POR GERMÁN PINAZO.

 

Hace algunas semanas, cuando se estaban por discutir en el Congreso Nacional (CN) los detalles de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, escribíamos una nota para el portal de Noticias UNGS donde intentábamos hacer un breve balance provisorio de las negociaciones que se estaban llevando a cabo (leer nota aquí).  Allí mostrábamos básicamente algunas de las trampas que se esconden detrás del argumento según el cual “es este acuerdo o el apocalipsis”, y señalábamos que, pese a que efectivamente se trata de un acuerdo que no contemplaba (y alertábamos que “al menos no ahora ni explícitamente”) los ajustes estructurales habitualmente reclamados por el FMI (reformas previsionales, laborales, privatizaciones), de lo que se trataba no era ni de los detalles técnicos de lo que se discutía, ni menos aún de pagar o no (porque todo el mundo sabe que Argentina, al menos en los próximos 10 años, no va a pagarle su deuda al FMI ni a los acreedores privados), sino de pensar el modo en que este acuerdo condiciona decisiones de política económica que son claves para la estabilidad de la democracia argentina. En esta nota intentaremos actualizar algunas de esas reflexiones, a la luz de las novedades que se conocieron tras la aprobación del directorio del FMI.

Empecemos por algo elemental. Recién decíamos que todo el mundo sabe que Argentina no va a pagar su deuda con el FMI. Ahora debemos añadir algo que en nuestra nota anterior estaba solo sugerido: nadie piensa tampoco, ni en el Gobierno Nacional (GN) ni en el FMI (como quedó de manifiesto en el documento que hizo público recientemente el organismo), que el acuerdo que se acaba de firmar se va a cumplir. Entonces, cabe preguntarse, ¿qué es lo que se está discutiendo? En primer lugar, para el GN lo que se discute es la posibilidad de ganar tiempo. En segundo lugar, y en términos más generales, lo que se discute son los límites dentro de los cuales el GN podrá, en el futuro inmediato, hacer política económica.

Esto último, que parece una obviedad, no lo es tanto, y se relaciona con algo que mencionábamos al principio, y que tiene que ver con la trampa argumental sobre la que se vuelve reiteradamente al analizar el acuerdo con el FMI: “es este acuerdo o el apocalipsis”. Efectivamente, y pese a que no existen (como decíamos en la primera nota) experiencias históricas comparables con las cuales cotejar esta afirmación, es altamente probable que una situación de default con el FMI derive en una fortísima crisis cambiaria y política. Ahora bien, siendo que es imposible que Argentina le pague al FMI, sería importante formularse al menos dos preguntas: ¿estamos dispuestos a aceptar cualquier condicionamiento con tal de no enfrentar esa crisis? Es cierto que los condicionamientos inmediatos del acuerdo que se acaba de firmar no parecen ser tan graves. El asunto es, y acá viene la segunda pregunta, ¿qué estamos haciendo para fortalecer nuestra posición mientras “se gana tiempo”?

El punto central, tanto para que la Argentina pueda llevar adelante en mejores condiciones las negociaciones con el FMI como para que enfrente del mejor modo posible una no deseada situación de default, pasa por sus reservas internacionales. Cuantos más dólares tenga el Banco Central, menos vulnerable será la Argentina ante eventuales corridas cambiarias (que se traducirían rápidamente en problemas inflacionarios), y por ende en mejores condiciones está de negociar con los organismos de crédito.

Ahora bien, ¿qué se está haciendo para fortalecer este asunto? No está de más volver a citar al actual Ministro de Economía, Martín Guzmán, en su reunión de enero de 2022 con gobernadores, cuando decía que “los pagos al exterior por deudas financieras en moneda extranjera del sector privado han sido, en estos dos años, el principal factor que explica que el superávit comercial no se tradujera plenamente en aumento de reservas internacionales”. Y acá es donde aparece la trampa de la afirmación “era (o es) este acuerdo o el apocalipsis”. Porque no solo no se ha hecho nada (o se ha hecho poco, poquísimo) en dos años para evitar ese agujero cambiario producido por las deudas financieras, sino que se sigue sin hacer o, directamente, se lo subsidia. En otras palabras, si es verdad que la alternativa es “este acuerdo o el apocalipsis” es en parte porque durante dos años se ha hecho muy poco por llegar en una posición de mayor fortaleza a la negociación.

Para quienes no están muy familiarizados con el tema, hay un stock de deuda externa del sector privado, muy superior a la deuda con el FMI, que viene (al menos) desde diciembre de 2019 “llevándose” los dólares del Banco Central, y que impide que los records en materia comercial que exhibe la economía argentina se traduzcan en aumentos de reservas internacionales. En otras palabras, exportamos “mucho” pero igualmente estamos al borde de una crisis cambiaria porque no tenemos reservas, en gran medida (siguiendo a Guzmán) porque el sector privado usa esos dólares para pagar deudas privadas. Con el agravante, decimos acá, de que el 40% de esas deudas son deudas intra-grupo; es decir, deudas de las empresas consigo mismas en algún otro país, las cuales, por si faltara algo, son subsidiadas por toda la sociedad argentina (o estatizadas) en la medida en que esas empresas (aún hoy) pueden acceder (con su simple declaración jurada) a un dólar a 115 pesos para esos pagos.

Entonces, más allá de volver a poner de manifiesto algunos elementos para analizar la fragilidad con la que se llegó a la actual negociación, la pregunta es ¿en qué se está pensando además de en ganar tiempo? Porque hay que hacer un esfuerzo imaginativo superlativo para suponer (como lo estipula el acuerdo firmado) que, en el actual contexto bélico, con aumento en los precios de los combustibles y los alimentos, con restricciones de oferta, y, en el ámbito local, con fuertes aumentos de tarifas, los precios minoristas de Argentina descenderán en 2022 con respecto a 2021. Y lo mismo podríamos decirse de todas las metas que acordó la Argentina en este febrero/marzo con el FMI. Entonces, ¿cómo vamos a llegar al incumplimiento de lo que ya se firmó? ¿Qué estamos dispuestos y dispuestas a conceder?

Y entonces lo más preocupante es que el acuerdo parece haber obturado la posibilidad de discutir medidas que afecten realmente las fuentes de fragilidad de la economía argentina. El GN parece descansar en que el nuevo préstamo que otorgue el FMI exceda las necesidades de pago de corto plazo y así aumentar las reservas internacionales, sin tocar el problema de fondo de las deudas privadas. No estamos queriendo decir que atacando ese problema se solucionaría todo mágicamente ni mucho menos; pero si es cierto, como señala Guzmán, que ese es el principal escollo a la acumulación de reservas, mejor sería que pensáramos en algo y no en tapar problemas de deuda con más deuda. 

Y en este punto hay varios asuntos interesantes. En el documento de marzo de 2022 donde el FMI comunica que aprueba el acuerdo en cuestión, el organismo no solo señala que los “riesgos del programa son excepcionalmente altos” y que “recalibraciones tempranas seguramente serán necesarias”, sino que ya señala, mucho más adelante, que el gasto público en Argentina está entre los más altos de la región, y que posee un presupuesto “poco flexible”, porque el 40% de su gasto está relacionado con jubilaciones y pensiones. Más abajo señala también que el gasto en jubilaciones y pensiones está “muy por encima del promedio de la OCDE” y que “casi duplica el de sus pares latinoamericanos”. También señala, como segundo componente de ese gasto “poco flexible”, a los salarios de la administración púbica, y afirma que “en muchos casos” (provincias) el empleo público es “alto”.  Ese apartado finaliza diciendo que “futuros esfuerzos serán necesarios para reducir la rigidez del gasto público”. En resumidas cuentas, no hay que ser un gran estratega político para entender que, si bien hoy no hay grandes condicionalidades, la imposibilidad de cumplir las metas actuales del acuerdo y el diagnóstico (el mismo de siempre del FMI) deberían alertarnos sobre posibles reformas futuras.

Entonces acá es donde se vuelve especialmente relevante la pregunta que formuláramos antes: ¿en qué se está pensando además de en ganar tiempo? Es interesante observar que el FMI recomienda, por ejemplo, y en ese mismo documento también, mejorar la progresividad de la recaudación tributaria aumentando la presión sobre los impuestos a la propiedad en Argentina. Paradójicamente (o no), el GN no ha avanzado (aún), por ejemplo, en aumentar las retenciones al trigo y al maíz para evitar que la disparada en los precios internacionales de esos productos se traslade directamente a los precios internos, cuidando, al parecer, una rentabilidad que se elevará a techos históricos producto de la guerra.  Tampoco, como decíamos, se han escuchado o leído medidas para garantizar que los ingresos de las exportaciones derivados de esta situación excepcional se liquiden en el Banco Central, y no terminen perdidos en la canaleta del pago de deudas privadas ficticias, sobrefacturación de importaciones o subdeclaraciones en aduana.

La cuestión, entonces, y en definitiva, no es tanto analizar los detalles del acuerdo con el FMI, que todas las partes saben que no se va a cumplir, sino discutir qué se está haciendo o pensando para superar una situación de extrema fragilidad. El asunto no es fácil, nadie lo duda, y no hay garantías. La única garantía es que si seguimos por este camino las cosas van a terminar muy mal. 

 

 

13/04/22