HACIA EL CENTENARIO DE LA REFORMA.

 

En esta página, Noticias UNGS continúa entregando a sus lectores una serie de notas que esperan, a lo largo del año, contribuir con los debates a los que nos invita la próxima celebración del centenario de la Reforma Universitaria de 1918 y de los diez años de la Conferencia Regional de Educación Superior de 2008, que postuló a la Universidad como un bien público y social, un derecho humano universal y una responsabilidad de los estados.

 

“En adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien.”
Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918

El año próximo será el centenario de uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la universidad: la Reforma Universitaria. Durante estos cien años se la ha emulado, criticado, apropiado, ninguneado. Pero a esta altura, y luego de tanto devenir, no hay quien se atreva a negar que la Reforma de 1918 fue un hecho de enorme trascendencia al reformular en varios aspectos la vida interna de las universidades.
Algunas de las demandas más caras a los jóvenes reformistas de entonces fueron la autonomía, la participación de los estudiantes en el gobierno universitario, la renovación de cátedras, la eliminación de los cargos vitalicios y el llamado a concursos docentes. Al leer el manifiesto liminar resuena el llamado a la juventud estudiantil latinoamericana a levantarse frente a la “inmovilidad senil” que se perpetuaba en las cátedras y gobiernos universitarios.
En particular, la autonomía ha sido, desde los días de la Reforma hasta los nuestros, un baluarte nunca cuestionado. La vigente Ley de Educación Superior (LES, Nº 24.521) la contempla como un atributo fundamental de las universidades argentinas, y la Constitución Nacional la consagra expresamente en su artículo 75 inciso 19. Diversos autores señalan que la LES es una de las legislaciones que en el mundo más protege la autonomía universitaria.
Otros dos postulados de los jóvenes del 18, la democratización de la Universidad y su misión social, no tuvieron respuestas positivas sino tras muchos años de luchas. El primero de ellos empieza a hacerse realidad con la inclusión de nuevos sectores sociales en la Universidad a partir de la creación de la Universidad Obrera Nacional en 1948 y de la declaración de la gratuidad universitaria en 1949, en el marco de las políticas de ampliación de derechos del peronismo.
El segundo de esos postulados, el de la misión social de las universidades, será retomado más tarde por Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires entre los años 1957 y 1962, quien sostenía que la Universidad debía ser uno de los pilares para la transformación de la realidad social, poniendo al servicio de la nación sus empeños en los tres campos fundamentales de la formación, la investigación y la extensión.
A diferencia de lo que ocurre con la autonomía, estos otros dos postulados, de aceptación o realización mucho más recientes, no fueron incorporados, al menos no lo fueron tan plenamente, a nuestra identidad universitaria. O por menos cabe decir que, más allá de su aprobación más o menos general, no son banderas que reivindiquen o sostengan, como objetivos que deban ser efectivamente perseguidos y alcanzados, todos los universitarios.
Es que los universitarios no somos un conglomerado homogéneo que comparta la búsqueda de objetivos similares. Algunos entienden el valor irrenunciable de la calidad en los términos que propone una lógica estrecha de la evaluación o la acreditación; otros creemos que no hay calidad sin democratización. Las universidades deben convivir con estas diferencias y establecer, en medio de ellas, sus proyectos institucionales, sus lineamientos y sus objetivos.
Entre estos, uno fundamental es lograr mejores tasas de egreso. La matrícula de ingreso a la universidad argentina es una de las más altas de la región, pero en el primer año perdemos un 40% de los ingresantes, y al final solo completa el camino el 30% del total. El problema no es solo de los estudiantes, sino de todo el sistema, y nos invita a replantearnos qué pasa en las aulas y cómo podemos revertir la situación.
Nos debemos un profundo debate sobre el tema de la calidad universitaria, para repensar a qué damos prioridad cuando evaluamos las universidades. ¿Qué es más valioso: la cantidad de artículos con referato de un docente o la mejora de la calidad de vida de las personas, la generación de condiciones que hagan efectiva la igualdad, la formación de ciudadanos comprometidos y el mejoramiento de la realidad de los estudiantes y de los ciudadanos en general?
Profundizando aún más esta perspectiva: si las universidades pusieran mayor atención a la vinculación entre formación, investigación y extensión, los estudiantes podrían adquirir en paralelo conocimientos técnicos, métodos de reflexión sobre los nuevos conocimientos y vinculación con problemáticas sociales. Así las universidades estarían formando los mejores profesiones, con capacidad de análisis y compromiso social.
Por último, uno de los legados más importantes de la Reforma es la participación del movimiento estudiantil en la vida universitaria y en las luchas sociales y políticas. Si bien la LES establece, conservadora, que el claustro docente tenga el 50% de representación en los órganos de gobierno, la rebeldía del movimiento estudiantil mantiene a las universidades en constante cambio, evita su estancamiento y promueve su compromiso con el cambio de la sociedad.

Sofía Tezza