ARTES PLÁSTICAS.

 

Dentro de las actividades que la UNGS desarrolla para recordar, celebrar y discutir a partir del centenario de la revolución rusa, Martín Legon (Buenos Aires, 1979) inaugura este mes una instalación que lleva por título desplegable Revolución: anonimato, colectividad y paciencia. En esta obra, como en tanto de lo que Legón viene pensando hace ya una década, la relación de las personas con el objeto estético y con el mensaje cifrado que atesora es de devoción. La ira, el candor o el disenso son formas de la devoción. Cualquier conmoción de quien establece ese diálogo raro con las obras de arte es una manera de la devoción. Todo espectador está un poco regalado.

En su última muestra realizada en la galería Barro del barrio de La Boca, llamada Nuevos pensamientos imbéciles, Legon trabajó con una serie de cuestiones que no arman un concepto o un sistema sino que están para “ilustrar” lo caótico de cualquier lógica, lo poco serio del arte sistemático. Queremos decir que es un artista no conceptual. Aunque juega muchísimo con los conceptos logra que el producto de esos juegos no vuelva a ser el concepto originario, ni la suma de conceptos originarios, sino más bien su conversión en un objeto autónomo. Esto es, por lo demás, una crítica al arte general que se mira el ombligo. En esa muestra y en esta que ahora vemos se parte de una idea (allá lo imbécil, acá la revolución) para que proliferen las dudas. Legón rodea las palabras, no las toma, busca en ellas como si fueran una atmósfera y no un territorio.

Esta obra parte de tomarse a la revolución como una idea plástica, es decir, mítica. La revolución es entonces un proceso que fracasa y que a la vez marca o perdura en toda práctica y en todo lenguaje político actual. Es que los legados son una fatalidad y también un espacio desde donde crear. Todo arte genuino parte de un legado, hasta las vanguardias más radicales se posan, discuten, transitan algo que las constituyó y que les permitió distinguirse.

Quien lea esta revista seguramente pueda acercarse hasta la sala y ver la muestra. Propongo hacer un análisis compartido. Digamos que la obra tiene tres segmentos claros: un estanque negro, una serie de cartulinas ordinarias enmarcadas y muchos retratos de pájaros.

El estanque es ya una estampita en la obra de Legon, desde hace años aparecen y se incorporan esos pedazos de negritud que son a la vez lápida, oasis y modelo de lo que significa la oscuridad. Son también un homenaje a un soviético total: el pintor Kazimir Malevich, que fue velado y enterrado en 1935 acompañado por uno de sus cuadrados, su invención más perdurable, amada y cuestionada. Alguna vez la poeta anarquista y comunista amarga a la vez Juana Bignozzi escribió sobre un cuadro de Malevich, que se llama “Caballería roja”, estas palabras:

 

No pinta el cielo sino
de la tierra el alma rosa
no pinta hombres sino caballos
y el sueño del corazón hacia su frontera

sobre cada utopía en retirada
el cielo se abre
para mostrarla a contraluz

 

Por otro lado está el homenaje del homenaje, esas cartulinas así nomás que no dicen nada. Digamos que toda la metáfora del estanque queda plana en esos diez silencios negros. La parte más estructurada por la cultura política de izquierdas del siglo pasado sentida como un duelo y una falta.

Por último hay cien pájaros distintos divididos en dos bandadas de cada lado. Sabemos que Legón defiende y valora la obra poco conocida de la artista cordobesa Leticia Cossettini, que amaba el conocimiento libre cercano a la intemperie y había creado un coro de niños que entonaban el canto de los pájaros que andaban por su barrio. Es un sentimiento didáctico muy parecido al de Ezequiel Martínez Estrada, quien también amaba los pájaros como metáfora de libertad, lirismo y nomadismo. De hecho alguna vez recordó la diferencia entre los insectos y las aves. Los primeros representaban el infierno y los segundos el edén.

Estas tres partes son esas tres palabras que proliferan tras el término Revolución. Son maneras de establecer que los emblemas de un proceso colectivo están estructurados por estos tres matices tan diferentes: anonimato, colectividad y paciencia. El duelo, la alegría, la libertad, el homenaje y la acción vital solidaria con los demás no pueden sino estar cargadas de una renuncia que nos vuelve un poco menos dueños de nosotros. No pueden sino estar imantadas por la fiesta de la multitud y no pueden más que regirse por el entusiasmo, que quiere decir estar entre dioses, tener fe, esperar.
Podemos pararnos entonces frente a lo que Martín Legón dona a nuestros sentimientos y no pensar la revolución, sino ser afectados por ella. Los alcances de ese trance pueden repercutir para siempre en cada uno de nosotros.

Juan Laxagueborde

 

La muestra Revolución: anonimato, colectividad y paciencia se exhibirá en septiembre en el Multiespacio Cultural de la UNGS (Suárez y Gutiérrez, Los Polvorines).