POR FLAVIA TERIGI.

 

En “La escuela como revolución”1, analicé el proceso sociohistórico por el que llegamos a contar con sistemas escolares en todos los países, para ayudar a visualizar que, por mucho que nos cueste imaginar que la escuela puede cambiar, y por poco que podamos imaginar la vida social sin escuelas, la institución escolar es histórica, contingente, un pilar de la modernidad que, como tal, está en cuestión. También traté de poner de relieve el contenido revolucionario de la escuela: su potencial de escándalo, su “¿a quién se le ocurre?”2. ¿A quién podía ocurrírsele (digamos) en el siglo XVIII llevar a lxs chicxs a instituciones en las que podrían aprender todo, con adultxs especialmente preparadxs para enseñarles todo, en los años de una infancia que no existía, sino que comenzó a ser conceptualizada de este modo como parte del proceso que configuró a la escuela?

Pues bien, en 2020 la larga e interesante historia de este escándalo muestra por primera vez una desescalada inédita en la asistencia escolar, como parte de los esfuerzos para contener la declarada pandemia de COVID-19, debida al virus SARS-CoV2 pero que no se explica sin las condiciones sociohistóricas que codificamos por comodidad como capitalismo globalizado. En Argentina, una semana antes del aislamiento (DECNU-2020-297-APN-PTE), el Ministerio de Educación, con acuerdo del Consejo Federal de Educación, determinó la suspensión de las clases presenciales en todo el territorio nacional (RESOL-2020-108-APN-ME). Otros países tomaron la misma decisión, con distintos ritmos, lo que ha tenido como efecto inmediato que, según la UNESCO, 1.300 millones de escolares y estudiantes universitarios no tienen clases.3 Es una escala de la inasistencia escolar que nunca antes había sucedido; es un suceso extraordinario, en el que no concurrir a la escuela (a esa institución que tiene como una de sus funciones el cuidado de lxs humanxs más jóvenes) pasó a integrar las políticas de cuidado.

Donde se pudo, la suspensión de clases fue paliada por un proceso que, para ser sucintxs, llamaremos indistintamente “educación en la virtualidad”, “educación remota” o “educación a distancia”, sin dejar de advertir que son términos con alcances diferentes en el lenguaje especializado. Hay un modo en que no lo denominaríamos: “homeschooling” o “escolarización en el hogar”, porque, si bien no tiene un significado único, en todos los casos el término designa elecciones que, desde hace décadas, realizan madres y padres que reaccionan contra los sistemas escolares y deciden tomar a su cargo la enseñanza a sus hijos en sus hogares. La desescolarización que vivimos en la actualidad no es una elección sino una situación forzada por una pandemia; y lo que está teniendo lugar (insistimos: donde se puede) no es educación a cargo de madres y padres sino educación comandada por la escuela y concretada en el hogar con la mayor o menor colaboración de lxs adultxs responsables de la crianza de lxs alumnxs.

La desaceleración global de los sistemas educativos y las experiencias novedosas sobre la educación en el hogar comandada por la escuela ponen de manifiesto que esta última –a la que tanto se denuesta en tiempos de habitualidad– es una institución central en la organización de la vida social. No solo porque “prepare para la vida en sociedad”, sino porque forma parte de su organización. Muchas cosas se han trastocado en estos tiempos, una de ellas es la concurrencia masiva de lxs niñxs y adolescentes a la escuela. Extrañamos a la escuela, querríamos que lxs niñxs estuvieran en la escuela y no todo el día en casa, y advertimos que aquel éxodo masivo del hogar a la escuela4 que se producía cada día del ciclo lectivo regular abría para lxs concurrentes un universo de experiencias distintas de las que pueden tener en sus ámbitos domésticos de crianza. Se han hecho más visibles las funciones de socialidad y cuidado que cumple la escuela, precisamente cuando el cuidado ordenó controlar la distancia social y cerrar las escuelas. Algunos especialistas sostienen que se está produciendo una revalorización de la docencia5, no sabemos qué tanto esto sea así, pero hemos aprendido, de manera un poco abrupta, que en la escuela no solo se enseña.6

En cuanto a la enseñanza, la respuesta inicial a la suspensión de las clases fue, desde nuestro punto de vista, apegada a la forma escolar o, mejor dicho, a las representaciones sociales sobre la forma escolar. Eso tiene su lógica: las respuestas de los sistemas educativos en esta crisis no pueden ser muy distintas de los recursos conceptuales con los que se cuenta y, en un primer momento, pareció que ofrecer sucedáneos de la clase presencial sería el mejor modo de contener la situación. No existe todavía un panorama de la variedad de formas de enseñar que se han configurado mientras “seguimos educando”7, pero es experiencia de muchxs docentes y familias que, mientras van descubriendo la variedad de materiales y aplicaciones disponibles on line para colaborar con la enseñanza y el aprendizaje, dar “tareas”, recibirlas y corregirlas se convirtió en la estrategia más frecuentemente reproducida. En el caso argentino, todo se ha hecho más difícil porque las clases apenas habían comenzado y el vínculo con lxs docentes (y, en muchos casos, el vínculo con lxs compañerxs) estaba apenas iniciándose. No pasaría mucho tiempo sin que esa primera respuesta escolar mostrara sus límites: las tecnologías permiten sostener una conexión, pero la escena que se produce retiene solo una parte de lo que hace la clase en el aula.8 Es una escena distinta, en la que suceden otras cosas, y tanto familias como equipos docentes están aprendiendo sobre ello en la marcha. Así como hemos llegado a advertir que en la escuela no solo se enseña, hemos aprendido que enseñar es una tarea especializada, que no es fácil ni grato para lxs alumnxs hacer tareas que no entienden y que completar tareas no garantiza aprender.

Hay algo más que estamos aprendiendo: las tecnologías ofrecen una condición fenomenal para poder mantenernos en contacto y para tratar de producir de otra forma algo del orden de la enseñanza, pero las expectativas puestas con frecuencia en lo que podrían hacer para reemplazar a la escuela están muy lejos de cumplirse. No se trata solo de que las brechas tecnológicas (en dispositivos y en conectividad) y las de uso profundicen desigualdades existentes, sino de que las tecnologías no pueden –si alguna vez lo harán, no es ahora– ya no digamos imitar a la escuela (no parece un objetivo deseable), sino producir un entorno comunicativo en el que no se pierdan algunos de los efectos valiosos que esta logra o puede lograr por el simple pero históricamente revolucionario recurso de la copresencia. Faltan cosas que suceden cuando estamos juntxs: faltan las explicaciones de lxs docentes mientras monitorean en los gestos si lxs estudiantes lxs están escuchando y entendiendo, faltan comentarios y correcciones que lleguen en momentos oportunos, faltan lxs compañerxs con quienes y de quienes es posible aprender, las formas de diálogo típicamente escolares y, claro, falta otra vivencia de la corporalidad.9 Las tecnologías permiten otras formas de la experiencia humana; las que permite la escuela, al parecer, no se reemplazan.

No sabemos cuándo vamos a volver a las escuelas, pero sabemos que falta mucho (en escala de ciclo lectivo, semanas es mucho) y que tal vez no podremos volver al unísono: posiblemente tendremos que hacerlo por grupos, por parte de la semana y de la jornada escolar, por zonas, y tendremos que generar y consolidar nuevas formas de trato interpersonal y de cuidado de la salud que cambiarán algunas prácticas usuales. También tendremos que pensar (y hay que pensarlo desde ahora) cómo coordinar lo que pueda haberse aprendido en este tiempo sin clases con lo que hará la escuela en sus clases presenciales retomadas. Con todas las dificultades que aquella logística y este problema curricular entrañan, es lo que más fácilmente se nos presenta como lo que tenemos que pensar para la vuelta. Por nuestra parte, invitamos a pensar también algo menos obvio: cómo vamos a dar lugar a la elaboración colectiva de esta experiencia extraordinaria. Revalorizadas sus funciones de socialidad y cuidado, la escuela, que volverá a ser lugar de encuentro, deberá hallar los modos de ofrecerse como un ámbito donde quienes vuelvan puedan llevar su registro de la experiencia, encontrarse con otros registros, y hacer juntos una elaboración compartida, del orden de la humanidad. La escuela también es eso.

 

Notas:

  1. Clase del ciclo “Sublevaciones” producida y emitida por UniTV, el canal de televisión de la UNGS.
  2. Retomé para ello una idea de la clase de Federico Galende, en el mismo ciclo.
  3. https://en.unesco.org/news/13-billion-learners-are-still-affected-school-university-closures-educational-institutions.
  4. Retomamos la lograda imagen que propone Jackson en el inicio de su “La vida en las aulas” (1968, edición española de 1991 por editorial Morata).
  5. En el reciente panel “¿Cómo será mañana? Desafíos para los sistemas educativos en una América Latina post pandemia”, concretado por el Programa Educación, Conocimiento y Sociedad de FLACSO Argentina el martes 28 de abril de 2020, Renato Operti (Uruguay) propuso la categoría “educadores apreciados” y Christian Cox (Chile) identificó en la “nueva complicidad”, “nueva comunidad formativa” entre familia y escuelas una gran promesa para la educación post crisis.
  6. No nos referimos en este caso a que las escuelas realizan además funciones de asistencia como parte de las políticas de cuidado (por ejemplo, son parte activa de la entrega de alimentos a las familias en situación de mayor vulnerabilidad), pero no querríamos dejar de señalar que eso también sucede en este período sin clases.
  7. El Ministerio de Educación de la Nación, Educar S.A. y Contenidos Públicos S.A. crearon (Resolución N° 106/2020) el portal seguimoseducando.gob.ar, como veloz respuesta a la suspensión de las clases presenciales en los niveles inicial, primario y secundario.
  8. En una próxima nota vamos a proponer aportes para analizar el problema pedagógico y didáctico que se genera cuando no hay clases en las aulas.
  9. En una reciente videoconferencia, Inés Dussel señalaba, entre otros aportes interesantes para pensar la situación educativa en la que nos encontramos, que la escuela es una institución multimodal, ligado ello a la corporalidad que se pone en juego (posible, recordemos, por la asistencia sincrónica), y que las tecnologías todavía no logran esa multimodalidad. Véase “La clase en pantuflas”, videoconferencia de Inés Dussel organizada por el Instituto Superior de Estudios Pedagógicos de Córdoba el jueves 23 de abril de 2020.

 

05/05/20