ENTREVISTA. ALDO AMEIGEIRAS.

 

Sociólogo, educador, especialista en religiosidad popular y en interculturalidad, Aldo Ameigeiras fue una figura clave en la construcción y la puesta en marcha del proyecto institucional de la UNGS y en la definición de su perfil de fuerte articulación con la vida del territorio en el que está emplazada: el viejo partido de General Sarmiento, que conoce e investiga desde hace décadas. Fue Secretario General de la Universidad y miembro de su Consejo Superior y del Consejo del Instituto del Desarrollo Humano.

 

–¿Por qué decidiste comenzar a estudiar sociología?

–Desde muy joven participé en grupos de la juventud de acción católica. A fines de los 60 trabajé con un sacerdote que pertenecía al movimiento de los sacerdotes del tercer mundo y esto abrió en mí una gran inquietud por la problemática social. Junto a este sacerdote conformamos una comunidad de jóvenes en un barrio en la zona de Madre Selva, en el partido de Moreno, desde donde trabajamos con un compromiso muy fuerte en acciones para reducir la desigualdad social, con una fuerte acción social, cristiana, religiosa. Yo había iniciado el ingreso a la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, pero finalmente entendí que mi vocación pasaba por la sociología. Decidí entonces inscribirme en la Universidad del Salvador. Era el año 1968.

–Plena dictadura de Onganía.

–Fue una época complicada… En la Universidad del Salvador tuve la posibilidad de cursar con profesores excelentes como Floreal Forni y Miguel Murmis en Teoría sociológica, Eduardo Menéndez en Antropología, Aldo Buntig en Sociología de la religión. Buntig, uno de los pioneros en esa materia, me invitó a dar clase como ayudante de cátedra: ese fue mi primer paso en la universidad. También de la mano de Buntig me sumé a proyectos de investigación sobre catolicismo popular, catolicismo y sociedad. Eso me fue marcando una línea muy importante. Cuando egresé, trabajé en la Dirección Nacional de Educación del Adulto (DINEA) sobre educación y cultura popular, en un proyecto realmente interesante enmarcado en lo que era la campaña nacional de alfabetización de adultos que se hizo en todo el país, Ahí conocí a compañeros con los que me reencontraría en la UNGS: Cayetano de Lella, Ana María Ezcurra, Juan María Healion.

–¿Cómo se vinculan tu militancia social y el trabajo en la DINEA?

–La DINEA era un mundo muy especial porque había compañeros de distintas vertientes. Yo estaba muy imbuido de lo que habían sido las cátedras nacionales, que estaban enmarcadas en una perspectiva más nacional popular, vinculada con el peronismo. Y la inserción en el ámbito barrial me permitió descubrir lo que era el peronismo de los sectores populares y la revalorización de la cultura popular. Esto se vinculaba mucho con un trabajo que hicimos en la DINEA sobre recuperación cultural, promovido, entre otros, por Ana María Ezcurra. Fue una experiencia que me llevó a viajar al interior del país y ver manifestaciones populares culturales en el norte argentino, todo en una tónica vinculada con una concepción del cristianismo comprometida con los sectores más empobrecidos, en el marco de lo que había sido el Concilio Vaticano II, Medellín y el documento de los 18 obispos del tercer mundo. Una experiencia que implicaba una muy fuerte revalorización de los sectores populares, y sobre todo de la religiosidad popular, de una actitud muy atenta a las necesidades vinculadas con la pobreza, con la salud, con el acompañamiento a estos sectores.

–¿Y cuáles eran los lineamientos de la DINEA?

–La Dirección había generado un proceso muy vinculado a la línea de Pablo Freire, educación popular, educación liberadora, educación que recuperaba la cultura del pueblo como una parte sustantiva, un elemento clave para desarrollar el proceso educativo. Desde esa perspectiva se implementan políticas en las escuelas, en los centros de educación de adultos, lo que después serán los CENS. Esa fue una experiencia muy rica. Años después tuve la posibilidad de volver a estos centros y sigue siendo un trabajo muy valioso, aunque con características distintas, sin el empuje y la dinámica de entonces. La educación de adultos se va consolidando con el tiempo, y van surgiendo distintas instancias, como, en estos últimos años, el FINES. Los cambios que se produjeron en estas décadas llevaron a que hoy en las escuelas y centros de adultos haya una presencia mucho más grande de adolescentes que de adultos. En ese momento había un énfasis muy fuerte en tratar de permitir que sectores de adultos, que por distintas circunstancias de la vida se encontraban marginados, accedieran en primer lugar a la lectoescritura, ese era el objetivo de la campaña de alfabetización. La campaña se hizo en todo el país y estuvo muy atravesada por una educación para la liberación, y eso motivó cuestionamientos y planteos de los sectores más conservadores y de derecha. Sectores que cuando se produce el avance del lopezreguismo producen la intervención de la DINEA y el fin de ese ciclo. Comenzaba también el período de disolución del movimiento de sacerdotes del tercer mundo, la comunidad donde vivíamos también pasa a otra instancia, se hace un impasse. Yo me caso y me voy a vivir con mi mujer a las afueras de Moreno. Retomo entonces la actividad docente, había nacido mi hijo mayor, así estábamos cuando se produce la irrupción de la dictadura militar. Tras el golpe, mi participación en la comunidad eclesial y el trabajo social realizado allí generó que un grupo de tareas irrumpa en mi casa: sufro el secuestro y la desaparición durante una semana. Cuando recupero la libertad me voy un breve tiempo fuera del país, y luego regreso. Me voy de Moreno, porque las amenazas todavía iban por ese lado, me mudo con mi familia a Capital. El primer tiempo la única posibilidad laboral que tuve fue con mi papá. Él tenía un taller metalúrgico. Era una actividad que no tenía nada que ver con mi formación, pero fue una experiencia de alguna manera muy especial, de reencuentro con mi padre… de chico siempre lo acompañaba. El taller era chiquito pero para un niño un taller aparece como un lugar especial, quedan grabados los olores, las formas del hierro… recién con la llegada de la democracia pude regresar a la actividad docente.

La campaña se hizo en todo el país y estuvo muy atravesada por una educación para la liberación, y eso motivó cuestionamientos y planteos de los sectores más conservadores y de derecha.

–¿Y cómo es esa reinserción en el ámbito académico?

–Con la llegada de la democracia, ingresé al Conicet con una beca. Floreal Forni estaba trabajando sobre migrantes y religión. Era un punto en común y afín con mi trabajo, y con el fin de profundizar en esa línea me especialicé en migración y religión en el caso de los santiagueños. En San Miguel había una colectividad santiagueña muy importante, que realizaba fiestas religiosas, y con ellos inicié mis relevamientos. Y en el caso de la articulación entre migración y religión también trabajé en la zona de Los Polvorines. Obtuve otra beca por un intercambio cultural latinoamericano-alemán que fue muy importante en mi carrera. Fui a la Universidad de Aachen, donde me acerqué al campo de la interculturalidad, una temática que a partir de ese momento comencé a profundizar fuertemente. Logré luego ingresar en la carrera de investigador en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL) del CONICET, que dirigía Forni, donde trabajé en un programa de estudios sobre pobreza política social y religión. En el año 2000 tuve la oportunidad de participar en un proyecto conjunto del CEIL con Francia, en el marco de un programa sobre modernidad, religión y sociedad. La experiencia en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París también fue muy valiosa para mi perspectiva como investigador.

–Te asentaste con tu familia en San Miguel: ¿Cómo se da el proceso de creación de la UNGS desde la perspectiva local?

–En los 70, cuando era estudiante de sociología, había estado vinculado con un proyecto de universidad en San Miguel. Era un proyecto promovido desde la Facultad de Filosofía y Teología de la Universidad del Salvador, con sede en el Colegio Máximo, en el marco de la Comisión Técnica de Planeamiento de los institutos de investigación (COTEPLA) con el fin de generar un polo científico de estudios superiores en San Miguel, que finalmente no prosperó. En el 90, y a partir del trabajo que venía desarrollando en cultura popular, elaboré un proyecto para la Dirección de Educación de la Municipalidad de San Miguel para la recuperación cultural en escuelas primarias. Eso me acercó a quienes venían trabajando en este tema. Previamente, en el 87, había sido presentado un proyecto de ley de creación de la universidad de la mano del legislador demócrata cristiano Carlos Auyero, pero recién se logra en el 92 a través del diputado nacional Francisco Mugnolo y las gestiones del ex intendente José Remigio López. En ese momento se crea una comisión en el Consejo Deliberante del entonces partido de General Sarmiento, y comienza a actuar un movimiento en San Miguel que se denomina Asociación Civil pro Universidad de General Sarmiento. Esta Asociación resiste el modelo de universidad que pretenden impulsar el grupo de las cámaras empresariales y las corporaciones de la región. En ese momento, con la socióloga Graciela Riglos hacemos un relevamiento sobre el partido que sirve de insumo para delinear el proyecto y se funda el grupo de universitarios por la universidad, del que formé parte junto a José Pablo Martín. Desde ese grupo comenzamos a hacer un recorrido por distintas delegaciones vecinales para charlar sobre la futura universidad. El ejecutivo municipal conforma la comisión de enlace pro universidad de General Sarmiento con integrantes de la Asociación Civil y representantes de las delegaciones comunales. Se elabora un documento en el que se establecen las características para una universidad nacional en este partido, definiciones muchas de ellas que se toman en cuenta en el proyecto definitivo. Autoridades del Ministerio de Educación hacen circular un primer nombre para ocupar el cargo de rector, pero no prospera. Finalmente, desde la Secretaría de Políticas Universitarias comunican que el nombramiento de Roberto Domecq como rector organizador. Si bien hubo un sector que expresó algunas resistencias porque no era de la comunidad y por desacuerdos del orden de lo ideológico, Roberto obtuvo el apoyo de la mayoría de los que veníamos trabajando en el proyecto, por su trayectoria y su vasta experiencia en la organización de universidades.

[…]acababa de dividirse el partido de General Sarmiento y la Universidad tenía la responsabilidad, la expectativa y la intención de vincularse con los gobiernos locales […]

–¿Y qué responsabilidad asumís en esos primeros años?

–Primero me vinculé con la UNGS a través de un trabajo de consultoría con José Luis Coraggio, y en el 95 asumo como secretario general, hasta el 98. Era un momento muy especial porque acababa de dividirse el partido de General Sarmiento y la Universidad tenía la responsabilidad, la expectativa y la intención de vincularse con los gobiernos locales que acababan de formarse, pero el perfil de los intendentes y la dirigencia era muy compleja. Desde un primer momento Domecq plantea la relación con estos gobiernos a partir un criterio que es clave: la autonomía universitaria, por sobre cualquier otra instancia política territorial. Las decisiones de la Universidad son exclusivas del rector (era el período de normalización y no se habían conformado aún los órganos de gobierno) y eso limita cualquier intento de intervención política. No obstante había “mucho ruido” de sectores que pretendían una universidad más vinculada a carreras cortas, más en la línea de un colegio superior, frente a un proyecto que proponía la mejor universidad para un ámbito que tenía muchísimas necesidades y carencias, una universidad que estuviera fuertemente vinculada a los problemas y las necesidades de esa comunidad. Con Domecq planteamos una instancia de diálogo e inserción, de visitas, de vinculación con organizaciones sociales, con colegios profesionales, con cámaras empresarias, con instituciones educativas, visitando personalmente a cada una y planteando los objetivos y el tipo de la Universidad que estábamos impulsando. Eran los ámbitos más vinculados a factores de poder, incluso en el municipio (que todavía era General Sarmiento). Un elemento clave fue la organización de seminario internacional “Las nuevas universidades a fines del siglo XX”, realizado en la Facultad de Filosofía en el colegio Máximo, donde participaron especialistas de primerísimo nivel además de rectores de las nuevas universidades nacionales del país, rectores extranjeros (de la Pompeu Fabra de Barcelona, de la Carlos III de Madrid, de la primera universidad de América, la de Santo Domingo…). El encuentro permitió que los distintos directores, investigadores y profesores que estaban trabajando en este proceso liminar de la UNGS explicitaran ante especialistas y ante la comunidad las características del proyecto. Se presentaron las nuevas carreras, los nuevos temas, los nuevos desafíos. Fue una instancia de intercambio, de diálogo, con la presencia de sectores muy representativos de la comunidad. Este encuentro tuvo un efecto multiplicador e incidió en un cambio de mirada sobre la relación entre la comunidad y la Universidad. Se inició una relación más estrecha, más dialogada, más participativa, que se va a materializar a partir de la incorporación de la voz de la comunidad en los órganos de gobierno de la Universidad, en ese momento con voz pero sin voto (tras la reforma del estatuto en 2017, hoy la comunidad cuenta con voz y voto en el Consejo Superior y con representación en los consejos de instituto). Fue muy positivo.

–Y llega la normalización de la Universidad. ¿Cómo continúa tu relación con la UNGS?

–José Luis Coraggio, elegido rector por la Asamblea Universitaria, me propuso continuar, pero sentí que era tiempo de volver a la investigación. Tenía mi cargo en Conicet y la posibilidad de incorporarme como investigador en la UNGS. Me iba con la tranquilidad de que la secretaría general quedaba en manos de José María Beltrame, que haría un trabajo excelente. Me vinculé con la puesta en marcha del Instituto del Desarrollo Humano (que fue el último en crearse y que dirigiría Domecq en su primer período) e inicié allí mi trabajo de investigación en el campo de las religiones populares. Comencé a trabajar en conjunto con José Pablo Martín sobre religión y política y la Mesa del Diálogo Argentino. Ese estudio luego se convirtió en el libro sobre el diálogo argentino que para mí fue una experiencia muy importante, porque nunca había trabajado con José Pablo. Y luego me dediqué fuertemente al tema interculturalidad. Organizamos el primer encuentro sobre diversidad cultural e interculturalidad, se abrió para mí cada vez más el campo de interés sobre culturas populares, religiones populares y comencé a ver que esta era una zona en la cual la presencia de comunidades migrantes del interior del país generaba una diversidad de matrices culturales y de intercambio y de cruces culturales que agudizaba esta necesidad de profundizar el tema de lo intercultural. Primero desarrollamos unos ciclos de charlas, que dieron lugar a un proyecto de creación de la maestría en Interculturalidad y Comunicación. Esa maestría pudo aprobarse, pero el cambio de gobierno en 2015 y la eliminación del financiamiento externo para becas dificultó enormemente su puesta en marcha. No obstante, multiplicamos las conferencias para generar un espacio mucho mayor de interculturalidad, en esa instancia estamos hoy.

–¿Cómo ves la Universidad hoy, después de tantos años?

-Creo que la Universidad ha logrado aportar y aporta en varios aspectos, y que enfrenta permanentemente nuevos desafíos. Hay un primer aspecto que es fruto muy marcado de los aportes de Domecq, de Coraggio y de un montón de colegas (Francisco Gatto, Miguel Murmis, Pepe Borello, María Di Pace, Lili Romanelli, Claudia Danani, Gabriel Yoguel, entre otros) que se comprometieron fuertemente con el proyecto de construir una institución de educación e investigación de calidad. Que significó un desafío enorme para lograr una modalidad que acompañara la inserción de los jóvenes que venían de la enseñanza media en la universidad, con experiencias como el curso de aprestamiento y todo el proceso que se transitó para ello. La posibilidad de idear carreras innovadoras que dieran respuesta a las necesidades y los problemas, pero con un criterio de mucha realidad que permitiera tener en cuenta la necesidad la salida laboral de los estudiantes, que era una preocupación muy fuerte. En ese sentido fue un primer gran aporte, la Universidad como proyecto innovador. En el caso de Cultura Domecq convocó a figuras como García Canclini, Renato Ortiz, Guillermo O’Donnell, Armand Mattelard, intelectuales de primera línea vinculados a la preocupación sobre la cultura latinoamericana, que hicieron grandes aportes en la definición de las carreras y sus programas.

–… que se caracterizaron de entrada por su carácter innovador…

–Sí, sin duda. Los trabajos de Ana María Ezcurra, Marta Matta y otros especialistas tenían esa preocupación. En segundo lugar el llamado a concursos de investigadores y docentes implicó que se acercaran profesionales muy formados, con doctorados, formados muchos en el exterior, eso garantizó el nivel de enseñanza. En tercer lugar, se hizo un gran esfuerzo para que esta propuesta innovadora pudiera transitar de la mejor manera posible el abismo que la separaba de las instancias de formación presentes en el territorio: había que dar lugar a sectores que habían sido muy desplazados, muy marginados, y que requerían un proceso de incorporación a la universidad. En cuarto lugar, la preocupación, más que por la “extensión”, por la vinculación con la comunidad… eso ha sido un elemento clave, porque había una fuerte experiencia previa de vinculación, con todas sus tensiones, sus conflictos, pero valiosa. Esta experiencia previa toma forma en iniciativas como la del Centro de las Artes y el Centro de Servicios, que van convergiendo en la decisión de vinculación con la comunidad. El esfuerzo que hizo Domecq, que tuve posibilidad de acompañar, de dialogar con la comunidad, fue muy importante, y dejó una impronta que siguió profundizándose. De hecho, seguimos verificando la preocupación, creciente, por vincular las investigaciones a los problemas de la comunidad reales, igual que la institucionalización de estas relaciones a través de instancias como el Consejo Social.

–¿Cómo analizás la presión que generan sectores de la iglesia católica y de las evangelistas en la definición de políticas públicas?

–En Argentina no hay datos censales sobre religión. La primera encuesta probabilística sobre lo que implicaba el dimensionamiento de las instituciones religiosas se hizo hace diez años. Los datos de esa encuesta fueron de gran impacto porque no había información cuantitativa sobre la gravitación institucional de los distintos credos religiosos en la Argentina. Esa encuesta se pudo repetir recientemente, y aunque todavía no está procesada, eso datos permitirán ver la transformación que se dio en una década. En Argentina, la Iglesia Católica ha tenido, histórica, social y políticamente, un lugar de preponderante gravitación en las instituciones políticas, incluso en periodos muy complejos donde ha jugado claramente a favor de procesos autoritarios. Durante la última dictadura militar la iglesia católica fue cómplices con ese proceso, pero hubo sectores como los curas del tercer mundo y otros tantos que sufrieron muerte y persecución. El evangelismo hoy está muy en el piquete por el avance y crecimiento del pentecostalismo. La encuesta plantea un panorama en el cual hay un 76, 7% que se declara creyente católico frente a un 9% evangélico, del cual un 7% es de pentecostales. Eso es en Argentina. Hay países como Brasil, Chile o Guatemala donde los pentecostales han sido muy gravitantes, especialmente desde la década de los 80 hasta ahora. Pero ese no es el caso de la Argentina. En la Argentina ha habido un crecimiento evangélico pentecostal muy importante, pero no es comparable con el crecimiento de la iglesia evangélica en el Brasil, que ocupa el 20%, con bloques muy fuertes en la Cámara de Diputados y una participación muy importante de las mega iglesias.

–¿Qué relación existe entre las religiosidades y los posicionamientos más conservadoras de las iglesias?

–Las instituciones religiosas asumen posicionamientos muy conservadores, especialmente cuando convergen grupos católicos y de cristianos en torno a temas vinculados con la ampliación de derechos: la salud sexual y reproductiva, la laicidad, la separación de la iglesia del Estado, la legalización del aborto. Frente a estos temas, las instituciones religiosas se unen para hacer presión ante los Estados y asumen un rol fuertemente conservador. Por supuesto que siempre hay perspectivas heterogéneas, hay grupos evangélicos y católicos que tienen posiciones más abiertas. No están más los sacerdotes de tercer mundo, pero existen hoy los sacerdotes en la opción por los pobres, y también hay grupos evangélicos que tienen otra postura. Pero en este punto me interesa referirme no sólo a la fase institucional del creyente sino a la religiosidad, a la gente que no sólo cree en la iglesia católica o en la iglesia evangélica sino en el Gauchito gil, en San La Muerte, que cree en las animitas (pequeños santuarios donde ha sucedido un hecho trágico en un espacio público) y en la Pachamama y el carácter sagrado de la tierra. Hay creencias que están en primer lugar, como Jesucristo o la Virgen María (la devoción mariana es un tema clave en América Latina), pero luego coexisten un montón de otras creencias, desde los platillistas hasta los duendes, los ángeles, un montón de instancias que hablan de lo luminoso, lo sobrenatural o lo sagrado que está presente en la vida cotidiana de la gente. Las creencias religiosas terminan siendo un recurso simbólico de sentido fundamental de la gente. Y allí aparece, siempre en tensión, siempre con conflictos, lo intercultural. Comprender esta trama cultural en la que hoy estamos insertos requiere lenguajes y modos de investigación que constituyen un gran desafío para la Universidad.

Brenda Liener