PERFORMANCE TEATRAL.
El director Silvio Lang estrenó en las instalaciones de la UNGS una performance teatral y rítmica en torno al poemario que Roberto Jacoby y Syd Krochmalny escribieron en base a los brutalmente ofensivos comentarios online de los lectores y lectoras de las versiones digitales de La Nación y de Clarín. La obra se llevó adelante junto a la Organización Grupal de Investigaciones Escénicas y estuvo acompañada por la instalación “Diarios del Odio”, coordinada por el curador Gabriel Rodríguez, que se exhibió en una de las salas de exposiciones del Multiespacio Cultural de la Universidad. Sendas mesas redondas llevadas adelante tras las dos presentaciones realizadas en el campus de la Universidad permitieron discutir el valor y las enseñanzas de la provocadora acción cultural que se comenta en estas páginas, co-producida por la UNGS y el Centro de Investigaciones Artísticas, con la producción ejecutiva de Madriguera y el apoyo de “Fábrica Perú” y “Sala de Máquinas”.
Indagación escénica y musical
La expresión “Diarios del odio” nos hace sentir un vago efecto de redundancia: como si descubriéramos que las cuatro letras de “odio” no sólo están incluidas en la palabra diario sino que quedara en evidencia que en su significado hay algo inherente a la gran prensa de masas. Y ese odio nunca se hizo más manifiesto que en la zona de comentarios de lectores de las versiones digitales de los dos diarios de mayor circulación en Argentina, Clarín y La Nación, el material base de diversas intervenciones culturales que se articularon en nuestra universidad.
La muestra “Diarios del Odio” partió de una idea de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, llevada a cabo en Casa de la Cultura del FNA en la ciudad de Buenos Aires, curada por Mariela Scafati, en 2014: se recogieron, entre esos “comentarios”, las muestras más representativas de ese odio, que tenían como objeto desde las figuras del gobierno anterior hasta los diversos sujetos sociales que en algún punto se consideraban asociados con ese gobierno, y se cubrieron con ellas las paredes internas de la Casa de la Cultura. Ese material fue base para los poemas de Jacoby y Krochmalny, organizados tomando como eje los diversos objetos del odio (“Argentina negra”, “Bajaron los cuadros”, “Identidad de género”, “Prostitutas subsidiadas”, etc.), armados y editados con la participación de Gerardo Jorge y publicados en N Direcciones. Hoy, en un contexto político nacional muy distinto, María Pia López, desde el Centro Cultural de la UNGS, organizó un evento en el que se articulan la muestra de origen y otras manifestaciones que se fueron generando a partir de la obra de Jacoby y Krochmalny: se volvió a montar en el Multiespacio la muestra, ahora curada por Gabriel Martín Rodríguez, se presentó el libro y se estrenó en nuestro campus la “indagación escénica y musical” Diarios del Odio del grupo Orgie, se organizaron mesas de debate sobre el tema, con la participación de Silvio Lang –el director de la performance–, Américo Cristófalo, profesores de la UNGS, los responsables de la muestra y del libro.
Como se ve, fueron muchas las personas involucradas en estas actividades. Si ciertas actividades artísticas, en contextos políticamente reaccionarios como el actual, pueden interpretarse como gestos de “resistencia” frente a los discursos sociales dominantes, gracias a esta intervención múltiple y articulada se constituye desde la universidad pública un espacio de generación de respuestas y de discursos alternativos que superan el matiz minoritario o encapsulado del término resistencia.
Los “Comentarios” que podemos individualizar como los “enunciados del odio” son textos escritos, virtuales, fragmentarios, anónimos; la escena de lectura en la que día a día nos encontramos frente a esos comentarios es solitaria, privada, normalmente a deshoras: delante de la computadora, cuando entramos a los diarios, leemos esas frases, una tras otra después de las notas de los diarios, y vemos las diversas manifestaciones de odio racial, de género, de clase. Las actividades en la Universidad de las que fuimos testigos y participantes consiguen sacarnos de esa escena aislada de lectura y nos colocan en una experiencia colectiva de recepción, en estas producciones con lenguajes y soportes muy diversos: el grafiti en la muestra, la poesía, la música, la danza; se sale del soporte meramente escrito al oral, del virtual al impreso, de lo lingüístico a lo corporal en las coreografías del grupo Orgie, de la monocromía de la página del diario a la pintura sobre los cuerpos de los bailarines, de la pasiva y solitaria constatación de la presencia del odio a la reflexión en voz alta mientras se circula por la galería del Multiespacio, en las mesas de debate, entre los que circulan por el campus o en los sitios virtuales de los alumnos de la universidad.
Desde la famosa frase “Viva el cáncer” en las paredes de Buenos Aires de setenta años atrás hasta el presente, las tecnologías de la comunicación digital nos permiten tener acceso a un cantidad inmensa de “enunciados del odio”. Y las tecnologías que dan lugar a esas voces nos permiten también recoger ese archivo y trabajar con él, como lo hicieron Jacoby, Krochmalny y Jorge. Lo literario surge por un efecto de montaje: se supone que en principio los “poemas” escritos con esos materiales respetan lo efectivamente escrito en los foros, sólo se reordenan, se subdividen en temas, se trabaja con la masa gráfica y el ritmo del conjunto. En la indagación escénica, se juega con el lenguaje, se musicaliza y se canta a partir de esos textos, y se crea también una escena de danza en que no aparece el lenguaje verbal pero que se conecta de diversos modos con los textos originales: se recrean diversos tipos de rituales vinculados con la presencia de los cuerpos en instancias de lo masivo, desde la danza se actúa y se manifiesta lo corporal en escenas que suelen ser objeto de odio.
Además de la dimensión documental de estas operaciones, se efectúa una operación estético-política que dialoga con una línea temática que atraviesa la cultura argentina desde siempre. La violencia contra el otro en el lenguaje, correlato de formas de violencia sobre los cuerpos, con apologías de la exclusión económica y social, de la represión política, de la tortura (el “odio” no lleva al deseo de la eliminación del otro sino que necesita su proximidad permanente como objeto de sumisión y vejación), es un eje de la literatura argentina que atravesó los siglos XIX y XX y continúa en el XXI. En la cualidad dialógica de cualquier enunciado artístico, la incorporación de la voz del otro se produce de diversas maneras, y estas muestras, canciones, poemas, dan una forma a ese goce oscuro que se manifiesta en nosotros cuando, leyendo los diarios digitales, no podemos evitar bajar hacia esa zona de “Comentarios”, ese espanto y esa fascinación que sentimos por esas voces que nos recuerdan que un sector de nuestra sociedad está esperando y estimulando un contexto en que podamos ser silenciados, sometidos, tal vez eliminados.
Eduardo Muslip
OPINIÓN.
Lenguaje y performatividad
Días pasados, después de cursar, me quedé viendo una sugestiva muestra artística basada en el texto “Diarios del Odio”. El texto está basado en múltiples comentarios online de lectores, principalmente del diario La Nación. Más allá de la magnífica puesta en escena, me quedé pensando en un concepto vertido por Américo Cristófolo en la charla subsiguiente. Américo planteó la idea, en primer lugar, de que el odio, visceralmente manifiesto en cada uno de estos comentarios, no es una negación del lenguaje sino que es propio y constitutivo de él. Es decir: el sujeto constituye y es constituido por el lenguaje, y el odio es una expresión más de esta relación dialécticamente asimétrica. Pero no es solo el impacto de la brutalidad misma de las frases lo que hace que a uno se le erice la piel. Es además el tiempo y el espacio en que ese tipo de lenguaje se constituye y retroalimenta: en el centro de poder comunicacional. No es casual ni aislado: es concreto en el sentido marxista, es un todo. Y de aquí se deriva lo segundo que enunció Américo: la performatividad. El carácter performativo de este tipo de enunciados hace de ellos algo aún más atroz. Porque implica la propia acción de lo que enuncia. Se habla odiando, se vive odiando. Y eso, lejos de ser una negación del lenguaje, estructura una cadena de sentido que hoy se institucionalizó en el gobierno nacional. No de manera linealmente refractaria, ni tampoco de manera totalizadora, pero sí como expresión de sentido, morigerado por artilugios comunicacionales bananeros. Y eso preocupa, porque ese lenguaje sostiene y legitima una acción, hoy de gobierno. Ese odio, ese lenguaje, hoy tiene canales institucionales dispuestos al diálogo. Por astucias propias de la razón en la diaria y en el falso discurso zen de quien preside, esto es un poco más difuso. Articulado, además, por dispositivos de control comunicacionales que ya no estoy tan seguro de que sean formadores de opinión de arriba hacia abajo, ni potenciadores de un discurso, porque son ellos mismos los que están potenciados en la enajenación de sus lectores. De las muchas frases espantosas una por sobre todas me atravesó: “¿Por qué las viejas usan un pañal en la cabeza?” La frase le tocó enunciarla curiosamente al artista que más me llamó la atención entre todos por el grado de enajenación que expresaba su cuerpo que solo puede ser correspondida por el odio. Ese muchacho logró accionar lo que decía. Luego la leí en el recinto. La fotografié y la grabe en mi retina pensando en estas líneas. Me prometí un hermetismo cibernético. Me acosté con una sensación de amargura en medio de la “unánime noche”. Y esperaba que esa sensación continuara, porque no se puede escribir sin sentir. Pero nuevamente una astucia de la razón o una caricia de la providencia o el amor indefinido de las abuelas me arrebataron caprichosamente esa sensación: “Las abuelas encontraron al nieto 122”, leí en las redes al día siguiente, burlándome de su inmediatez, si las mismas que abrigan el espacio para el odio, en ellas encontré una de las formas más bellas de amor: la tristeza reconvertida por la lucha política en amor. Y si el odio implica y constituye una forma del lenguaje, el amor también. Y la performatividad de la frase “Las abuelas encontraron al nieto 122” sin dudas implica una acción mucho más potente que las anteriores. No es un mensaje evangélico y menos una “suturación” del amor al odio. No, claro que no. Pero al menos podemos guarecernos en el amor de esos pañuelos, en lo noble de la acción, disputándole día a día en cada instante los lugares que el odio pretende arrebatarnos y hoy bajo máscaras y teatralidades nos gobierna.
Tomás Armani