POR LEONARDO FERNÁNDEZ.

 

La pandemia ha puesto en jaque la concentración demográfica y la gestión interjurisdiccional del Área Metropolitana de Buenos Aires. Para mediados de junio el Ministerio de Salud de la Nación reportaba que más de 9 de cada 10 contagios de covid-19 del país se dan en esta región argentina. De hecho es –prácticamente– la única región con población en aislamiento estricto, dadas las altas tasas de contagios y letalidad en comparación a otras regiones del país. De ahí que las tres instancias gubernamentales involucradas (Nación, Provincia y Ciudad) acuerden y prioricen severos criterios sanitarios de aislamiento, sacrificando una apertura de actividades económicas y de movilidad, no solo por tener focos de contagios en geografías urbanas con hacinamiento social crítico sino también serios vectores de transmisión a través del transporte metropolitano.

Precisamente, el debate actual –tanto en ámbitos gubernamentales, académicos como así también periodísticos– pone atención en la denominada “distancia física” interpersonal, también llamada distancia social, que evite transmisión y propagación del covid-19. Es que, mientras no se descubra una vacuna contra el virus, la población está sometida al cumplimiento de estrictas recomendaciones de mantener la distancia física que evite contagios, junto con otras medidas sanitarias (uso de tapabocas, lavarse las manos, toser en codos, etcétera), lo que dificulta avanzar hacia una apertura a las actividades económicas. Sin embargo, esa distancia física, de al menos un metro tal como recomienda la Organización Mundial de la Salud, depende de muchos factores, como la densidad poblacional en el uso de los distintos espacios urbanos.

Actualmente, la pandemia revela el déficit y la desigualdad en el acceso a los espacios abiertos: en la región encontramos una relación de espacios verdes de 2 m2/habitante, lejos de los 10m2/habitante fijados en estándares internacionales, incluso en los parámetros pautados en la Provincia de Buenos Aires por decreto dictatorial vigente (DL 8912/1977, https://normas.gba.gob.ar/documentos/w0ZQAFqV.pdf). Precisamente, con relación a esta cuestión sería posible reunir referencias memorables en la región que acontecieron, por diferentes circunstancias, en tiempos de auténticas crisis sociales, de cambios de paradigmas, de contundentes transformaciones materiales de la región, en períodos ruptura política, económica y social. Quizás, al ponerlos en perspectiva, transportan en el actual tiempo histórico de la pandemia los debates y las prácticas sobre el tema.

Al invocar antecedentes memorables sobre la temática aparece, por antonomasia, Domingo Faustino Sarmiento, con la construcción del Parque Tres de Febrero (1875), popularmente conocido como Bosque de Palermo. En América el primer parque escénico público fue el Central Park (1850) en Nueva York. Probablemente, Sarmiento se inspiró en este parque durante su permanencia en los Estados Unidos cuando establece el Parque Tres de Febrero en una geografía excéntrica. Esta zona bonaerense hacia fines del siglo XIX era una franja pantanosa sobre la costa rioplatense, que el “tirano” Rosas transforma en paseo forestado, con un gran edificio para atender los asuntos públicos en primavera y verano. Sarmiento, tras las epidemias de fiebre amarilla y cólera que diezmaron Buenos Aires, mandó a ocupar una franja amplia de terrenos bajos, rellenados con escombros y basuras, en el encuentro de la pampa con el Río de la Plata. De esa manera se desplegó un higienismo decimonónico en Buenos Aires con una operación territorial ‒y culturalista‒ que articulaba el proyecto reformista de “civilizar” un espacio teorizado como “bárbaro” mediante el impulso de parques y lagos, y a la vez, edificios educativos (Gorelik, Adrián. La grilla y el parque, UNQ, 2004).

Fue durante el período de reformas sociales del primer peronismo (1944-1955) que tuvieron lugar expropiaciones de grandes extensiones de tierras que dieron paso a realizaciones de envergadura material y simbólica para el conurbano bonaerense, como los Bosques de Ezeiza y el Parque Pereyra Iraola. Entre ellas se destaca la “operación Ezeiza”, de seis mil hectáreas, realizada en una zona suburbial de bañados y usos ganaderos, configurando una gran traza vial de conexión al nuevo aeropuerto internacional donde ubicaba la “puerta de entrada al país en la pampa”, desplazando anteriores propuestas (como la de Amancio Williams anexa al Plan Director para Buenos Aires de Le Corbusier, de 1947) que anteponía al Río de la Plata como lugar de radicación del aeropuerto. Se completaba la operación Ezeiza con extensos parques públicos, balnearios populares y una inmensa reserva forestal para los trabajadores. A su vez, la “vivienda popular”, que se constituía en un ámbito privilegiado de la acción estatal, plasma el iconográfico barrio jardín Ciudad Evita (La Matanza) con una trama urbana y rodeando un “fuelle verde” que adquieren valor patrimonial con la imagen de Evita representada en el pavimento. Agreguemos que el Bañado de Flores, en la Capital Federal, fue la pieza incompleta de la operación Ezeiza, como corolario del golpe del 1955 (Ballent, Anahí, Las huellas de la política, UNQ/Prometeo, 2005).

A fines de la década de 1970 se impone manu militari el denominado Cinturón Ecológico Área Metropolitana (CEAMSE), con una empresa estatal que ejecutaría un plan ambicioso para crear un green belt de 30.000 hectáreas en el conurbano, en forma de “muralla verde”, de “cortina forestal” que oxigenaría Buenos Aires, aprovechando las conexiones del ambiente natural: la selva en galería del río de la Plata, el parque Pereyra Iraola, los Bosques de Ezeiza, la presa Roggero, franja del Río de la Reconquista, que cursando Campo de Mayo conecta al Delta del Paraná. Un camino parque, aunque luego adoptando forma de autopista, denominada Camino del Buen Ayre, uniría la costa rioplatense, la pampa y el delta a través de una gran reserva verde. En rigor, el programa territorial fue una versión de reserva verde pública inspirada a imagen de los Bosques de Palermo de Sarmiento. Los imperativos de seguridad interna de la década de 1970 dotan a esos grandes espacios verdes de ciertos significantes del período histórico que, según el primer equipo técnico del CEAMSE, proponían “restablecer el equilibrio a fin de reducir la agresividad de la vida de la ciudad”, “encauzar a los jóvenes a través del deporte” y recurrir a “una ‘muralla verde’ para controlar la expansión urbana sin límite”. Si bien el cinturón ecológico no llegó a completarse de forma integral, sí llegó a plasmar durante el régimen militar, y con la vuelta a la democracia, una parte de la formulación prevista como una obra-suma compuesta de rellenos sanitarios para el tratamiento de la basura, grandes parques recreativos y un tramo de autopista de conexión metropolitana (Fernández, Leonardo, “La muralla verde”, UNGS, en prensa).

Este repaso marca que no hay una línea histórica en el tema de estudio, ni continuidades de proyectos políticos en el territorio, pero sí hay rupturas de discursos, hay problemas que persisten, hay condiciones del medio físico que atrapan. A modo de discusión, señalemos que el imperativo epocal de la distancia física que evite contagios de covid-19 y los argumentos ecológicos, sanitarios y formales reunidos permiten colocar conceptualmente la importancia actual de la ampliación del verde a escala del AMBA. El planteamiento supone la creación de una red de espacios interconectados por medio de nodos, corredores y envolventes: infraestructura verde (jardines, espacios verdes públicos, parques…), infraestructura azul (lagunas, costas y riberas, arroyos y ríos…) e infraestructura gris (vías férreas, bordes de avenidas y autopistas, edificios…) (Garay D. y L. Fernández, Biodiversidad urbana, UNGS, 2013).

  • Investigaciones demuestran relaciones positivas entre la presencia de vegetación en ámbitos hogareños y zonas urbanas en la salud de la población. La exposición de la piel al sol (vitamina D) y el contacto de los pies desnudos con la tierra (vitamina G), junto a una dieta saludable, metabolizan nutrientes esenciales y lograr bienestar fundamentales.
  • Existen áreas y conjuntos de la región (reservas naturales urbanas, los parques urbanos, las plazas barriales, incluso barrios de baja densidad y arboledas frondosas) que brindan por sus características geográficas un efecto “cortavirus”, ya que proporcionan condiciones favorables para la distancia física interpersonal.
  • La incorporación de ciclovías, corredores aeróbicos y sendas peatonales sobre ejes lineales abiertos, como las márgenes de las trazas ferroviarias o viales, ofrecen condiciones de desplazamiento ciudadano, de la instalación de equipamiento social. La Municipalidad de Malvinas Argentinas, por ejemplo, viene impulsando el parque lineal Belgrano recostado sobre el ferrocarril, que recorre 7 kilómetros (actualmente primer tramo de 3 kilómetros), atraviesa 6 arroyos y un gran espacio abierto y equipamiento municipal multipropósito.
  • Las grandes áreas libres proporcionan condiciones para el restablecimiento del paisaje nativo (pastizal, bosque y espinal), especialmente estratégicos frente al cambio climático: medidas para la mitigación/adaptación de lluvias extraordinarias, manejo de la inundación en las cuencas superiores, y amortiguamiento de las temperaturas, entre otras.
  • Ahora bien, la pandemia plantea el desafío de cómo lograr ciudades con menos contaminación, menos ruidos y más espacios verdes. El apelativo gubernamental de una “nueva normalidad” impone incorporar novedosos criterios sanitarios en relación con los espacios verdes. Pero es una deuda social que esas ciudades sean inclusivas en el acceso a espacios verdes públicos. Por todo lo expuesto, ¿qué actores e instrumentos tendrían un rol protagónico para movilizar esos espacios de la región? Es una cuestión que exhorta a renovar políticas de inversión pública en infraestructura verde. Porque el desafío de este tiempo no es sólo la distancia física mientras dure la amenaza del covid-19, sino crear espacios más democráticos de contacto, intercambio y comunicación de la ciudadanía de cara a la post-pandemia.

 

Fuente: Una experiencia de investigación-acción elaborada por estudiantes de Ecología. Durante los cursos 2016-19 elaboraron un proyecto urbano ambiental a escala regional. Estudiantes: Soledad Cuadrado, Eduardo Lamarque, Daniela Lopez de Munain, Verónica Meaurio, Brian Castelo, Katherine Conicelli, Alejandra González, Cynthia Sanabria, Gustavo Cordo, Nehuen Goñi, Ana Opazo Escobar, Paula Segovia. La experiencia parte de considerar los proyectos oficiales de la Municipalidad de Malvinas Argentinas (Parque Lineal Belgrano, Centro Cívico y Parque Urbano) desarrollados en el Plan de Ordenamiento y Desarrollo Urbano de Malvinas Argentinas 2005-2015 (Ordenanza Nº 766/04).

 

30/06/20