DIEGO ARMANDO MARADONA (1960-2020).

 

La muerte de Diego Maradona estremeció a la sociedad argentina y nos conmovió a todos y a todas. En la UNGS lo despedimos con dolor, con respeto, como al mito doliente de un país y como a uno de los nombres de lo que compartimos, y lo recordamos juguetón, insolente, barrial, inventor de grandes jugadas y de grandes frases. La autora del ensayo que se entrega a continuación es Profesora Universitaria de Educación Superior en Historia, Diplomada en Géneros, Políticas y Participación por la UNGS y en ESI por la UNSAM y docente de “Perspectiva de géneros: aportes y debates” en el Instituto del Conurbano de la Universidad.

 

El 25 de noviembre estaba a punto de salir por Zoom en las Jornadas “Intemperie” organizadas por la Universidad y me choqué con la noticia. Había muerto Diego Armando Maradona. ¿Qué hago con esto? –me dije–. No puedo hablar de Educación en pandemia como si nada, si tenía compañeres que lloraban frente a una cámara en la reunión virtual que nos esperaba. Entonces rápidamente recordé la primera anécdota que me vinculaba al Diego… Dando clases en un barrio precario del conurbano, en un 5º año, intentaba que mis estudiantes conocieran la Revolución Cubana. Difícil tarea. Esos pibes no sabían de qué hablaba. Se me ocurrió preguntarles si alguna vez le habían visto los tatuajes a Maradona. En un solo grito, mis estudiantes supieron que esos personajes de barba eran el Che y Fidel. ¿Cómo hacemos entonces? Diego fue, entre otras cosas, el ícono de la cultura popular argentina. Soy historiadora y casi geógrafa, y sería ingenuo de mi parte desconocer su rol.

Nací, crecí, estudié y trabajo en una ciudad pobre, en uno de los partidos más carenciados del Conurbano. Pertenezco a la clase obrera que todos los días se enfrenta a la pobreza estructural que nos condena a creer que por nuestra clase social no merecemos nada: ni una antena de DirecTv, ni una educación de calidad, ni una alegría futbolera. Y si sos mujer… No merecés nada. Solo dedicarte a las tareas de cuidado, impagas y no valoradas. Soy hija de dos obreros que me enseñaron a defender a mi clase social, y con el tiempo entendí que la mejor manera de hacerlo era con el feminismo popular. ¿Cómo sería posible pensar en un feminismo territorial, de base, popular, si no tengo en cuenta a personas como Maradona, que reflejan exactamente lo que es vivir en el Conurbano? Los feminismos hoy nos hacen ver absolutamente todo con otras lentes, desde el amor, desde la pasión, desde los derechos, pero también desde la crítica a esta realidad… ¡Y qué triste sería si así no fuera!

La movilidad social ascendente es un objetivo bastante lejano para nuestra clase, y más aún si no tenemos las oportunidades para ello. Como educadora, sostengo que el acceso a la educación pública, gratuita y de calidad es un eslabón fundamental en el desarrollo de cada persona y de un Estado que pretenda terminar con las desigualdades. Hoy más que nunca podemos ver cómo los contextos inesperados y adversos nos cambian los planes y debemos ajustarnos a ellos. Pero allí estamos, les docentes haciendo malabares para que ninguno de nuestros “Diegos” abandone la escolaridad. Porque Diego fue eso, la excepción y la regla: el sueño de la salvación por el talento, por lo que nos gusta hacer y nos puede “sacar” de la marginalidad, pero también la constante de despertarnos todos los días en un mundo injusto que nos hace elegir a quién darle de comer día a día.

Intentar analizar la historia de Diego, sus virtudes y sus errores, no habría sido posible si no estuviéramos rodeada de compañeras feministas: ¿Maradoneanas y feministas? Pues claro. Cientos de notas hemos leído en estas semanas respecto de este tema. Casi como “policías de la moral” entre nosotras, entre aquellas que sabemos lo que es vivir en un mundo que es desigual por donde lo mires. El análisis interseccional tenía que ser, a mi parecer, la forma de ver a Diego: pensar en su clase social, en la constante denominación como “negro” en los medios de comunicación, y su vinculación con las mujeres. Nadie acá se olvida ni desconoce su historia, y es justamente por eso que la reivindicamos, la criticamos y la llevamos como bandera. Este año, en el contexto del aislamiento comencé a ser parte de “Feminismo Xeneize”, una agrupación de bosteras que peleamos por terminar con las relaciones de poder desiguales en el Club Atlético Boca Juniors. ¿Ambicioso, verdad? Seguramente, pero nos mueve el deseo. Nos mueven las ganas de cambiarlo todo, y militamos desde el feminismo popular, disidente y territorial. Es imposible negar el lugar que nuestro país ocupa el fútbol, lo que significa en los barrios, en las escuelas, la vinculación que tiene con las mujeres y lo mucho que hemos luchado para ocupar los lugares que hoy nos hemos ganado.

Todo eso hoy me lleva a analizar las cosas de otra manera, a aceptar que mi único carnet en la vida es el de socia e hincha del Club al que pertenece mi madre (porque rompimos hasta esa idea patriarcal de “Soy de Boca como mi viejo”). Entendí que no tengo por qué darle explicaciones a nadie, simplemente actuar desde la empatía y el respeto tal como lo enseño en las aulas. Que mi feminismo bostero, popular, disidente, lo construyo y lo deconstruyo todos los días, con cada paso nuevo que doy, equivocado o no, aprendiendo de otres. Que la docencia fue el camino que elegí para destruir esas masculinidades hegemónicas que tanto daño nos hicieron. Que envidio profundamente a quienes tienen las cosas tan claras en la vida como para no equivocarse jamás. Que no quiero ponerme jamás en ese lado de decirles qué pensar, contra quién, acusar con el dedo: no es ese el feminismo que al menos yo pretendo construir. Que un ídolo no es lo mismo que un ejemplo, que Dios no existe y poner en un pedestal a alguien no sirve. Que las estrellas de los deportes pueden estar comprometidas políticamente: con los  sindicatos que deciden armar, con quienes nos gobiernan, con la sociedad que soñamos, con la Patria Grande. Que machos patriarcales, violentos, manipuladores, abusadores y padres irresponsables hay miles: a este lo conocimos y le pusimos nombre, pero el problema es estructural y nadie sale a decirlo. Que el problema de las adicciones aún sigue siendo tabú, pero rompe la vida de cada unx de nuestros pibes en los barrios precarios, las villas, con la complicidad de quienes perpetúan el negocio. Que vivo en una sociedad hipócrita que jamás dejará de criticarme: por feminista, por “machona”, por conurbana, por docente, por vegetariana, por lo que sea. Y no dejará de hacerlo ni a mí ni a lxs que me rodean. Que hoy entiendo un poco más lo que significaba para mi familia, mis amigxs, mis compañeras de militancia, semejante personaje como el Diego.

Maradona nos habilita a hablar. Nos da el paso para exigir Educación Sexual Integral en todos los niveles educativos, que nos ayude a terminar con los abusos en las infancias y las adolescencias, con la explotación de nuestros cuerpos sea en el deporte que sea, allí donde sobreexigen a las personas por el negocio que conlleva, así como en la prostitución de mujeres de distintas edades. Necesitamos ESI para destruir toda esa masculinidad a la que renunciamos para siempre y formar una nueva. Aprender de Diego también es asumir sus errores y no condenar a nadie a ese destino de varones hegemónicos que pueden hacer lo que quieren solo por tener poder adquisitivo.

Diego nos tiene que dar la fuerza para exigir que se aplique la Ley Micaela en los clubes, para terminar con el patriarcado allí también, ir a la cancha sin miedo, cortar con los “rituales” que usan a las mujeres como objeto, que denigran nuestras identidades disidentes, y no solo en el fútbol, sino en todos los deportes masculinizados; para que las mujeres y disidencias formemos parte de las comisiones directivas y decisiones de nuestros clubes.

Una canción de una banda, que también me presentó contradicciones en los últimos años, decía “Diego me enseñó a no hacerme drama, que al que no abre la cabeza, no le crece el corazón”: cada une recordará este día como mejor le parezca. Yo lo voy a recordar como el hombre que representa todo lo que amo y odio: porque si compañeres, las feministas, tenemos pasiones y las merecemos. Nos ganamos hasta ese lugar, el derecho al goce, a la pasión futbolera y a la admiración crítica de quienes hicieron su vida pública.

Tamara Martínez Ortiz