ANTIVIRALES: PALABRAS SIN CUARENTENA. Por Mariano J. Requena.

 

La convocatoria “Antivirales: palabras sin cuarentena”, lanzada por la Secretaria de Cultura de la Universidad, fue el estímulo para que casi 90 escritores y escritoras se detuvieran a pensar y poner palabras (en las dos categorías de “Ensayos” y “Microrrelatos y microensayos”) a las vivencias de estos días y a las perspectivas hacia el futuro. En la anterior renovación de materiales de esta edición especial de Noticias UNGS dimos a conocer dos de los escritos seleccionados por el jurado del concurso, que estuvo integrado por Mónica Alabart, Natalia González, Juan Rearte, Laura Reboratti y Eduardo Rinesi. En esta nueva actualización de nuestra publicación presentamos a los lectores y las lectoras otros cuatro escritos. El que aquí sigue es un ensayo de Mariano Requena, investigador docente del área de “Historia” del Instituto de Ciencias de la Universidad.

 

 

Pandemia y populismo: la democracia y sus pestes

Mariano J. Requena

Puede pensarse que las circunstancias actuales parecen tener cierta novedad. La extensión rápida y generalizada de un virus parece haber puesto al mundo ante una situación de “excepción”. En muchos de los discursos se nos plantea incluso como una “guerra”. En todo caso, efectivamente nos encontramos frente a un momento que exige un cuidado y un esfuerzo mancomunado para la –no tan sencilla– tarea de que una enfermedad no se propague lo suficiente como para agotar los sistemas hospitalarios, en la medida en que todavía no hay tratamiento efectivo ni vacuna profiláctica. No es la primera situación de estas características –y seguramente tampoco la última– puesto que sólo en el pasado reciente otras epidemias se han suscitado. De todos modos el objetivo de este escrito no es discutir o reflexionar sobre cuestiones médicas, sino sobre las supuestas consecuencias para nuestras sociedades que, no sin cierto anacronismo, denominamos democráticas. Frente a la pandemia y las medidas tomadas por distintos gobiernos, el aislamiento y la cuarentena han desatado una ola de críticas que, además de señalar lo draconiano del método, han puesto sus gritos en el cielo respecto a las libertades individuales, las prioridades que debería tener la agenda gubernamental y el peligro que implicaría para las democracias (sobre todo del llamado “mundo occidental”) su transformación en formas autoritarias o populistas. Un coro de gobernantes, comunicadores, economistas, filósofos nos alertan de las peligrosas implicancias que para la economía, la libertad y el progreso tendrían las medidas adoptadas, con el denominador común de que se pone como principio la defensa de un individualismo absoluto y la “libertad de mercado” como resguardo frente al carácter tiránico y “socializante” del Estado. Sólo por poner ejemplos de conocimiento público, los presidentes Trump y Bolsonaro (no haremos leña del árbol caído con el primer ministro inglés Boris Johnson) se han despachado sistemáticamente contra todas aquellas medidas que puedan proteger a la población, convirtiendo a sus respectivos países en pioneros del podio en mortalidad producida por el COVID19, incluyendo declaraciones totalmente demenciales. Sin ubicarlo en el mismo espacio político, el filósofo Giorgo Agamben planteó que las medidas gubernamentales significaban la confirmación de un nuevo totalitarismo en su artículo El temor a contagiarse de otros, como otra forma de restringir libertades, por lo que fue rápidamente criticado 1. En el marco nacional, el ex presidente Macri ha señalado que el peor de los virus era el populismo y ha firmado una solicitada de la fundación FIL bajo el título Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo 2. Los comunicadores más afines a su gobierno siguen insistiendo en una falsa dicotomía entre economía y salud pública, además de amedrentar a la población sobre los riesgos republicanos que se corren. Y algunos de sus partidarios han incitado a cuestionar las medidas tomadas por el gobierno actual mediante cacerolazos en balcones o trending topics en Twitter y otras redes. Tales cuestionamientos suponen una polaridad absoluta entre individuo y sociedad o economía y política, siendo el elemento que los unifica su crítica al populismo, sobre todo si con esta noción se busca señalar cierta distribución equitativa de las ganancias que se apropian las elites o clases dominantes.

A partir de lo señalado, y teniendo presente este miedo al populismo, quisiéramos tratar este cruce entre guerra, peste y democracia, habida cuenta de que lo que se pone en juego es la relación entre las supuestas garantías de un establishment que ve en un gobierno que, por el hecho de adoptar una postura popular, parece poner automáticamente en riesgo sus intereses. Puesto que la historia tiene como discurso específico el –aunque no necesariamente– desafortunado origen de ubicarse en el campo de la guerra y la democracia 3, apelaremos a la peste que sufrió Atenas entre el 430-428 a.C. para dar cuenta de esta compleja trama; dejaremos al lector, no obstante, sacar las conclusiones que crea más conveniente 4.

 

Guerra, democracia y peste

Nos remontamos a los inicios del siglo V a.C.. La liga panhelénica, conocida como Liga del Peloponeso, había logrado la derrota de la invasión persa. Esparta, más afecta al statu quo, consideraba que, expulsado el enemigo bárbaro, no había necesidad de continuar con la lucha. Atenas conformará una nueva liga con la intención inicial de liberar a las ciudades jónicas de Asia Menor que todavía seguían bajo el yugo persa. Durante los próximos cincuenta años, Atenas se hará del dominio de la Liga y del mar, a través de la construcción de su flota financiada en parte por el tributo que aportaban los demás miembros. Esto le permitirá costear no sólo su esfuerzo bélico sino también parte de sus gastos internos.

Una serie de reformas políticas permitirán una mayor presencia popular en las instituciones de gobierno como la asamblea y los tribunales. Al igual que la mayoría de las ciudades griegas, el manejo de los asuntos políticos supondrá una organización colegiada y plebiscitaria, aunque las magistraturas y liderazgos quedarán en manos de la elite. Para mediados del siglo V, Pericles se convertirá en el principal dirigente democrático, sin una oposición definida. Tucídides (2.65.9) dirá que era “de nombre una democracia, pero, en realidad, un gobierno de su primer ciudadano”, que Plutarco interpretará como un régimen de tipo aristocrático, demagógico, monárquico y tiránico (Pericles, 3, 9.1-3, 11.1-3, 12.2, 15.1, 39.4). Sin embargo, más allá de las magistraturas se encontraban las instituciones colegiadas de la ciudad, a partir de las cuales se establecían las decisiones, donde la soberanía recaía en la participación del pueblo (dêmos), que en Atenas no suponía ninguna restricción de riqueza o estatus más que la condición de ser ciudadano. Y este es un aspecto a tener en cuenta, sobre todo para pensar el rol de los dirigentes, puesto que la democracia delimitará esta participación popular como anclaje de su propia organización. En efecto, para la misma época, hace su aparición el término demokratía cuyo origen parece remitir a un sentido faccioso. La combinación del sustantivo dêmos junto al verbo krateîn establecerá una síntesis entre una concepción clasista del pueblo (como una multitud de pobres y trabajadores), por una parte, y un poder que se impondrá gracias a una victoria por la fuerza, por otra 5. De modo que demokratía se presentará como una noción vinculada a ese dominio del poder político por parte de la multitud, que para ciertos grupos aristocráticos (y políticamente oligárquicos) no son más que una plebe vulgar, que definen por la negativa a aquellos que carecerían de las cualidades que se atribuyen a sí mismos. Y es que, además de participar en la asamblea, son también los que reman los barcos de la armada ateniense y se benefician de la asistencia pública, ya sea en dinero o a través de otros procedimientos distributivos. Tal vez la mejor expresión de este poder plebeyo la encontremos en un autor anónimo, y al que la crítica especializada le inventó el nombre de Viejo Oligarca, para quien la democracia suponía que los pobres y el pueblo tenían más poder que los nobles y los ricos, de modo que el dêmos podía ser libre y gobernar (La República de los Atenienses, 1.2; 1.8, cf. Platón, República, 557a; Aristóteles, Política, 1279b, 17-19). Pericles dirá que el régimen se llamaba demokratía porque “el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría” (2.37.1) 6. En cualquier caso, lo que debe quedar claro es que la democracia ateniense consistía en un gobierno de participación directa en la que los líderes, por mucho origen aristocrático que tuviesen, debían de someterse a la voluntad popular, última ratio de las decisiones de la ciudad, aunque económicamente esto no supusiera ningún desmedro ni privaciones en las riquezas de la elite 7.

Pero regresemos a los acontecimientos después de este breve excurso sobre la democracia. El poderío marítimo ateniense despierta los recelos espartanos y la guerra estalla en el 431 (1.88.1) 8. En el segundo año de la guerra se desarrollará la peste que asolará a Atenas 9 y que le costará la vida al propio Pericles. En la narración tucidídea el corte es abrupto ya que tras desarrollar el esplendor ateniense se inicia una crisis de gran envergadura que pone a la ciudad en caos. La peste viene del Oriente, iniciándose aparentemente en Etiopía, para extenderse por Egipto, Libia y al resto del territorio persa, hasta llegar repentinamente a Atenas, desplegándose primero en el puerto ateniense para luego esparcirse por el resto de la ciudad (2.48.1). Importa notar que la velocidad del contagio fue, en parte, producto de la propia estrategia belicista de Pericles, ya que este había ordenado la evacuación de la población rural del Ática y su refugio dentro de los muros de la ciudad 10. De modo que la sobrepoblación urbana habría jugado su rol en la dispersión de la enfermedad (2.52.1-2; 54.1; cf. Plutarco, Pericles, 34.5; Diodoro Sículo, 12.45.2). Los lamentos del campesinado serán mencionados por Tucídides (2.16; 52.1-2), así como otras fuentes (cf. Aristófanes, Acarnienses, 32-39, 71-72; Caballeros, 791-819; Paz, 632-640), y utilizados por las facciones oligárquicas, apelando a esta “clase media” de labradores propietarios, para atacar la política democrática y lograr la paz con Esparta (Viejo Oligarca, La República de los Atenienses, 2.14).

La descripción tucidídea de la peste, que él mismo sufrirá (2.48.3), da cuenta de los síntomas, los episodios de anomia social y sus consecuencias psicológicas en la población, apelando de manera conjunta a un discurso “científico” (de corte hipocrático) y a una narrativa dramática de los acontecimientos 11. No entraremos en la descripción de los síntomas pero sí nos interesan los demás aspectos, aunque es importante retener que la enfermedad afectaba tanto a humanos como animales, por lo que tendría un componente epizoótico (2.50) 12. También quisiéramos resaltar que los términos utilizados para referirse a la “enfermedad”, “peste” o “plaga” son nósos y loimós, mientras que no aparecen vocablos como “epidemia”, ni “pandemia”, términos que por entonces carecían de un sentido médico 13. Incluso se desconocía la propia idea de “contagio” puesto que la creencia generalizada de la época implicaba que la enfermedad se trasmitía a través de un ambiente contaminado (míasma) como producto de una venganza divina 14.

Pues bien, como señalamos, la situación presenta un cuadro caótico: los médicos desconocen la enfermedad, carecen de tratamiento específico y caerán ellos mismos enfermos por el contacto con los infectados (2.47.4, 51.2); algunos se tiran a los pozos por la sed que les provoca la enfermedad (2.49.5, 52.2); cadáveres apiñados en templos o en las calles (2.52.2-3); familiares y amigos se contagian entre sí tratando de ayudarse mutuamente y otros mueren abandonados (2.51.5); algunos aprovechan las circunstancias para apropiarse de los bienes de los fallecidos (2.53.1); otros –pensando que nada peor puede ocurrir– se comportan de manera indecorosa y hedonista, se pierde el respeto por la ley y se olvidan del culto apropiado a las divinidades (2.52.2, 53.2-4); se abandonan las prácticas funerarias tradicionales y los cadáveres se creman de a montones, e incluso hay quienes aprovechan las piras ajenas para quemar a sus muertos (2.54.4); surgen teorías conspirativas, como la de acusar a los espartanos de haberles contaminado el agua como parte de su estrategia militar (2.48.2). Frente a este cuadro, se introduce una “disputa entre los hombres” (éris toîs anthrópois) puesto que algunos afirmarán que el oráculo había vaticinado tal realidad: “vendrá una guerra doria y una peste (loimós) junto con ella”. Tucídides señala que el presagio refería al “hambre” (limós), más que a la peste, a partir de lo cual se sirve para reflexionar cómo la memoria se altera según las circunstancias (2.54.2-3). Así entre loimós y limós hay una crítica velada a la racionalidad popular en la medida en que tales procedimientos se olvidan de la verdad, dando lugar a la idea de que la masa cree lo que le conviene. Pero también la presencia de éris señala la “discordia” que, según la tradición mítica, era hija de la mortífera Noche, y que parió a Olvido, Hambre, Lucha, Asesinato y Masacre de hombres, entre otros (Hesíodo, Teogonía, 225-230). Y conviene recordar que la ciudad no sólo estaba en guerra contra un enemigo extranjero, sino que sufría una plaga que tensionaba tanto los vínculos entre los ciudadanos, como los liderazgos políticos, convirtiendo la situación en un conflicto político (stásis) 15. Lo que nos conduce finalmente a los reproches contra Pericles y su último discurso. En efecto, mientras continuaba la enfermedad y los espartanos seguían asolando los campos, los atenienses habían cambiado de opinión y acusaban a Pericles de ser la causa de sus desgracias. Incluso anhelaban la paz, por lo que enviaron embajadores con los lacedemonios, sin éxito (2.59.1-2). Frente a esta situación Pericles convocará a una asamblea, de la que nos gustaría destacar el comienzo de su discurso:

 

“Tengo para mí…que una ciudad que progrese colectivamente resulta más útil a los particulares que otra que tenga prosperidad en cada uno de sus ciudadanos, pero que sea la ruina de todos (hathróan dè sphalloménen). Porque un hombre cuyos asuntos particulares van bien, si su patria es destruida, él igualmente se va a la ruina con ella, mientras que aquel que es desafortunado en una ciudad afortunada se salva más fácilmente…¿cómo no va a ser misión de todos defenderla y no hacer lo que vosotros ahora? Abatidos por las desventuras de vuestras casas, os despreocupáis de la salvación de la comunidad” (2.60.1-5)

 

En lo inmediato, Pericles recibió una multa y fue destituido como general (cf. Plutarco, Pericles, 35.4; Diodoro Sículo, 12.45.4). Sin embargo, Tucídides señalará que “no mucho después, como suele hacer la masa, lo eligieron de nuevo estratego y le confiaron la dirección de los asuntos públicos” (2.65.4). Pero la cuestión radica en las prioridades que declama Pericles respecto a la gravedad de la situación. Según ciertos comentaristas del pasaje, nos encontramos ante un discurso “totalitario” que subordina todo principio individual al interés colectivo 16. Por nuestra parte creemos que tal interpretación puede ser cuestionable. Pericles habla en un contexto de máximo estrés, en el cual no sólo la ciudad está siendo asediada, sino que la peste está causando estragos, a lo que se suma la crítica a su liderazgo y una oposición que intenta hacer las paces con el enemigo solo por una conveniencia facciosa y egoísta. Lo que Pericles propone es que en dicho contexto debe privilegiarse la comunidad, porque sólo en ella pueden progresar los individuos cualquiera sea su condición. No se trataría de que lo privado no tendría lugar, sino que, en un punto crítico, ciertos intereses deben dejarse de lado para que el conjunto pueda beneficiarse y no sólo unos pocos. Tal es a nuestro juicio la exhortación de Pericles. El hecho de que el líder ateniense haya perdido la asamblea, recibido una multa y fuera destituido muestra que su dominio de la situación no era absoluto y que dependía de su capacidad para convencer a la multitud. Asimismo, que luego lo hayan restituido solo demuestra que la “opinión pública” podía modificarse según su comprensión de la situación. Pero lo destacable se encuentra en las prioridades que demanda y en la certeza de que la prosperidad individual sólo puede realizarse en relación al esfuerzo del conjunto.

 

Conclusiones para un debate

Pues bien, llegamos al final de nuestro recorrido y conviene retomar el problema desde su inicio. En la actualidad, frente a las dificultades que trae la pandemia que nos aqueja, parece incardinarse un discurso que bajo la fachada de pluralismo, república, libertad individual y “libre mercado” nos interpela frente al interés comunitario como si fuera un peligro que debemos evitar puesto que el autoritarismo y, peor aún, el populismo serían sus consecuencias naturales. El ejemplo que hemos tratado de señalar tiene varios puntos en común, puntos que son anudados por la simple comparación pero sobre los que cabe mantener cierta distancia. Atenas se encontraba en guerra, así como hoy se nos habla de guerra contra el covid-19; la población se encontraba guarecida en la ciudad, así como hoy la cuarentena o el aislamiento obligatorio se nos impone como una necesidad; una enfermedad venida del Oriente nos conduce a situaciones de pánico o de cuidado según sea la respuesta gubernamental e individual, de la misma manera que hoy la expansión del virus sigue la misma dirección; surgen teorías conspirativas acerca de una creación de laboratorio sobre el covid-19 con intencionalidades espurias, al igual que los atenienses acusaban a los espartanos de haber provocado la enfermedad; muertos abandonados, tumbas comunes, médicos que se infectan, igual que en el ejemplo ateniense; una enfermedad desconocida y sin tratamiento, al igual que en Atenas; una infección que afecta a humanos y animales por igual; conductas hedonistas que incumplen con las leyes y dispositivos dispuestos por las autoridades, igual que aquellos atenienses –que con mejor razón– se libraban a los últimos goces que tal vez podrían obtener en vida; aprovechadores de todo tipo que lucran con la situación de desdicha; y podríamos seguir con los paralelismos. Pero el más importante sigue siendo el siguiente: lo individual contra lo colectivo, como si fuera posible para alguien beneficiarse sólo a costa del resto de la mayoría y como si invertir la relación supusiera una afrenta a las libertades individuales y no la garantía para dichas libertades. Se presenta al populismo como un fantasma maximalista y socializante que busca expropiar a todos para asumir poderes plenipotenciarios y paternalistas, como si la democracia no exigiera que aquello que es garante de su soberanía –el pueblo– debiera incluir y preocuparse por las multitudes que no gozan de los beneficios de la propiedad y que son en gran medida los creadores de las riquezas que empresarios, burgueses o capitalistas acumulan de manera ilimitada e irrestricta, cuando no, también, de forma ilegal. Peor aún, ante la pandemia y la muerte nos imponen como una dicotomía absoluta la necesidad de elegir entre economía o salud. Hambre o Peste (podríamos decir, parafraseando el oráculo griego) y acusan de tiranía a aquellos gobiernos (que más allá de su color ideológico, que los hay de todo) intentan privilegiar el bienestar colectivo, utilizando los recursos del Estado, para garantizarlo de la mejor forma posible. Por consiguiente, y para concluir, la peste no radica en el “peligro” populista que se asume de antemano como un síntoma de autoritarismo latente. La verdadera enfermedad –más allá de la biología– sigue siendo que se privilegie a una minoría (sus riquezas y poder) por sobre las condiciones de vida del resto de la humanidad.

 

  • Quiero agradecer a la Dra. Analía Sapere y al Dr. Julián Gallego por sus lecturas, comentarios y correcciones, que me ayudaron en la confección de este texto.

 

  1. Cf. Quodlibet.it, 26/2/2020, en Sopa de Wuhan, 2020, ASPO, una compilación que reúne sus artículos así como las respuestas suscitadas y otros posicionamientos, sobre los que no discutiremos.
  2. Cf.https://www.pagina12.com.ar/250987-macri-el-populismo-es-mas-peligroso-que-el-coronavirus; https://fundacionfil.org/wp-content/uploads/2020/04/FIL-Manifiesto-MVLL.pdf [Consultados: 27/4/2020]

  3. Sobre el origen de la historia como discurso asociado a la guerra y la política, puesto que la bibliografía es inmensa, remitimos al lector a los trabajos de Gallego, J., La democracia en tiempos de tragedia, Miño y Dávila, Bs. As., 2003, 241-71; Sierra Martín, C. Tucídides Arkhaiologikós, Pórtico, España, 2017, 1-11.

  4. De aquí en adelante seguiremos la traducción de Juan José Torres Esbarranch, Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Gredos, Barcelona, 4 vols., 2006. Todas las referencias entre paréntesis cuyo autor y/o obra no esté indicado pertenecen a Tucídides.

  5. Así por ejemplo dêmos se asocia de manera despectiva con multitud (plêthos), muchos (polloí), inferiores (kheírones), trabajadores o pobres (poneroí, áporoi), vulgo, populacho o turba (ókhlos). Cf. Finley, M., El nacimiento de la política, Barcelona, 1986, 12; Loraux, N., La guerra civil en Atenas, Madrid, 2008, 212-213.

  6. Sin embargo, Loraux, N., La invención de Atenas. Historia de la oración fúnebre en la “Ciudad Clásica”, Madrid, 2012, 187 y ss., no dejará de advertirnos que la expresión “es pleíonas oikeîn” no tiene por qué interpretarse como que el gobierno “depende de la mayoría” sino que se gobierna “en interés de la mayoría”. Distinción semántica que le da al discurso un carácter más aristocrático que popular. Aunque recordemos que el lenguaje, en sentido estricto, es aportado por Tucídides puesto que como él mismo menciona: “En cuanto a los discursos que pronunciaron…era difícil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas, tanto por mí mismo en los casos en que los había escuchado como para mis comunicantes a partir de otras fuentes. Tal como me parecía que cada orador habría hablado, con las palabras más adecuadas a las circunstancias del momento, ciñéndome lo más posible a la idea global de las palabras verdaderamente pronunciadas, en este sentido están redactados los discursos en mi obra.” (1.22.1). De modo que nos inimaginable que el lenguaje sea más bien atribuido, aún cuando se hubiera buscado la mayor exactitud posible, más si se tiene en cuenta de que no hablamos de un autor que haya sido un partidario de la democracia, cf. Ober, J., Political dissent in democratic Athens: intellectual critics of popular rule. Princeton, 1997, 52-121. Sin embargo pueden tomarse en cuenta las conclusiones, que no necesariamente niegan la afirmación precedente, de Sancho Rocher, L., “Tucídides y la democracia”, en Tucídides y el poder de la historia, Sevilla, 2019, 119, según la cual “no hay evidencia de que Tucídides sea un enemigo del dêmos y de la democracia, tanto como no hay evidencia de que sea un ferviente demócrata”.

  7. Pese a que el Viejo Oligarca hablará de expropiaciones, destierro y muertes generalizadas a los ricos al final se desdecirá de tales afirmaciones reconociendo que, durante la democracia, en todo caso habían sido realmente pocos (La República de los Atenienses, 1.15, 3.12). No podrá decirse lo mismo de los oligarcas, quienes si se caracterizaron por expropiaciones y asesinatos en masa, cuando tomaron el poder en el 411 (7.65-70) y, especialmente, en el 404, donde habrían asesinado a 1.500 individuos y exiliado a más de 5.000 (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 35.3-4; Jenofonte, Helénicas, 2.3.11-22; Isócrates, Areopagítico, 67; Contra Loquites, 11). Todo un dato si se tiene en cuenta que Aristóteles utiliza el verbo anairéo que posee la doble connotación de “desaparecer” y “asesinar” (cf. s. v. anairéo, Liddell, H.G. & Scott, R., op. cit.), que para nosotros adquiere claramente otro significado no menos trágico ni doloroso.

  8. Tradicionalmente se le ha dado la razón a Tucídides, sin embargo algunos autores han planteado que el origen de las hostilidades correspondía a un programa de agresión espartana contra Atenas, mucho más calculado de lo que se pensaba, cf. Torres Esbarranch, op. cit., vol. 1, 155, n. 475 con la bibliografía correspondiente.

  9. Respecto de la peste y su tratamiento en Tucídides, seguimos el excelente análisis de Melone, J. M., “Acerca del método historiográfico de Tucídides: El episodio de la peste (“Hist”, 2. 47-54)”, Quaderni Urbinati di Cultura Classica, 2014, 105-124.

  10. Dado que el poderío ateniense se basaba en su armada naval, mientras que Esparta se caracterizaba por su disciplinado ejército de infantería, Atenas podía abastecerse de las ciudades aliadas a través de sus puertos, dejando sus campos librados al ataque espartano sin entrar en combate directo (2.13-14).

  11. Cf. Melone, op. cit. Es más que interesante la postura del autor puesto que la conjunción de estos dos tipos de discursos en la obra de Tucídides son los que le permite cuestionar aquella idea Aristotélica de que la historia como discurso carecería de alcance universal y por consiguiente de cientificidad.

  12. En cuanto a la sintomatología se detallan: dolor de cabeza, enrojecimiento e inflamación de los ojos, respiración irregular, estornudos, ronqueras, tos violenta, vómitos, espasmos, diarrea, exantemas, ampollas, úlceras, sed, insomnio, afectación de las extremidades y genitales, amnesia. Se han postulado distintas posibles enfermedades: viruela, sarampión, tifus, peste bubónica, ergotismo, gripe, fiebre tifoidea. escarlatina. Asimismo, puesto que también afectaba a los animales se han postulado: rabia, ántrax, fiebre de Malta, leptospirosis, taularemia. En todo caso, no hay forma de saber cual fue la enfermedad o conjunto de enfermedades que pudieron ocasionar la peste en Atenas, ya sea porque Tucídides pudo haber dado cuenta de síntomas que no eran relevantes, obviando otros que sí, ya sea porque una misma enfermedad puede variar su cuadro sintomático con el tiempo, etc., cf. Torres Esbarranch, op. cit., vol. 1, Apéndice, 457-64. Cf. Melone, op. cit., para el tratamiento léxico de tales afectaciones y p. 109, n. 2 para una actualización bibliográfica de la discusión médica.

  13. En la versión al español que seguimos aparece en varios pasajes “epidemia” como traducción de nósos pero esto corresponde a una libertad del traductor. El término epidemía, que ya se registra en el corpus Hipocrático pero que no aparece en Tucídides, tenía el sentido original de “visita”, “llegada a un lugar o pueblo” y que implicará con posterioridad las visitas que harán los médicos a las casas o poblados de gente enferma, para finalmente señalar una enfermedad cualquiera localizada en un lugar, cf. Pino Campos, L. M. y Hernández González, J., «Los conceptos de peste y epidemia: semántica y lexicografía.», Revista de Filología, 2008, 191-204. Por otra parte, pandemía, que en Tucídides aparece en numerosos pasajes en su forma adverbial pandemeí tiene como significado “todo el pueblo” o “perteneciente a todo el pueblo”, y aparece asociado a distintas acciones que supone su movilización o afectación pero sin sentido clínico alguno, cf. s. v. pandemeí, pandemía, pándemos, Liddell, H.G. & Scott, R., op. cit. Posiblemente sea su recepción posterior, a través de Galeno en época romana y a partir del renacimiento cuando comiencen a tener el sentido que nosotros le atribuimos, cf. van der Eijk, P. “Exegesis, Explanation and Epistemology in Galen’s Commentaries on Epidemics, Books One and Two”, en Pormann, P. E. (ed.), Epidemics in Context. Greek Commentaries on Hippocrates in the Arabic Tradition, Germany, 2012, 25-48; Morens, D. M. et al., “What Is a Pandemic?”, The Journal of Infectious Diseases, 200, 2009: 1018.

  14. Melone, op. cit., 112-113.

  15. Acerca de la stásis como el conflicto que habita a toda comunidad política, cf. Loraux, N., La ciudad dividida. El olvido en la memoria de Atenas¸ Madrid, 2008. Para el vínculo entre Hesíodo, Eris y stásis en su Teogonía, p. 41; sobre éris en general, p.87-9 y sobre loimós como un símil de la stásis, p. 63.

  16. Cf. Hornblower, S., A commentary on Thucydides, vol. I, Oxford, 2003, 332-3.

 

 

14/07/20