CUENTO.
Elvira.
Eduardo Muslip. Ediciones UNGS. Colección ContraTiempos. Los Polvorines, 2017.
La colección “ContraTiempos” busca poner en circulación cuentos breves de autores argentinos en pequeños libros de alta calidad. La propuesta constituye una puerta de entrada a esos autores, que dejan vislumbrar, en la fugacidad de esa narrativa, una muestra del modo en que ven el mundo, y que en pocas páginas interpelan la manera en que nos representamos los objetos y los seres que lo pueblan.
Los editores pensaron la colección en “dos dimensiones”, como dicen en las páginas de la edición anterior de Noticias UNGS. Una, de textos clásicos de autores igualmente clásicos, nos conecta con diferentes momentos de la historia argentina y con distintas modernidades contemporáneas de tradiciones a las que, con el tiempo, esos textos fueron añadidos. La otra, de cuentos “ultra-contemporáneos”, como los define Rocco Carbone, uno de los curadores de la colección, presenta voces actuales que narran acciones y situaciones que parecen parte de nuestra cotidianeidad, aunque transfiguradas en literatura. Más allá de esta separación entre lo clásico y lo todavía-no-clásico, que por fortuna evitó el gesto canónico de distinguir consagrados de promesas, los textos parecen compartir un conjunto de preocupaciones: las tensiones entre clases sociales, los desgarramientos que produce la migración, la vida en el mundo como un asunto atravesado por la experiencia corporal y emocional de las identidades de género.
El sexto volumen de esta colección es el cuento “Elvira”, de Eduardo Muslip, investigador docente del Instituto de Desarrollo Humano de la UNGS y destacado novelista. Elvira fue –¿es?– pareja de la tía del narrador, Rosa, y él la visita tras varios años trascurridos sin haber establecido contacto. Vive en Tucumán, donde había nacido y adonde regresó luego de vivir en Villa Lugano, en Buenos Aires. Volvió para cuidar a sus padres, que se volvían mayores, y por razones que no nos son reveladas no regresó a su vida porteña ni, tal vez, a su relación de pareja. Sigue siendo, no obstante, algo así como parte de la familia del narrador, que en ese viaje, que coincide con sus treinta, parece buscar en la ajena pero atrayente cotidianeidad de Elvira –y de la madre de Elvira– algunas claves para pensarse en relación con su propia familia, y en especial con las mujeres de su familia, con quienes se siente periférica pero constitutivamente entrelazado.
El viaje parece revelar el modo en que se siente fundido con un mundo de mujeres sin llegar a ser exactamente parte de él. La conciencia de esta tensión, así como de la que se establece entre la definición de una identidad y la dilución del yo en la familia, podría aparecer como el sentido de su vuelta sobre los pasos de una migrante que renunció, en cierta medida, a lo inesperado de la aventura de vivir por fuera de esa familiaridad que hoy, al parecer, la recubre sin terminar de definirla.
Gabriel Vommaro