que coorganizan las Licenciaturas en Economía Política y en Estudios Políticos de la Universidad, y en el curso del cual podrán escucharse, hasta fin de año, diferentes intervenciones sobre los pensamientos de autores como Agustín Cueva, René Zavaleta Mercado y José Aricó.

A las consabidas dificultades para establecer, entre todo lo producido por un individuo, qué forma parte de su “obra”, se añaden, en el caso de Aníbal Ponce, las dificultades propias de una producción particularmente dispersa y heterogénea. Compuesta de artículos, conferencias, libros, cartas, cursos, manifiestos y discursos políticos pronunciados en muy diversas tribunas, publicada en infinidad de revistas políticas, filosóficas o de crítica literaria, firmada a veces con su nombre y otras bajo distintos seudónimos, centrada en temas y marcos disciplinares muy diversos, la obra de Aníbal Ponce no resiste definiciones ni clasificaciones simples. Una mirada rápida por los cuatro tomos que componen sus Obras completas, resultado del descomunal trabajo realizado por Héctor Agosti en los años setenta, muestra, sin embargo, que la principal complejidad para definir los contornos de la obra de Ponce radica en la sinuosidad de su trayectoria intelectual.

Influido por las lecturas juveniles de Taine, Renan y Zola, sus primeros ensayos biográfico-literarios compilados en La vejez de Sarmiento (1927) muestran al Ponce más clásicamente liberal, que ve en la generación de intelectuales porteños del ochenta a una clase “naturalmente” dirigente. A una distancia abismal del Ponce que, al decir de Woscoboinik, “el Che Guevara llevaba en su mochila”, asumía, sin ambigüedades, la oposición sarmientina civilización o barbarie. El giro de su pensamiento comienza a partir de su encuentro, en 1920, con Ingenieros, quien no solo va a influir en la impronta cientificista con que aborda sus investigaciones psicológicas, sino sobre todo en el reconocimiento de la centralidad de los factores económicos en el devenir histórico-político y la crítica antiimperialista al panamericanismo. Junto a su maestro crea la revista Renovación y participa de la fundación de la Unión Latinoamericana (al mismo tiempo que comparte con él la dirección de la Revista de Filosofía), iniciando su giro latinoamericanista y, como señala Terán, su desplazamiento del liberalismo más clásico hacia una postura socialista. En 1930, convencido de que los intelectuales están llamados a ocupar la arena política en la Argentina convulsionada y dividida por el golpe de Estado, funda lo que será la base institucional más importante de su etapa de profundización del marxismo: el Colegio Libre de Estudios Superiores. Se suceden a partir de allí las seis conferencias que constituirán prácticamente el programa intelectual y político del CLES y que se publican bajo el título El viento en el mundo. En ellas se presenta ya decididamente como un intelectual asociado a la revolución y emprende una revisión de los supuestos liberales de su pensamiento a la luz de los postulados del marxismo. Aquí ya está el Ponce que puede escribir sus dos obras fundamentales, que no casualmente resultan de sendos cursos dictados en el CLES: Educación y lucha de clases (1934) y Humanismo burgués y humanismo proletario (1935). Celebratorio del hombre nuevo, este último curso, dictado luego de su viaje a la Unión Soviética, constituye al fin una suerte de teoría política y cultural que sostendrá que el Estado proletario y la propiedad común crean las condiciones y la necesidad para la expansión universal de la cultura. En tal sentido, socialismo y educación, dirá Ponce, son inseparables.

A partir del 35 se abre definitivamente su etapa de intelectual de acción. Funda la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores y la revista Dialéctica, desde donde sostendrá la necesidad de unión de todos los intelectuales para defender la cultura nacional contra la amenaza fascista. La respuesta no tarda en llegar. En 1936 Justo dispone su exoneración de la cátedra de Psicología en el Instituto del Profesorado por su “actuación ideológica” y del Hospicio de las Mercedes. Se exilia en México ese mismo año y es recién allí, en el México de Cárdenas, de los ambientes intelectuales de izquierda y de los movimientos indigenistas, que Ponce reconoce y comienza la revisión de la persistencia de sus prejuicios raciales juveniles. Al respecto, será su amigo Marinello más piadoso que él mismo: “Los errores de Ponce, hijos de su origen social, de su formación juvenil y de sus maestros más cercanos, pueden combatirse con sus armas y vencerse en su misma jurisdicción”. A los 40 años muere en México a causa de un accidente automovilístico que interrumpe un giro más de un pensamiento comprometido y sinuoso, justo cuando su diálogo con la obra de Mariátegui recién había comenzado.

 

Gabriela Diker.
Rectora de la UNGS