CULTURA Y MEDIOS.

 

Nos aconteció el horror concentracionario. No dejó de tener efectos en los años siguientes. Implantó el terror como prótesis en los cuerpos y como límite a las insurgencias futuras. Nos aconteció y quedó flotando la pregunta de cómo fue posible, en qué zonas de la vida social se tramó, a qué poderes obedeció. Lejos de producir el silencio, proliferó la palabra y se desplegó el arte y crecieron las vidas militantes. Un trabajo de desmonte y de confrontación insomne, de los activismos de derechos humanos y de la cultura en general. Escuchamos las palabras de las y los sobrevivientes y las de sus deudos. Supimos que volvían a emerger, cada vez, para decir que era necesaria una refundación ética del Estado. Continúan haciéndolo en los juicios por delitos de lesa humanidad. Hilan con sus voces una zona en la que es posible seguir reclamando justicia. Basta escuchar a una visitante habitual de esta universidad, Iris Avellaneda, para comprender que además de lo que dice, su voz manifiesta una certeza: el duelo es combustible de la pelea, no su contrario. Iris sobrevivió a la detención en Campo de Mayo, pero no su joven hijo Floreal. Nunca se sabe por qué alguien sobrevive, cuando la decisión sobre cada vida está en manos de un poder arbitrario y total. De El campito sobrevivió, fugándose, Cacho Scarpatti, y a su memoria precisa se le debe la reconstrucción de un lugar cuyos edificios habían sido demolidos para no dejar pruebas.

Palabras, imágenes, tonos, desplegados por la implacable valentía de quienes decidieron hacer de su sobrevida una deuda con la justicia hacia los muertos. Y también, de la justicia frente a las vidas dañadas del presente. Porque así como se liga el duelo y la potencia, también sabemos que no hay justicia sobre el presente sin ese cuidado capaz de preservar la memoria de lo ocurrido. La refundación de la Comisión de Derechos Humanos en la Universidad permite sostener una conversación plural alrededor de este compromiso, que atraviesa a todos los claustros y que pone en juego la definición presente en el Estatuto: los derechos humanos son el marco político, ético y formativo de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

Sobre esa piedra indiscutible se construyen múltiples modos de recordar: artísticos, activistas, culturales, literarios. La generación de les hijes produce una serie proliferante de obras, que si tuvo momentos fundacionales en el cine con Los rubios de Albertina Carri o hitos literarios como Los topos, 76 o Campo de Mayo, de Félix Bruzzone, no deja de multiplicarse, de modos querellantes, díscolos, vanguardistas. Se trata de un repertorio muy heterogéneo de obras y también de actitudes filiales, que no se privan de enojo, amor, temblor. Nicolás Arrúe realiza la obra-instalación Presencias (que se inaugura el 12 de marzo en el Multiespacio). Sombras de una familia, imágenes de una niñez arrebatada, la presencia inmaterial y difusa, contundente pero inasible, de les detenides-desaparecides. Su padre, Horacio Arrúe, fue visto en El campito y nunca más apareció. La obra no presenta el horror sino esa presencia que no es tal, la huella en la memoria, el hueco del cuerpo, el vacío y la sombra. Eugenia Guevara escribe un libro estremecedor, Veintiocho: sobre la desaparición. Es su historia como hija de una detenida-desaparecida, Nilda Beatriz Salamone, que tenía 28 años cuando desapareció. Eugenia tenía 28 cuando lo escribió. Y dentro de ese libro arduo y dolido, incluye un texto de memorias que su madre secuestrada escribió en la Brigada de Investigaciones de La Plata, en 1977, y logró sacar del cautiverio. Son memorias familiares pero también la historia de una conversión: Nilda, en manos de sus captores, escribe su arrepentimiento respecto de la vida militante. No habrá acto de amor filial más profundo que aquel que permite comprender ese abismo y abrazar, a la distancia, a esa otra joven que padeció el horror. Dentro del proyecto Espectares, Eugenia Guevara realizará conferencias performáticas basadas en su libro.

Pensar la justicia hacia el pasado es necesario para evitar la ceguera ante la injusticia del presente, los modos en que persiste una herencia ominosa. El 30 de marzo se proyectará ¿Quién mató a mi hermano?, documental sobre la desaparición y muerte de Luciano Arruga, y durante todo el mes, en el Museo Imaginario, se exhibirá la muestra “No, un grito sagrado”, de fotografías de Pepe Mateos. Mateos fue quien, en junio de 2002, logró captar con su lente el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Imágenes que actualizan, cada vez, la defensa de los derechos humanos, y que hacen de nuestras apuestas culturales modos de pensar en común.

María Pia López

 

Instalación Presencia, de Nicolás Arrue / Fotos:Pelu Fernandez.