POR RICARDO ARONSKIND.

La actual coyuntura local y mundial es, además de los difíciles momentos y las lamentables pérdidas que vive la inmensa mayoría, una ocasión para aprender y sacar enseñanzas para futuras políticas públicas en los más diversos terrenos.

 

¿De dónde veníamos?

El capitalismo global viene arrastrando desde hace aproximadamente 40 años una situación estructural compleja: si bien es capaz desde el punto de vista tecnológico de producir cada vez más bienes y servicios, desde el punto de vista distributivo es incapaz de generar un reparto de la riqueza global que permita absorber ese riqueza producida, porque esta etapa actual del capitalismo se fundó en una derrota de los trabajadores y sus conquistas. Eso genera permanentes intentos de resolver ese desequilibrio mediante artilugios financieros, otorgando créditos –a países, empresas y particulares– que son impagables y provocan crisis posteriores. Entre esos artilugios transitorios, los más importantes son las llamadas “burbujas” financieras, porque son masas de activos financieros que pretenden representar un volumen de riqueza que está “vacío” en su interior. Esa riqueza, en buena medida ficticia, está llamada a “explotar” en algún momento, debido a algún acontecimiento que obligue a transparentar la situación. Pero transitoriamente cumplen la función de estimular la economía, en reemplazo de lo que debería ser la genuina capacidad de compra de las mayorías.

En 2008 presenciamos explícitamente una situación de ese tipo –la crisis de las hipotecas “truchas” norteamericanas– que impactó en todo el mundo, y que no fue resuelta en forma sólida, sino tratando de tapar sus consecuencias y promoviendo otra nueva “burbuja” financiera, que llegó hasta comienzos de 2020. Los principales países de occidente presenciaron durante una década la suba incesante e injustificada de las bolsas de valores, ya que las acciones subían mucho más que la situación real de las empresas. Esta situación era promovida por los bancos centrales respectivos a través de la inyección masiva de moneda. Parte de esta moneda se usaba para aumentar el valor de las acciones y satisfacer la demanda de valorización de los accionistas. Las empresas productivas, en vez de invertir, utilizaban créditos para comprar sus propias acciones y hacerlas subir. En síntesis, poca producción y mucha concentración de la riqueza gracias a la especulación financiera.

Como en 2008 no hubo una respuesta de fondo a esa crisis financiera global, lo que ocurrió en la década siguiente en el mundo fue un proceso de crecimiento pobre y la agudización de las tensiones comerciales internacionales: muchos países compitiendo por mercados parcialmente estancados. De hecho, la discusión económica durante 2019 era si 2020 sería un año de muy bajo crecimiento o directamente recesivo, con retroceso de la actividad económica.

Además, y en el contexto estructural antes descripto, continuaba el conflicto de Estados Unidos con China. A pesar de que hacia fin del año 2019 se firmó un acuerdo parcial para detener la escalada de sanciones comerciales mutuas, la base del conflicto permaneció inalterada: se trata de un conflicto geopolítico de grandes magnitudes, en el cual una enorme potencia ya instalada, EEUU, se opone a la emergencia de otro gran poder económico, político y tecnológico, China.

EEUU percibe a China como un virtual enemigo estratégico. La potencia norteamericana sigue paso a paso todo lo que ocurre en China. Hay un fuerte debate interno en la dirigencia estadounidense sobre cómo posicionarse frente a los chinos. Las sanciones norteamericanas contra la enorme empresa de telecomunicaciones china Huawei y sus avances en tecnología 5G hablan del nivel de confrontación al que se ha llegado, que no es sólo comercial, sino –desde la perspectiva norteamericana– por la supremacía mundial.

Es ese mundo “burbujeante”, financieramente frágil, políticamente tensionado, el que recibió con sorpresa la expansión mundial del COVID 19.

 

Una situación excepcional

El virus fue el famoso “cisne negro” al que le temían los especuladores financieros, conscientes de la fragilidad del andamiaje en el que reposa su riqueza y de la burbuja de valor en la que prosperaban. Desoían las advertencias de la OCDE y del propio FMI, organismos que señalaban la existencia de una situación anormal de incremento del precio de acciones y de la propiedad inmobiliaria. La irrupción del virus y la amenaza de una mortandad extendida y en plazo breve llevaron a adoptar políticas de aislamiento social en todo el mundo. El tipo de respuesta social-sanitaria que se pudo definir, dada la imposibilidad transitoria de contar con una vacuna, permitió controlar el estallido, pero al mismo tiempo paralizó parcial o completamente una gran cantidad de ramas de la actividad económica.

A pesar de la tendencia empresaria a ampliar ganancias en cualquier contexto, desde el poder político se optó por aplicar las medidas opuestas: por sobre el mandato “sagrado” de la acumulación de capital se impuso un criterio social de protección de la vida. No en todas partes fue unánime la respuesta, ya que los dirigentes políticos más vinculados al mundo empresarial intentaron minimizar las medidas sanitarias, para no “frenar” la economía. Es lo que ocurrió, por ejemplo en el Norte de Italia, o en Estados Unidos, y lo que sigue ocurriendo hoy en Brasil. Sin embargo, en el planeta se impuso, como criterio general, aceptar el sacrificio de producción y empleo a cambio de no tener cientos de miles de víctimas adicionales.

Al mismo tiempo, de la lectura de las principales publicaciones económicas mundiales, surgen claramente dos obsesiones del capital global: el malestar económico porque ha sido parcialmente detenido el proceso de acumulación (como si pudiera hacerse caso omiso a miles de muertos potenciales, que seguramente también frenarían el proceso de acumulación), y el malestar político –manifestado en las principales publicaciones económicas de occidente– con el crecimiento de poder del estado y de sus facultades para incidir en el desarrollo de la situación pandémica. Como lo ha señalado The Economist, lo importante es ver cómo se retrotrae al estado al menguado rol que tenía antes de la pandemia.

No podemos evaluar aún la situación económica global porque está en plena evolución, ya que en algunos lugares se ha podido frenar la pandemia, pero en otros recién comienza su expansión. Pero es claro que el impacto económico es enorme, y en general hay coincidencia en que será mayor que el de la crisis de 2008.

Pero ya es posible observar el acelerado salto del desempleo en todo el mundo, la caída de los ingresos de los sectores medios, el daño a las pequeñas empresas y el desequilibrio creciente de grandes corporaciones y el sistema bancario. El derrumbe de las bolsas ha tenido como efecto indirecto la destrucción de los fondos de pensión que se usan en los países más liberalizados para invertir el ahorro de los futuros jubilados. Se estima que los desocupados llegarán a 37 millones en Estados Unidos, lo que muestra la magnitud del derrumbe de esa economía.

Frente a esta situación, los Estados, casi sin distinción, han optado por salir al rescate de casi todos los sectores, con los sesgos esperables dada la desigual distribución del poder que hay en la sociedad. Es importante señalar que se dejaron en el camino todos los dogmas del neoliberalismo en materia de equilibrios presupuestarios, de restricciones a la emisión monetaria o de uso medido de los recursos públicos.

También en economía, la vida (de las empresas y los trabajadores) parece estar primero que las recetas del sector financiero, dominante intelectualmente hasta la actualidad.

 

Pandemias y desarrollo

La pandemia permitirá realizar una serie de valiosas observaciones comparativas sobre las diversas respuestas nacionales frente a la crisis, a partir de que tenemos una gran muestra mundial de políticas públicas, reacciones políticas y comportamientos sociales.

Algunas cosas eran previsibles: los países desarrollados cuentan con una mejor infraestructura sanitaria y tecnológica para enfrentar la pandemia. En el mundo subdesarrollado todo es más precario, y algunas políticas públicas muy sofisticadas como las usadas en Corea del Sur y Taiwán parecen imposibles.

Sin embargo, podemos observar que el desarrollo económico no lo es todo: también juegan otro importantes factores políticos, idiosincráticos y culturales.

Los políticos más identificados con las mayorías han asumido un comportamiento de mayor cuidado a la población, mientras que las fuerzas de derecha son más sensibles a las demandas empresarias de “libertad para producir”. Las capacidades estatales también están en juego, ya que la organización y el despliegue de capacidades públicas que implica la pandemia no están siempre a la altura del desafío. El caso de la ciudad ecuatoriana de Guayaquil es una muestra de una combinación letal de subdesarrollo y desidia pública, en un gobierno marcadamente alineado con el sector empresarial. Probablemente América Latina sea una de las regiones en las que las elites tienden a desentenderse en mayor medida de la suerte de sus compatriotas.

También el sentido de pertenencia a una comunidad juega un papel importante en las respuestas sociales frente a la pandemia. En ese sentido, muchas sociedades asiáticas han mostrado un grado de disciplina y de cumplimiento de las disposiciones públicas mayores que en el Occidente, donde el individualismo es un valor apreciado. El Estado en el este asiático es respetado y tiene un papel rector en la reacción sanitaria, ya que se entiende que representa al conjunto de la comunidad. En ese sentido, la reivindicación de actitudes egoístas es notoria en países como Estados Unidos, o en franjas medias atravesadas por la ideología neoliberal. En EEUU ha habido manifestaciones de gente armada reivindicando su derecho a no cumplir las disposiciones de aislamiento en nombre de las libertades individuales. Interesante debate, porque cuando se habla de una epidemia no sólo el derecho individual está en juego, sino la sanidad del conjunto de la población.

El nivel de vida de los países cuenta, y mucho. Los países con bajos niveles de pobreza –como los escandinavos– cuentan con una población en mejores condiciones físicas para resistir la pandemia y más recursos personales y ambientales para atravesar en mejores condiciones el difícil momento del aislamiento estricto.

También las políticas públicas aplicadas en las últimas décadas influyen. Donde se logró defender con más éxito las instituciones del estado de bienestar se cuenta con más personal y recursos que en aquellas experiencias privatizadoras de los servicios esenciales y que han sufrido las políticas de austeridad neoliberales, que consideran la salud pública como un gasto a minimizar.

Las tradiciones y corrientes religiosas en algunas regiones han cumplido un papel favorable a la extensión de la pandemia. Es el caso de ciertas corrientes evangélicas en Brasil y Estados Unidos, de los barrios de judíos ortodoxos en Israel y de ciertas sectas islámicas, que se han negado a abandonar sus prácticas tradicionales de reunirse masivamente para cumplir con sus ritos religiosos.

Finalmente, debemos decir que las estadísticas internacionales disponibles para efectuar comparaciones deben ser tomadas con precaución. Los sistemas estadísticos nacionales difieren mucho en su calidad. Aquí también el subdesarrollo juega un papel importante, llevando a un fuerte sub-registro de los casos de coronavirus. Para Brasil, por ejemplo, profesionales de ese país estiman que lo registrado es apenas un décimo de lo que está ocurriendo en la realidad. Hay informes sobre regiones de la India o de las grandes barriadas pobres de Sudáfrica donde el Estado no sólo no está en condiciones de brindar la atención médica requerida sino que no puede garantizar que se cumplan mínimamente las medidas de aislamiento social. Es difícil que de esos contextos surjan estadísticas precisas de lo que está ocurriendo.

 

Sobre el futuro

Todxs querríamos saber cuál es el futuro, y de hecho destacados intelectuales se lanzaron a realizar sus apuestas. Lxs latinoamericanxs tenemos un desafío adicional: dentro del barrilete lanzado a los caprichos del viento que es el mundo en este momento, nosotros somos un sub-barrilete con sus propias indeterminaciones adicionales.

Es evidente que el mundo saldrá más pobre de esta circunstancia, salvo aquellas empresas que en este contexto hayan sido favorecidas por la pandemia. Por ejemplo, Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon, ganó en el último año 24.000 millones de dólares, gracias a que se han multiplicado las compras por correo. O los fondos especulativos que habían apostado al hundimiento del precio de petróleo. Son todo un símbolo de las características aberrantes que ha asumido el capitalismo contemporáneo.

Ante el panorama de una economía mundial enflaquecida, es previsible un recrudecimiento de las tendencias proteccionistas. Si todo siguiera igual que en 2019, rápidamente entrarían en crisis los endebles acuerdos comerciales chino-norteamericanos, y Trump volvería a la carga contra sus competidores asiáticos.

Un dato políticamente muy importante de estos días es que la administración norteamericana ha lanzado una campaña mundial, utilizando todo su aparato diplomático y comunicacional, para culpar a los chinos por la pandemia, lo que implica el comienzo de una política masiva de hostigamiento e intento de debilitamiento de los vínculos de China con el mundo.

No sabemos quién en el hemisferio occidental querrá acompañar a EEUU (una verdadera prueba de “lealtad”) en su cruzada anti-china. Ese escenario puede provocar un empeoramiento adicional del comercio internacional, una parcial traslación de la producción de las corporaciones multinacionales occidentales instaladas en China hacia otros países, con el claro propósito de generar una crisis económica, social y finalmente política en China. El corte de las cadenas globales de valor podría ser un subproducto de ese choque entre gigantes, por lo cual seguramente las grandes firmas multinacionales que tienen intereses de los dos lados del Pacífico intentarán mediar a favor de una solución no disruptiva del conflicto.

El gigante asiático tiene diversas debilidades económicas, como sus mercados de acciones, el nivel de endeudamiento de muchas empresas, el posible sobredimensionamiento de su capacidad productiva, la dependencia de su economía de una masa gigantesca de exportaciones hacia Occidente. La ventaja relativa de China en esta situación es su alto grado de organización y cohesión interna, donde el Partido Comunista cumple un rol fundamental de coordinar todas las áreas de la economía y la sociedad. Steve Bannon, un hombre de extrema derecha, allegado al presidente Trump, ha dicho explícitamente que el objetivo de las denuncias sobre el origen de la pandemia es golpear al Partido Comunista Chino.

Pero lo que también es una incógnita es si el actual mandatario norteamericano continuará en su cargo. Su principal argumento electoral había sido, hasta el COVID19, el buen estado de la economía de ese país. Ya eso es imposible que ocurra hasta noviembre (fecha de las elecciones generales) y seguramente deberá buscar otro tipo de discurso, crecientemente xenófobo y agresivo, frente al débil candidato demócrata Joe Biden. Si este ganara, seguramente la agresividad norteamericana hacia China se moderaría, pero se iniciaría una escalada de tensión con Rusia.

Una derivación muy peligrosa para nuestra región sería que Trump opte por una invasión directa o indirecta a Venezuela para amortiguar las críticas a su pésima gestión de la crisis sanitaria y promover un clima de euforia militarista en su electorado.

Seguramente, como residuo de la pandemia, los países estarán más cerrados sobre sí mismos, debido a la reducción del turismo y los viajes internacionales, tanto por la caída del poder adquisitivo de las clases medias globales como por los temores aún imperantes y el trauma persistente de quedar varados en regiones lejanas al propio hogar.

Salvo un cambio histórico en la extensión y profundidad de las políticas públicas, la actividad económica y el crecimiento serán más bajos por la caída del salario y la demanda locales e internacionales. El desempleo, en un contexto económico anémico, tardará mucho en reducirse, salvo que medien activas políticas públicas y amplio planes estatales de creación de fuentes de trabajo.

La Unión Europea deberá procesar el conflictivo desempeño de sus miembros, que carecieron de actitudes de solidaridad imprescindibles entre socios estrechos ante la dramática situación vivida en Italia y España. La muy mala situación económica de la mayor parte de los socios podría volver a chocar con la tradicional inflexibilidad alemana en materia fiscal, lo que retrasaría la recuperación.

En nuestra región, sufriremos la agudización de las políticas asertivas por parte de Estados Unidos: “con nosotros o contra nosotros”, como dijo en su momento el presidente Bush. Eso alentará a las elites latinoamericanas a desplegar una mayor agresividad y autoritarismo internos, acompañadas por un discurso irracional contra el Estado, lo público y las relaciones autónomas con distintas regiones del mundo, incluida China.

Sin embargo, debemos ser capaces de considerar que pueden ocurrir cambios sorprendentes. ¿Existen posibilidades de cambio en los países centrales? Sí. No solo porque varios importantes dirigentes parecen haber sacado conclusiones desfavorables con relación al neoliberalismo extremo que gobierna el mundo, sino porque la situación extrema de muchas economías hará imprescindibles medidas ampliamente heterodoxas.

Parece evidente que habrá una mayor aceptación de la presencia del estado en ciertas cuestiones sociales fundamentales, y el fundamentalismo liberal, a pesar de continuar presente en los medios de comunicación, tendrá un poder de apelación menor. Ya no es patrimonio de reducidas minorías intelectuales la propuesta de alguna forma de ingreso universal garantizado, en principio para paliar la situación deteriorada que dejará la pandemia. La probable situación de miseria en África debería también hacer replantear el tipo de relación que los países desarrollados (y China) mantienen con la periferia pobre.

La pandemia ha planteado la necesidad de resolver los problemas comunes de la humanidad en forma colaborativa, aunque han abundando casos de notable mezquindad, como el arrebatarse partidas de respiradores en los aeropuertos. Se ha puesto de relieve la importancia central de los sistemas públicos de salud y también del acceso masivo de la ciudadanía a ciertas prestaciones tecnológicas tan necesarias en situación de aislamiento.

También hemos visto con asombro y admiración el mejoramiento muy rápido de la vida de los animales, los mares y el aire en la tierra cuando se detiene el ritmo febril de la economía basada en el consumo, en muchos casos superfluo e innecesario.

No sabemos, finalmente, qué cuadro económico-social final arrojará la pandemia en cada país, y qué tipo de impacto tendrá sobre la conciencia de sus ciudadanxs. Se abre, en ese sentido, un período de disputa política e ideológica entre las fuerzas del status quo –sigamos haciendo lo de antes, pero peor– y las fuerzas que planteen otro enfoque sobre la vida en sociedad distinta a la lógica dictada por el mercado.

Ese debate será sumamente importante, porque podría prefigurar las características que asumirán las fuerzas políticas que busquen encarnar las ideas y las emociones sociales en los próximos tiempos.

 

05/05/20