HUMOR GRÁFICO.

El lugar del humor gráfico en el mundo de la cultura y la política viene ocupando a los equipos de la UNGS desde hace tiempo, como lo testifican los valiosos libros de la investigadora docente Florencia Levin (Humor político en tiempos de represión y Humor gráfico. Manual de uso para la historia, este último editado por la Universidad) y más recientemente la tesis de licenciatura de Flavia Navalón sobre el humor político durante el conflicto entre el gobierno nacional y las patronales agrarias en 2008. En el marco de una conferencia organizada por la Maestría en Historia Contemporánea de la UNGS, la historiadora Isabella Cosse presentó en el campus de Los Polvorines su Historia social y política de Mafalda (FCE, 2014), cuyos primeros capítulos había podido discutir en su momento con los miembros del equipo de investigación sobre familia, infancia e identidades del Instituto de Ciencias de la Universidad, y conversó con Noticias UNGS.

–¿Por qué un libro sobre Mafalda?
–Me interesaba analizar las potencialidades del humor para abordar lo político y la vida cotidiana, y ese interés me llevó a Mafalda. Mafalda es un ícono argentino. Cobró vida fuera de los cuadros y aún hoy está con nosotros. Confrontaba los mandatos sociales instituidos a mediados de los 60, que presuponían que las niñas eran dulces y domésticas. Expresaba un nuevo modelo femenino que tomaba forma entre las jóvenes que desafiaban esas reglas: el de unas mujeres que buscaban realizarse en lo profesional y no volverse meras amas de casa.

–El libro estudia, entonces, la dimensión social y cultural de la historieta.
–La historieta da cuenta de la representación de una clase heterogénea atravesada por sus diferencias ideológicas y culturales (por los conflictos entre las Mafalda, las Susanita y los Manolito), y esos procesos simbólicos fueron centrales porque dialogaron con la realidad concreta, económica, social y política que experimentaba en aquellos tiempos la sociedad argentina. Ese diálogo resultó muy potente por el modo en que Quino trabaja el humor: exigiendo producir lo risible, haciendo que los lectores completen el sentido y, al hacerlo, produzcan una relación de pertenencia e identidad.

–Mafalda atravesó distintos momentos sociales y abordó temáticas universales.
–Quino dejó de producir nuevas tiras en 1973 (comenzó a publicarlas en 1966) y hasta entonces Mafalda opinaba y reflexionaba sobre la coyuntura política, social y cultural, aunque también sobre temas atemporales y filosóficos que involucran valores más allá de un contexto concreto: la paz, la injusticia, la hipocresía. Es sorprendente observar cómo esas viñetas mantienen su vigencia y han sido resignificadas y reinterpretadas en los años posteriores. Esa cualidad la convirtió en un fenómeno social singular.

–Después de 52 años, ¿una viñeta tiene la capacidad de intervenir la realidad?
–Hace pocas semanas el diario El País de España utilizaba a Mafalda en la tapa para referirse a la campaña electoral. Poco antes, la Defensoría del Pueblo Argentina la usaba como mensaje contra la violencia femenina. Los dos ejemplos nos hablan del poder simbólico y social del personaje, que interviene en la realidad aunque lo haga de un modo diferente a cuando Quino seguía produciendo tiras. Hoy Mafalda opera como un mito contemporáneo, en el que se afirman las cualidades perdurables que deberían legarse a las nuevas generaciones.

–Además de su difusión en América Latina, Mafalda se publicó en Europa y Asia. ¿Cada paísla adaptó a su idiosincrasia?
–Mafalda trascendió fronteras y lo hizo en una compleja intersección entre fenómenos que tenían entidad global (la modernización social o las confrontaciones de los jóvenes y las mujeres) y otros procesos locales y nacionales: la lucha contra el franquismo en España o el exilio en México. En cada país, incluso, fue recibida y leída de modo diferente por diversos grupos sociales.

–¿La lectura puede constituir una acción de resistencia?
–La lectura no tiene un sentido prefijado. Leer ciertos textos –entre ellos Mafalda– fue una manera de resistirse a los sentidos ideológicos de la dictadura. La historieta no fue prohibida en Argentina, pero sus confrontaciones con las autoridades de la familia, la represión y la censura la habían convertido una década antes (con el golpe de Onganía) en un emblema antiautoritario.

Yanina Fuggetta