A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE.

Referente fundamental en el campo de los estudios sociales, económicos y urbanos, Alberto Federico Sabaté fue una presencia muy importante en los años en que la UNGS iniciaba su jornada y formaba y ponía a funcionar a sus equipos de docencia e investigación. A diez años de su muerte, aquí lo recuerdan algunos de sus colegas, compañeros y discípulos.

Semblanza de Alberto Federico Sabaté

En 1978 se realizó en el Colegio de México el seminario “La cuestión regional en América Latina”, cuyos resultados Alberto coeditó en un volumen del mismo nombre, que marcó un antes y un después en la investigación sobre estudios regionales. En ese seminario presentó su trabajo “Notas sobre la cuestión regional en Bolivia”. El comentarista fue René Zavaleta, quien disintió de una frase en la que Alberto se refería a “la entrada de Bolivia en la historia”, pero a la vez afirmó que era el mejor trabajo que había escrito un no boliviano sobre la cuestión regional en Bolivia. Ese era Alberto. Un profesional de peso, capaz de hacer análisis históricos y diagnósticos de coyuntura política admirables, que se involucraba en los procesos políticos y en la cultura de los países donde había residido, y se comprometía con las luchas populares. Fue un miembro destacado de la intelectualidad crítica latinoamericana. Su paso por Bolivia, Venezuela, México, Nicaragua y por supuesto Argentina ha dejado huellas entre quienes lo conocimos.

Fue uno de los investigadores docentes que en los 70 organizaron la carrera de Economía Política en la Universidad Nacional del Sur, un espacio excepcional de ciencia crítica en una época de dictaduras, que convocó a los mejores economistas censurados por el régimen. Fue a raíz de esa experiencia que tuvo que exiliarse en los 70. Participó de la gestación de la UNGS, donde fue un actor destacado en la organización del Instituto del Conurbano y un ferviente impulsor de la economía popular solidaria, en cooperación con las organizaciones de base del conurbano. Siempre pensando políticamente, impulsó la formación de redes de economía solidaria a nivel nacional. Actor decisivo del proyecto de investigación sobre “Áreas metropolitanas y globalización”, con colegas de México (Colegio Mexiquense del Estado de México), Brasil (IPPUR/UFRJ y FAU/USP) y Chile (IEU/UCC y SUR) coordinó un trabajo de alcance comprensivo y transformador: Economía y sociedad de la Región Metropolitana de Buenos Aires en el contexto de la reestructuración de los 90, que es un ejemplo de lo que se espera de la investigación comparativa.

Los últimos años de su vida los dedicó a la propuesta de que otra economía es posible, y se involucró en el armado de la Maestría en Economía Social (ICO-UNGS), donde dictó varias materias para la primera cohorte y para parte de la segunda. Dirigió el proyecto especial de tesistas becarios de la Fundación Ford y gestó uno de los libros más citados en la literatura específica, que compiló con R. Muñoz y S. Ozomek: Finanzas y economía social. Modalidades en el manejo de los recursos solidarios, del año 2005. Con su presencia y su obra, Alberto Federico Sabaté nos ha dejado un ejemplo formidable del intelectual crítico, auténtico y comprometido profundamente con las causas populares. Su paso por la UNGS ha dejado discípulos, colegas y amigos que lo extrañamos ante cada desafío que enfrentamos.

José Luis Coraggio y Ruth Muñoz
Investigadores docentes
ICO/MAES – UNGS

Un enfoque interdisciplinario

federicoConocí a Alberto como estudiante de la carrera de Sociología de la UBA en 1985, mientras cursábamos Sociología Urbana en un momento muy especial: el retorno reciente a la vida democrática en el país. Recuerdo que con mi compañero de clases Gustavo Kohan coincidíamos en que cursar aquella cátedra era una experiencia novedosa y excitante, sobre todo porque nos ayudaba a pensar, con una claridad que pocas veces encontrábamos, cuestiones de la realidad material del proceso urbano-regional. Al poco tiempo, Gustavo y yo tuvimos el gratificante privilegio de convertirnos en ayudantes de la cátedra, un espacio que compartí hasta mi salida del país en 1990. Trabajar con Alberto Federico, con Federico Robert y con el resto del equipo fue una experiencia que sigo recordando con gran afecto y aprecio, sobre todo por su carácter formativo en los planos intelectual y político.

Uno de los elementos centrales en el análisis de Alberto era su énfasis en los procesos de producción y reproducción del capital, y muy particularmente, como señala Denis Merklen en su contribución a este homenaje, en la dimensión espacial de dicho proceso. En ese sentido, no se trataba de un análisis de “lo urbano-regional” como un objeto reificado, reducible a algunos de sus aspectos más aparentes, sino más bien de una conceptualización que permitiera explicar el momento urbano-regional como un producto, en flujo permanente, nunca estático, del proceso de producción y reproducción capitalista. Un aporte particularmente sugerente desde el punto de vista conceptual era la aplicación de la teoría marxista de la renta del suelo a los procesos de producción del espacio urbano, que se centraba en la discusión de autores como el colombiano Samuel Jaramillo. Rescato este tema porque, pese a su relevancia para la explicación de las dinámicas de producción capitalista del espacio urbano-regional, continúa siendo minimizado, cuando no directamente ignorado, en la literatura dominante a nivel internacional, incluyendo a buena parte de los autores que se sitúan en posiciones críticas del statu quo.

En mi análisis retrospectivo, ya durante mis estudios de posgrado fuera del país, comencé a valorar profundamente el enfoque interdisciplinario que caracterizaba a la cátedra, ya que se articulaban con grados elevados de precisión conceptual y base empírica elementos de la economía política, la historia económica, la geografía, la planificación urbana y la sociología. Esa experiencia fue para mí una verdadera inmunización contra ciertos reduccionismos con creciente peso en las ciencias sociales, como el hodiecentrismo (o como dice Norbert Elias, “el repliegue al presente”) o el constructivismo radical posmoderno que reduce al nivel discursivo los complejos entretejidos de procesos socio-físico-naturales. La cátedra que dirigía Alberto era ciertamente una cátedra materialista, si se me permite, en el sentido más elevado del concepto, porque no se trataba de un materialismo reduccionista. Cuando me fui del país en julio de 1990, Alberto me dio un fuerte abrazo y así es como prefiero recordarlo. Ya no tuve la suerte de volver a encontrarme con él.

José Esteban Castro
Universidad de Newcastle
Reino Unido

Inscribir el espacio en la sociedad

Corría 1986, yo vivía en Ciudad Evita y militaba en el Partido Intransigente. Ese verano nos sorprendió la ocupación de unos vastos terrenos entre Ciudad Evita y Laferrere. Miles de familias que no tenían dónde vivir decidían ocupar tierras libres en busca de un lugar en el mundo. Mis vecinos estaban furiosos, empezaron a organizar asambleas barriales en un club de fútbol para expulsar a los “intrusos”, y muchas noches formaban patrullas para evitar que los terrenos baldíos de “la Ciudad” (como llamaban a Ciudad Evita) fueran ocupados por “los negros”. Más o menos en esos términos, sin exagerar. Me sorprendía tanto como me indignaba en aquel enero. Esas mismas familias, muchas de las cuales habían recibido sus casas de manos de Eva Perón, acogían así a quienes no habían tenido la misma suerte que ellos. La vida resultaba menos generosa con las nuevas clases populares de lo que en los años 50 lo había sido con las entonces jóvenes clases de trabajadores peronistas.

Ese otoño descubrí un llamado a concurso de “becas de investigación” en la Facultad. Yo había cursado Sociología Urbana y decidí solicitar a Alberto Federico como director para investigar lo que pasaba en mi barrio. Aquel curso se organizaba alrededor de una larga reflexión sobre el espacio con un capítulo especialmente dedicado a los movimientos sociales urbanos. En La Matanza, los asentamientos luchaban por “la tierra”; en la universidad ese mismo objeto era pensado como “el espacio”. Alberto Federico y Federico Robert (su adjunto de entonces, y actual titular de esa cátedra en la UBA) fueron quienes abrieron ese espacio de pensamiento y me acompañaron larguísimos años tratando de encontrar el estatus teórico que la categoría espacio ocupaba en una formación social. Alberto era un pensador potente, rígido, que había construido una sólida reflexión convencido de que esa dimensión de la vida social, la del espacio, era al mismo tiempo objeto de poderosísimas luchas y una palanca para la organización de importantes políticas públicas. Uno de los principales roles que el Estado debía jugar en la naciente democracia era el de ocuparse de la organización del espacio, principalmente del espacio urbano.

La ciudad es muchas cosas a la vez. Puede ser espacio de sociabilidades, como pensó la Escuela de Chicago, y puede entonces considerársela como un medioambiente en el que se desarrollan aquí y allá distintas formas de vida social (ecología urbana). Pero en la infraestructura de la ciudad se encuentra el meollo de la producción del espacio, que es vivido como si fuera una naturaleza. Allí reside uno de los poderes mayores del capitalismo: produce una forma de lo social que se presenta a la experiencia como un hecho natural. Una transformación urbana requiere grandes cantidades de capital y de energía política. ¿Cómo no considerar entonces a la ciudad como un determinante más? Si la contradicción fundamental sigue siendo la que pone a los dueños del capital en un mundo esencialmente diferente de quienes están despojados de él, la producción del espacio y su control introducen una dimensión nueva de lo social en la que el Estado juega un papel irreemplazable: el capital no puede producir solo espacio urbano, y las clases populares, por poderosas que sean, tampoco. Entre los intereses y los modos de vida aparece ineluctablemente la cuestión de una racionalidad que no se reduce a los intereses de los agentes en pugna.

Más o menos en ese lugar me situaba Alberto Federico, que había participado con tantos otros de una colosal reflexión teórica, desde cercanos compañeros de ruta, como José Luis Coraggio, hasta lejanos interlocutores, como Henri Lefevbre o Manuel Castells; y cada vez que, intempestivo o apresurado, yo intentaba abrir otras preguntas, él me decía: “de acuerdo con la tangente, pero ¿y el espacio?”. Así llegué algunos años más tarde a la cuestión de la inscripción territorial de las clases populares, de la que aún no he salido. Alberto Federico y Federico Robert me abrieron aquella puerta y me sacudieron con fuerza cada vez que me distraía con las luces de la ciudad. Muchas veces encuentro en alguno de mis colegas cierta superficialidad en sus escritos, que veo casi alegres como un transeúnte que se pasea por la ciudad y describe, fenomenólogo, lo que va viendo. Por mi parte, recuerdo aquella pregunta por el espacio, que nos obliga a inscribir en el corazón de la historia y en el centro de las fuerzas sociales esa dimensión primordial de nuestra vida social.

Denis Merklen
Universidad Sorbonne Nouvelle
Paris 3

Un intelectual comprometido

Poco después de la muerte de Alberto, Omar Tobío, asistente en sus cátedras en la UBA, escribió esto: “Alberto persistía en buscar, en reconocer, en delinear una totalidad debajo de los fragmentos, y en ver los nexos entre las grandes tendencias económicas y el devenir social” (“Una totalidad debajo de los fragmentos”, en Litorales N° 6, 2005). Cuando me invitaron a participar en este homenaje que la UNGS le dedica, recordé este artículo: pasó una década y ahora acuerdo con que esa era la forma en que Alberto reflexionaba política y teóricamente sobre los tiempos que le tocó vivir.

Criado en una familia de raigambre y con compromiso activo con el peronismo, en oposición a la tradición familiar –o tal vez en respuesta a ella–, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA militó en grupos de izquierda. Contador de origen, dejó esa carrera sin completar cuando se abrió la de Economía Política. Se formó conciente y sistemáticamente en el marxismo, reconociendo a la vez la importancia de pensadores latinoamericanos. Lector de Carlos Astrada y Mariátegui, profundizó con Raúl Sciarretta su formación marxista. Alberto fue un claro exponente del intelectual (progresista, le decimos ahora) que generó la Argentina en la segunda mitad del siglo XX. Nuestra incorporación a los procesos del país en la década del setenta derivó en un largo exilio que transitamos por Bolivia, Venezuela, México y, en su caso, también Nicaragua.

Economista por título e interés, epistemólogo por vocación, preocupado por una perspectiva latinoamericana, convencido de la necesidad de involucramiento en los procesos de cambio, creyó que el papel del intelectual se construye en el diálogo crítico con la coyuntura sin perder de vista que su sentido lo da la lucha de todos los días. Asumió en sus años finales un nuevo y fuerte compromiso: la economía social. Difundió de múltiples maneras el proyecto de otra economía. En nuestra Universidad lo hizo en la formación (desde posgrados a cursos de promotores barriales), escribiendo, investigando. De hecho, el momento y el lugar en que ocurrió su muerte es casi una metáfora de aquello en que puso su vitalidad en esa etapa: murió sorpresivamente en el Centro Cultural San Martín durante una sesión del Foro de Investigadores en Economía Social. Alguien me escribió que había muerto en su campo de batalla. Efectivamente, pensar, escribir y sobre todo participar en diversas –y a veces fatigosas– actividades de promoción y difusión de la economía social dio fuerza e impulso a sus últimos años; la asumió con la misma pasión con que había apostado a otras alternativas de transformación social.

En el difícil intento de recuperar su dimensión pública para los demás, al escribir estas líneas lo recuerdo tan profundamente honesto como polémico y complejo; con un humor ácido, irascible; pero detrás de todo ese ropaje, afectuoso, solidario, leal. Discutidor incansable de ideas y propuestas, fue –con todo el valor que esto tiene para nuestra generación– un intelectual comprometido con su tiempo.

Susana Hintze
Investigadora docente
UNGS

El entusiasmo por la formación y los desafíos

Nuestra Universidad tiene ya 22 años. En sus orígenes y por casi una década, el profesor Alberto Federico formó parte de la construcción y consolidación de este proyecto institucional. Estas palabras van para quienes no lo conocieron personalmente, con la idea de compartir también el recuerdo y el cariño de quienes trabajamos con él. Conocí a Alberto como profesor de Sociología Urbana en la UBA a mediados de los 80. El entusiasmo y la rigurosidad que le imponía a sus clases, junto a los autores y temáticas novedosas abordadas en ese momento, me convencieron de solicitarle la posibilidad de incorporarme como asistente ad honorem, junto a dos amigos estudiantes de sociología (Denis Merklen y Esteban Castro), a su cátedra. Aceptó, y esa incorporación fue el comienzo de una etapa extraordinaria en nuestras vidas de formación teórica, profesional y humana.

“Alberto vino a la UNGS a pensar la economía social, la formación de nuestros estudiantes, la relación con el territorio”.

Con una enorme generosidad, Alberto nos involucró en cuanto proyecto y actividad profesional pudo; nos llevó con él y nos acompañó en muchos trabajos, seminarios, encuentros, viajes. Estoy en la UNGS porque llegué acompañando a Alberto, y la parte más importante de mi vida profesional está directamente vinculada a estos orígenes. Alberto estuvo siempre en búsqueda de nuevos desafíos, liderando constantemente iniciativas, siempre con máximo rigor intelectual, muy exigente con él mismo y sus equipos. Cuando su amigo José Luis Coraggio lo convocó a integrar este nuevo proyecto de universidad en el conurbano, Alberto era ya hace mucho tiempo un profesional, docente e intelectual muy destacado. Podría haberse quedado tranquilo en su casa trabajando de docente y consultor de organismos internacionales. Sin embargo, se entusiasmó muchísimo con esta Universidad, lo tomó como un nuevo desafío de esos que lo apasionaban, y aquí vino a pensar la economía social, la formación de nuestros estudiantes, la relación con el territorio, con el cual buscó siempre el diálogo y la comprensión de los fenómenos que aquí ocurrían, desde las perspectivas de investigación más rigurosas. La interacción con las organizaciones sociales, meterse, conocer profundamente la realidad de la región para poner a la Universidad en línea con las necesidades de desarrollo que detectaba, lo movilizaban cotidianamente, y generaba una gran cantidad de iniciativas y proyectos.

Junto a su rigor intelectual y alta exigencia, tenía también un sentido del humor particular, era un gran conversador, muy culto y entretenido. Era un entusiasta contador de sus experiencias en Bolivia, Venezuela, México, Nicaragua y Cuba, y de sus recorridos en Torino por la Patagonia. También de su encuentro en Guatemala con el Che Guevara, con quien compartió un largo almuerzo. Una parte importante de lo que hoy investigamos y desarrollamos en el Instituto del Conurbano surgió de su capacidad para acordar y trabajar con el resto de los profesores en el diseño de líneas y campos de conocimiento vinculados a la agenda pública, durante su gestión como coordinador de investigación. Entonces, para este Instituto, cuando hablamos de territorio, economía, desarrollo, geografía, ambiente, política pública, seguimos hablando de Alberto Federico Sabaté.

Gustavo A. Kohan
Director del Instituto del Conurbano