POR DAMIÁN VALLS.

 

Hace pocos días se cumplieron cien años de la primera transmisión radial realizada en la Argentina: la que llevaron adelante Enrique Telémaco Susini y el resto de los integrantes de los “Locos de la Azotea” desde la terraza del Teatro Coliseo de Buenos Aires. A un siglo de ese acontecimiento fundamental en la historia de los medios masivos de comunicación en el país, el profesor de “Radio” de la Licenciatura en Comunicación que ofrece el Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad reflexiona para Noticias UNGS sobre estos cien años de historia.

 

En el principio: ¿Fue el Verbo?

Es extraño, en esta época, festejar, celebrar, recordar los 100 años del surgimiento de una tecnología.  En un tiempo donde esta aparece fetichizada, puesta en uno de los centros de nuestra cultura y con artefactos que perecen, en su utilidad, a una velocidad infernal.

La radio permanece ahí.  Como una tecnología que no reconocemos como tal.

Los principios técnicos de la radio que invento el Italiano Guillermo Marconi (premio Nobel de Física en 1909) para  lograr la telegrafía sin cables (wireless) fueron claves para las comunicaciones durante la Primera Guerra Mundial. Estos principios siguen presentes en  la telefonía móvil, el “wi-fi”,  entre otros.

Acá, en Argentina,  entran en juego nuestros héroes, los  “locos de la azotea” que truecan los puntos y rayas del sistema morse que empleaban los telégrafos,  por Música. “Parsifal”,  de Richard Wagner,  para ser exactos.

Inventan el Broadcasting hace exactamente cien años. El o la radio toma vida propia  y deja de ser  lo que la geometría define como la mitad de un diámetro, o la anatomía como uno de los huesos de nuestro brazo.

La Radio comercial fue la primera que se desarrolló en nuestro país y tuvo entre sus mayores artífices a Jaime Yankelevich, un personaje  poco recordado en este aniversario, quien anticipándose ochenta años a Sony en la compra de la Metro Goldwin Mayer de Hollywood, en 1924 compro LR3 y comenzó a contratar artistas.

Jaime Yankelevich, por ese entonces, armaba y vendía receptores de radios en su negocio del barrio porteño de Constitución. Pensando desde la oferta radiofónica, su negocio prosperó.

Para los años 30 la radio se había masificado y erigido en el primer medio de comunicación de masas. Desde las élites intelectuales fue denostada en los mismos términos en que lo había sido precedentemente el folletín y en que lo sería, después, la televisión. Su carácter popular la convertía en algo insoportable para la cultura letrada de entonces.

Pero todo el mundo hablaba de lo que pasaba en la radio.

En 1937 hizo su aparición “Radio del Estado” (hoy Nacional). Pero no nació a raíz de una “política de Estado” sino más bien todo lo contrario. Los dueños de las emisoras privadas que tenían un  creciente éxito comercial decidieron “regalarle” al gobierno una emisora con el solo objetivo de evitar que el propio Estado les pidiera espacios a las radios privadas para emitir sus mensajes.

En la década del 60, con la aparición del transistor, la radio se hizo portátil y un objeto de uso personal. Dejó de tener plateas en los comedores de los hogares para constituirse en una compañía personalísima.  Análogamente a lo que vino ocurriendo en los últimos tiempos con el uso de  las pantallas.  Esa revolución fue en un lapso brevísimo. Pero: ¿fue una revolución tecnológica o fue una revolución en el uso que se hizo (hicimos) de ese artefacto? Quizás las dos cuestiones sean inseparables.

Así como durante la pandemia recuperamos, hicimos consciente, se hizo evidente  el “valor espacio” de la Escuela, que habíamos perdido de vista valorizando solo su dimensión técnica como transmisora de saberes, la radio también puede entenderse desde esta doble perspectiva: como técnica y como espacio para habitar.

La radio tiene unas características únicas entre todos los medios y tecnologías de comunicación.  Nos acompaña, camina con nosotros. Todos los otros medios, incluso los libros, requieren toda nuestra concentración y atención.  Requieren que nos “detengamos” a contemplarlos,  a seguirlos. La radio no. Esta es probablemente la característica por la que la Radio mantiene su vigencia junto con la “recuperación” a distancia de nuestros modos de comunicarnos más primitivos: la cultura oral y la música.

“La radio podría ser el más gigantesco medio  de comunicación imaginable en la vida pública, un inmenso sistema de canalización”, decía Bertolt Brecht en su teoría de la radio, en 1930. “Lo será cuando no sea solo capaz de emitir sino también de recibir. En otras palabras, si consigue que el oyente, además de escuchar, hable”. Esta utopía de la que nos hablaba Brecht sigue vigente.

 

 

Detrás de las paredes

“El oído es la mitad del poeta y acepta las fantasías que los otros sentidos rechazan. Cierre los ojos sin miedo; los oídos no tienen párpados y la radio mantiene abiertos los ojos de la mente.”
Hugo Lewin, 1995

Se comenzó a hablar de la muerte de la radio como medio de comunicación ni bien la televisión se estableció como medio de comunicación masivo dominante. Otra vez,  lo tecnocéntrico ordenaba las proyecciones. No se tuvieron en cuenta los elementos a lo que hacíamos referencia unos párrafos atrás: la oralidad y la musicalidad. El único medio que no necesita el sentido de la vista para comunicar. Lo que sí se dio fue el traslado de gran parte de los formatos dramatizados a otros medios o soportes. Sobrevivieron,  lateralmente, experiencias de radioteatro, radio arte y arte sonoro.

La radio pasó de artefacto a  lenguaje. Lenguaje sonoro. Lenguaje radiofónico, ya escindido de la tecnología que le había dado lugar. Antes imbricado, se hablaba de lenguaje y se lo mezclaba con siglas como AM y FM.  Ya no. La radio, como lenguaje, está presente no solo en el Broadcasting, sino también en el streaming,  en los podcast y en Spotify o en  YoutubeMusic  (más allá de su programación musical, manejada por inteligencia artificial a través de algoritmos).

 

Je suis Radió

En estos festejos  (balances) de los cien años de la radio vimos en las redes sociales miles de personas cerca de micrófonos, en cabinas de radio. Eso es un fenómeno que difícilmente veamos con la misma intensidad en un aniversario del cine o la tele. Casi como cumpliendo el deseo de Brecht, este fenómeno argentino es un producto directo de la radio comunitaria, alternativa, popular, trucha o como prefiramos llamarla.

No en todos los países (más bien todo lo contrario)  tuvimos una emisora de radio a pocas cuadras de casa y pudimos/podemos  participar en algún programa, si así  lo deseamos. Estas fueron las emisoras que pusieron en el aire no solo discursos distintos, músicas distintas, agendas distintas,  sino voces múltiples,  variadas, policromáticas. La ciudadanía tomo la radio y la hizo propia antes que se inventaran  las redes sociales.

Este proceso se dio en tres grandes oleadas. La primera sobre fines de la década del 80 cuando se  terminó lo que luego se llamó “la primavera alfonsinista”,  la segunda luego de la crisis de 2001 y la última  luego de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. En cada caso por motivos diferentes, pero con una misma vocación: tomar la palabra y disputar el sentido común.

Este fenómeno fue encabezado por jóvenes. Jóvenes que en otras épocas armaron murgas para juntarse con sus vecinos, agarraron la guitarra eléctrica para contar lo que les pasaba, se juntaron en las plazas para rapear o armaron, en los 60, el movimiento de teatro independiente, tan rico en nuestro país. 

Pero volviendo a la radio, en estos últimos 35 años (justamente un tercio de los 100), la radio sirvió para poner en el aire sentipensares diferentes a los establecidos,  y esto ocurrió en las Radios Comunitarias.

Y ahora qué pasa, ¿eh?

Hay investigadores de la radio que desde hace años se manifiestan preocupados porque les jóvenes  escuchan poca broadcasting.  Quizás la pregunta que debiéramos hacernos es, al revés,  ¿porque deberían escucharla? ¿Hay alguien en la radio que les interpele? Si la única interpelación es la música, es evidente que es muy difícil competir con aplicaciones como Spotify y su “carta” musical personal. ¿Y desde la agenda, la oralidad? Uno podría suponer que parte del crecimiento del podcast se da también en el marco de esta carencia.

Este fenómeno no es nuevo.  También se dio en la década de los 70 y a principios de los 80, cuando les adolescentes encontraban (mos) pocas opciones en la radio. Pero por aquel entonces la radio se re-inventó. Sumada a la propuesta musical de las FM, apareció Radio Belgrano, dirigida por Daniel Divinsky, con un staff mayoritariamente conformado por gente de entre 20 y 30 años. Éxitos no planificados como “Demasiado tarde para lágrimas” de Alejandro Dolina, con una audiencia adolescente inusitada. La aparición de la FM Rock & Pop,  cuyas recordadas figuras tenían 35 años menos que ahora,  y obviamente las radios “truchas”, con toda su impertinencia y  desenfado para hablar de cualquier cosa.

Quizás una de las cosas más notables (y preocupantes) del álbum de fotos de los festejos de los cien años de la radio fue la poca aparición y participación de jóvenes, así como de “ídolos” o “influencers” que les jóvenes tomen como referencia, en planos de relevancia.

La radio en el año 2020 sigue viva. Desde hace años en crisis, y  no por causa de la caducidad del artefacto, ni de la capacidad expresiva de su lenguaje,  sino porque debe encontrar un momento reinaugural donde les jóvenes vuelvan a tomarla como un espacio para decir y  contar sus cosas.

La capacidad expresiva del medio se mantiene intacta como un instrumento musical que solo espera al intérprete.

Continuará…. (?)

 

 

15/09/20