HISTORIAS DE VIDA.

 

Dos días a la semana, desde hace casi 20 años, el aula 6 del Centro Cultural de la Universidad se tiñe de color terracota por una procesión abigarrada de cuencos y figuras que la puebla de murmullos. Allí, en los talleres de Rescate de la Alfarería Indígena del NOA, la profesora Ana María Zurita se empeña con sus alumnos en crear, al igual que nuestros ancestros, mundos armoniosos de arcilla, agua, aire y fuego.

 

–¿Cómo te convertiste en alfarera?

Desde chiquita me encantaba modelar, mis padres me incentivaron a estudiar y fui incorporando con facilidad las técnicas, como si las conociera de antes. Estudié unos años Artes Plásticas en la Universidad de Catamarca pero en realidad me formé en un proyecto de rescate de técnicas de alfarería indígena del NOA. Era la propuesta de un docente que trabajaba en la investigación y puesta en valor de la cultura alfarera de la provincia. Así conocí el arte cerámico de los pueblos, la simbología, los usos y formas de producción,y también indagué y reconocí mis raíces indígenas diaguitas y mi propia esencia. Luego expuse mis trabajos aquí y en otros países y fui reconocida como integrante del Instituto Cultural Indígena Argentino.

 

–¿Qué te trajo a Buenos Aires y cómo comenzaste con los talleres?

–Vine de Frías a exponer en el Salón de los Pasos perdidos del Congreso de la Nación por el aniversario de Santiago del Estero. Ahí surgieron contactos y decidí venir a trabajar difundiendo nuestra cultura del NOA. De casualidad vine a San Miguel y me hizo acordar mucho a mi terruño: la plaza, la iglesia, las calles, las casas y la calidez de la gente, y me quedé. A trabajar con la Universidad empecépor iniciativa de María Inés Mac Lenman y Hernán Alegría con un proyecto, en el año 2000, de circuito barrial (Sol y Verde, Manuelita y otros) con talleres orientados a difundir la alfarería como expresión originaria y como oficio. Participaron muchos jóvenes y adultos: se enseñaba a hacer las piezas pero también el horno y la cocción. Una manera de conocer nuestra historia, las raíces y de hacer perdurar un conocimiento ancestral. Luego de tres o cuatro años maravillosos de trabajo en los barrios ya comencé con los talleres en el Centro Cultural de la UNGS.

 

–¿Qué técnicas se aprenden? ¿Con qué elementos se trabaja?

–Las técnicas son variables de acuerdo a cada cultura: Aguada, María Belén, SantamarinaCondorhuasi, Chaco santiagueña, Hualfín y también incaicas y mayas. Todo es manual, se trabajan con herramientas de madera, sin torno, con greda roja (que es la nativa), la pintura (engobe) es a base de arcilla, minerales y fijadores naturales. El cochurado es en horno de barro (que se confecciona según la zona y los elementos naturales con los que se cuenta).Se comienza con lo utilitario y después se empieza a trabajar con réplicas de cada cultura: pucos, vasos ceremoniales, vasijas, urnas funerarias y otros objetos.

 

–¿Qué caracteriza o distingue a tus talleres?

–Lo más lindo es la comunión, el ambiente que se genera. Hay personas que vienen ya hace varios años. Cada uno viene al taller con una historia, pero luego de un tiempo empiezan a cambiar sus costumbres al estar en contacto con las piezas que elaboran: incorporan otros alimentos, otros tiempos y el respeto a la naturaleza. Yo los acompaño, les doy técnicas o conceptos, pero en los grupos aprendemos de todos. Cada uno tiene algo valioso para enseñar. Cada hora, cada minuto que le dedicamos a una pieza, nos conecta con los ancestros, con un modo de vida, una alimentación, con el agradecimiento a la madre tierra y al universo. Es mucho más que hacer alfarería. Estudiamos historia de cada cultura, simbología, técnica.

 

–En el jardín del Centro Cultural hay un horno de barro. Uno de los momenos más especiales es cuando se realiza la quema de piezas, ¿por qué?

–Cuando realizamos la quema, le ofrendamos a la madre tierra, a la pacha, todo lo que construimos en esos meses de enseñanza. Traemos ofrendas de flores, frutas y bebidas. A algunos al principio les parecía un ritual de secta, desconfiaban, pero luego entendieron que era un acto de agradecimiento. Al hacer una pieza estamos trabajando con la arcilla, el agua, el sol, el aire y el fuego, que tiene la última palabra. En esa pieza hay muchas horas de aprendizaje compartido. Entonces, el día de la quema es una fiesta, el más esperado. Cuando los alumnos tienen esa pieza entre las manos, ya no quieren regalarla ni venderla. Con ella incorporan también las costumbres y hábitos que esa pieza transmite. En sus casas también se hacen un espacio para modelar y hasta muchos tienen sus propios hornos hechos por ellos y los comparten con otros compañeros. De ahí pasan a tener huerta, a producir también algunos alimentos y los cocinan y presentan en sus ollas y cuencos de cerámica. Todo un círculo maravilloso.

 

Florencia Garófalo