ENTREVISTA A ALEJANDRO GRIMSON.

En abril se desarrollarán en el campus de la Universidad, bajo el tema “Reconfiguración de las desigualdades en la Argentina actual: procesos, escalas y dimensiones”, las VIII Jornadas de Sociología de la UNGS. En el panel de cierre, que tendrá lugar el jueves 30, participará, entre otros, el antropólogo Alejandro Grimson (CONICET-UNSAM), quien en esta conversación con Noticias UNGS expone su perspectiva sobre el abordaje de las desigualdades sociales.

–¿Cuáles son los grandes ejes que permiten comprender el modo en que las desigualdades sociales se configuran hoy en la Argentina, y hasta qué punto esa configuración se distingue de la de otros países latinoamericanos?

–Durante la primera década del siglo XXI las sociedades latinoamericanas experimentaron un crecimiento económico muy relevante, y en la mayoría de los casos eso estuvo acompañado por una reducción de la tasa de pobreza. Sin embargo, en términos generales la desigualdad no se redujo. Esto puede suceder en modelos neoliberales con relativa estabilidad, como el de Chile, que logran reducir la tasa de pobreza pero no la desigualdad. En los modelos posneoliberales, a veces llamados “populistas” o con vocación redistributiva, sucedieron cosas diferentes, según los años. Pero en general las mejores reducciones de tasas de desigualdad no guardan relación alguna con las proporciones del crecimiento. Desde un amplio abanico de fuerzas, organizaciones e intelectuales críticos del neoliberalismo, se pretendió ampliar el foco. No solo ocuparse de la pobreza, el desempleo o la “exclusión”, sino de las desigualdades estructurales. Redistribuir. Hacer reformas impositivas y mejorar los derechos sociales. Apuntar a cambios más estructurales y menos coyunturales. En ese panorama, hubo distintas opciones y concepciones. Las medidas que se lograron, bastante menores que las que estas corrientes podían imaginar, están basadas en la redistribución económica. Y en la idea de que una distribución más justa genera más igualdad, al menos en el mediano plazo.

–El estudio de las desigualdades sociales suele estar dominado por visiones que se concentran en un aspecto de la desigualdad (en general, los ingresos) en detrimento de otros. Sus trabajos muestran que otros abordajes son posibles, y deseables. ¿Cómo los sintetizaría?

–Mis trabajos han intentado mostrar que hay una autonomía entre los niveles de ingreso y las jerarquías simbólicas. Por lo tanto, un cambio distributivo es necesario, pero no suficiente para generar mayor igualdad. Si no se atiende a lo que Tilly llama las desigualdades categoriales, si no se transforman los modos sociales de percepción y clasificación, por más cambios económicos que haya habrá persistencia de la desigualdad. No de la desigualdad de ingresos, pero sí de la distribución de otros bienes y de otros males: calidad educativa, fracaso escolar de los niños, embarazo adolescente, zona de residencia… La visión economicista parte del supuesto del homo economicus. Mi trabajo de campo encontró casos de trabajadores petroleros, trabajadores de “cuello azul” o migrantes que tenían niveles de ingreso superiores a aquellos que los estigmatizaban y los marginaban de la vida social. Es cierto que hay desigualdades que en cierto contexto histórico están relacionadas con cuestiones de clase: la esclavitud americana utilizaba un criterio racial. Después de la esclavitud, lo negro, la pobreza y la inmoralidad siguieron asociados durante muchos años. Pero hoy en día hay personas consideradas “negras” que tienen niveles de ingreso más altos que blancos racistas. Y eso no reduce, sino que muchas veces incrementa el racismo, último refugio de un patético amor propio.

–¿Cuáles son los grandes desafíos de la sociedad argentina en materia de desigualdades sociales?

–La Argentina tuvo un crecimiento industrial sin desarrollo industrial, logró un fuerte crecimiento del producto sin un cambio de la matriz productiva, avanzó en redistribución sin reforma impositiva. Y así podríamos seguir. Esto implica que los avances logrados son importantes y débiles, en el sentido de que pueden evaporarse por “ajuste por inflación”, porque no se asientan en cambios estructurales o jurídicos más profundos. Y menos aún en cambios culturales arraigados. En una mirada macro, si consideramos todos los elementos analizados por Gabriel Kessler en su libro más reciente, Controversias sobre la desigualdad. Argentina 2003-2013, podemos decir que hubo avances que no deberían menospreciarse, en particular porque su fragilidad implica que puedan no solo detenerse, sino también revertirse. Un debate es cuánto se avanzó en redistribuciones de ingresos y derechos. Otro debate es si esos avances estuvieron atados a coyunturas económicas y políticas o a procesos más profundos. Todo indica que fueron avances coyunturales y que la conflictividad social será uno de los territorios donde la propia sociedad asuma dichas controversias.

Mariana Luzzi
Investigadora del Instituto de Ciencias (UNGS)