“No se olviden de nosotras”. Eso repetía Milagro a cada uno de los que la visitamos el 1º de octubre en el penal de mujeres de Alto Comedero. Éramos varios rectores y rectoras de universidades nacionales, que estábamos en Jujuy en ocasión del plenario ordinario del CIN. También el decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, que viajó a entregarle a Milagro la distinción que su Facultad le había otorgado, dirigentes de CONADU y otras autoridades universitarias.
Además de Sala, hay otras tres mujeres de la organización Tupac Amaru detenidas allí. Una de ellas, madre de nueve hijos menores de 15 años, sin siquiera haber sido procesada. Otras están detenidas en comisarías en las que no hay dónde sentarse, ni comida, ni la posibilidad de salir al aire libre. En lo que va del año suman 12 los militantes de la Tupac detenidos en Jujuy. No se puede estar en la calle con un distintivo de la organización. Si dos o tres personas se paran en la vereda frente al penal, la policía los detiene. Las casas de muchos de ellos fueron destruidas frente a sus hijos en allanamientos que buscaban algo escondido en paredes de durlock. Los emprendimientos productivos de las cooperativas están cerrados. Las enormes piletas construidas para los niños del barrio Alto Comedero están ahora vacías, obsceno testimonio de lo que una parte de la sociedad cree que esos niños, sus niños, no merecen. “Una vez que se vio, ya no es posible no haber visto”, dice Diego Tatian en su crónica de esta visita.
Milagro dice “no se olviden de nosotras”, porque sabe bien cuáles son los efectos de una sociedad que se empeña en olvidar. Sabe de los olvidos ancestrales; sabe qué pasa cuando los trabajadores sin trabajo, los niños de las comunidades, las mujeres doblemente sometidas, caen en el olvido y son invisibilizados por las políticas y por los políticos. Milagro sabe que el olvido es el principal aliado de la injusticia. Pero sabe también que la acción del movimiento que lidera, con sus miles de casas construidas, sus cooperativas, escuelas, centros de salud, centros culturales, son un testimonio inquietante de lo que los políticos no han podido o querido hacer y resiste, con una materialidad insoslayable, el esfuerzo por olvidarlos. Por eso también dice “difundan lo que hicimos”.
Milagro y los compañeros y compañeras de la Tupac están presos, qué duda cabe, por haber hecho justicia por mano propia. Por haber tomado a su cargo la realización de sus derechos: a un trabajo digno, a la vivienda, la salud, la educación, la cultura, la comunicación. Por haber puesto sus cuerpos dignos, altaneros, prepotentes, en calles que no habían sido asfaltadas para ellos, reclamando lo que la naturalización de la desigualdad les negaba: derechos. Milagro lo sabe. Hoy, en Jujuy –escribe– “somos varias las mujeres de la Tupac que estamos detenidas por dejar nuestras vidas para construir una provincia mejor, y para que nuestros hijos no tengan que pasar por los sufrimientos que nosotras pasamos”. Y sigue: “Morales y los jueces que nos tienen detenidas ilegalmente no soportaron que una mujer además negra, india, haya logrado construir miles de hogares que no fueron casas vacías…”.
La distancia puede confundirnos: Milagro Sala no es un símbolo. Convertirla en símbolo puede contribuir a olvidar e invisibilizar que esa mujer menuda, negra, india, es una presa política, detenida ilegalmente junto a otras compañeras y compañeros en una provincia argentina en plena democracia. Los universitarios y las universidades comprometidas, como la nuestra, con la defensa de los derechos humanos, podemos y debemos, desde los lugares que ocupamos, acompañarla en esta pelea contra el sometimiento del olvido.
Gabriela Diker