ENTREVISTA A OSCAR GRAIZER.

 

Dueño de una sólida formación académica y profesional de la que en esta entrevista se repasan algunos momentos especialmente relevantes, Oscar Graizer, Secretario Académico de la UNGS, tuvo en los últimos años la tarea de avanzar en el diseño e implementación de un conjunto de reformas especialmente significativas para la vida de la Universidad. Aquí comenta algunas de ellas, de reciente aprobación en los órganos de gobierno de la institución, signadas todas por la fuerte decisión de, aun en el contexto adverso que atraviesa hoy el sistema educativo nacional, seguir garantizando un amplio conjunto de derechos.

 

Oscar Graizer recuerda haber decidido estudiar Educación en un clima de expectativas vinculado con la militancia política y social de los años de la transición a la democracia. Integró la cátedra de Didáctica I de la UBA, cuya titular era Alicia Camilioni, y se desempeñó en la Dirección Nacional de Educación de Adultos y en la Dirección de Jóvenes y Adultos en la Ciudad de Buenos Aires. Trabajó en los campos de la educación popular, la educación de adultos y la formación profesional. En los años del menemismo –“intensos y complejos”, dice– decidió que no era posible intervenir en el conjunto de discusiones y de cuestionamientos que se abrían sin estudiar nuevos asuntos, y tomó contacto con el lingüista y sociólogo inglés Basil Bernstein, con quien cursó su doctorado en sociología.

 

–¿Cómo fue tu encuentro con Bernstein?

–Yo había ido con la expectativa de asistir a un curso tradicional. Y no: era un seminario solo con él. Nos encontrábamos los martes y los viernes de diez a una, y él me daba textos a leer: volví sobre autores de la sociología clásica, la antropología, releí a Gramsci, a Lacan… Fue una ruptura en mis modos de estudiar. Nunca había estado en una relación así, uno a uno. Al mismo tiempo me hacía hacer otros cursos de posgrado, que eran muy intensivos: la mayoría de los estudiantes de posgrados allí eran full time. Pero sobre todo la experiencia personal con él fue extraordinaria. Me hacía escribir semanalmente, leer mucho para cada encuentro. Todo era muy intenso. Además, estar en Londres me permitió conocer a Laclau (a quien no había cruzado aquí), ir al Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres, conocer la mirada inglesa sobre las Malvinas, entender el Commonwealth, la relación con el mundo musulmán. Fue una experiencia de desestructuración muy formativa: convivir con otras culturas, conocer cosas de las que no tenía registro, problemas vinculados con lo racial y la discusión étnica, la interculturalidad y el multiculturalismo, mirar América Latina desde Europa. Fue como un descentramiento de esta lógica criolla, blanca, que uno tiene acá. Y también de esas rupturas que yo había alcanzado leyendo a Adriana Puiggrós, a Horacio González y a otros… Entre los temas que me abrieron la cabeza estaban las luchas en relación con los temas de género… En esa época acá no participábamos tanto en ese debate. Yo no conocía a Butler ni a de Sousa Santos ni la discusión sobre Medio Oriente o África…

 

–¿Y cómo fue tu relación con el sistema universitario inglés?

–La Universidad de Londres mantiene el formato de las primeras universidades europeas y se organiza por colleges y schools (como la London School of Economics, entre las más conocidas). Tiene una estructura muy diferente a la nuestra, con mucha autonomía de los colleges y muchos institutos. Toda la vida británica y londinense está muy ligada a los estudios de las colonias del imperio británico. Eso permite entender qué significa mirar el mundo desde la capital de un imperio.

 

–Fuiste a hacer un curso, pero te terminaste quedando…

–Sí: Bernstein me propuso quedarme a hacer el doctorado con él. Orientado por él, me presenté a una beca British Council que se otorgaba anualmente a un estudiante extra-Commonwealth. Corría con mucha ventaja, porque tenía como director a un profesor muy reconocido, y la gané. Trabajé con Bernstein hasta que se enfermó (cáncer de laringe, él que estudiaba el lenguaje: una de esas ironías del destino, la naturaleza y la cultura) y murió, en 2000. Al final el trabajo era muy difícil, porque la comunicación con él era casi imposible. Yo había vuelto a la Argentina, porque solo me faltaba escribir la tesis. Con su muerte todo se complicó, porque en Inglaterra los doctorados dependen mucho del director. Viajé a Inglaterra en 2001 para ver cómo retomaba y me asignaron un nuevo director. No le gustó mi trabajo: me pidió que lo reformulara. Negocié con él, volví a Buenos Aires y empecé a trabajar. Pero entonces cambió la regulación de la ley de educación superior en Inglaterra, lo que me impidió defender la tesis, porque tenía que pagar una barbaridad de dinero. No tenía cómo, en plena crisis de 2002, con un crédito hipotecario… Por suerte, en 2003 la Unión Europea sacó un título de doctorado que tenía como requisito hacer el estudio de doctorado en dos universidades y escribir la tesis en dos lenguas. Tenía todo el trabajo hecho en Inglaterra y contactos con la Universidad de Valencia, donde había dado clases en 2002. Así que terminé titulándome en Valencia, con dos tesis: una en castellano y otra en inglés.

 

–… y de todo eso al conurbano…

–Siempre mantuve mi relación con el conurbano. Mi infancia y mi juventud transcurrieron en Morón. Cuando volví me costó reinsertarme. No volví a la cátedra en la que estaba, que era Didáctica, porque me había especializado en Sociología. Trabajé en institutos de formación docente, en la Universidad del Salvador y en otros lugares. Al tiempo, con el kirchnerismo, se reconfigura el espacio estatal; entonces me convocan para trabajar en el Instituto Nacional de Educación Técnica con Cristina Davini y en el Instituto Nacional de Formación Docente con Graciela Lombardi, hoy colaboradora de la UNGS.

 

–¿Y cómo llegás a la UNGS?

–Estaba trabajando en Flacso, junto a Germán Soprano y Claudio Suasnábar, que eran investigadores docentes del Instituto del Desarrollo Humano de la UNGS. Germán dictaba Sociología de la Educación, se estaba yendo y me propuso que me presentara. También conocía a otras personas que ya estaban acá, como Gabriela Diker. Ingresé en 2007. Fui docente e investigador docente interino, y concursé en 2012. En paralelo concursé en la UNLU, donde sigo dando clases. El proyecto de la UNGS me interesaba mucho por la combinación del énfasis en la investigación, la inscripción territorial y una población estudiantil muy diferente a la que yo conocía. Dar clase acá significó despojarme del modelo con el que me había formado… Pasé de dar clases masivas a cursos chicos, con 5, 8 estudiantes por semestre… Y al mismo tiempo se daba una discusión sobre la importancia de brindar formación con la mejor calidad en un territorio en el que la educación no había sido privilegiada. Ese desafío es el que mantengo como secretario académico y es el criterio desde el cual participo políticamente en este proyecto. Cómo sostenemos la calidad sin resolver el problema por la vía de la selección.

 

–En ese contexto te tocó un tramo decisivo del trabajo de revisión de la forma de ingreso a la Universidad.

–Sí. En realidad, el CAU, el Curso de “Aprestamiento” Universitario, como se lo llamaba (fea palabra, “aprestamiento”), estuvo siempre en revisión. De hecho, tuvo nada menos que catorce modificaciones en sus veintitrés años de existencia. Empezó anual, pasó a ser semestral, eliminó e incorporó materias, talleres, experiencias todas muy interesantes, porque siempre hubo en la UNGS una gran preocupación por el problema del tránsito entre la escuela secundaria y la universidad. En los últimos años esta discusión se dio en el marco de un cambio muy significativo: esta universidad se convirtió en una universidad mediana, ya no es una universidad chica. Hoy tenemos más de 20 mil estudiantes. En este marco, a fin del año pasado terminó un largo proceso de revisión de nuestro sistema de ingreso a la universidad. El Consejo Superior aprobó un Programa de Acceso y Acompañamiento que permitió reformular básicamente el primer año de las carreras a partir de la hipótesis que sostiene que el ingreso a la Universidad es un proceso que no se resuelve ni en un curso determinado ni un período discreto, sino a lo largo del tiempo. Sobre esto hay mucha investigación… Lo que aprendimos de todo eso es que lo que la universidad o los docentes universitarios decimos que les “falta” a los estudiantes que vienen de la secundaria no se puede resolver en un cursito ni en un cursote, ni tampoco pensando que tienen que hacer toda la secundaria de nuevo. Entonces lo que pensamos fue un recorrido orientado en el primer año de estudios, integrado por un taller común, de lectura y escritura, para todos los y las estudiantes, y otro, también introductorio, ligado a un campo de conocimiento. Eso se sostiene en algo de lo que tenemos mucha evidencia: que es bueno que los y las estudiantes registren cuanto antes la relación que hay entre una forma de conocimiento y lo que van a hacer. Eso facilita las orientaciones y las decisiones: “Esto no es lo que quería hacer: me cambio”. Tenemos también registro de grupos de estudiantes que optaban por irse a estudiar a otras instituciones porque acá tenían matemática como primera materia, o no tenían, en el CAU, nada que los ligara con lo que venían a estudiar. Por cierto, es el conjunto de las universidades de la zona el que en los últimos años ha reorientado su sistema de acceso en esta dirección que ahora también la UNGS ha adoptado.

 

–Esos talleres orientados deben cursarse durante el primer año…

–Sí, porque así lo exige el régimen de correlatividades. Y en cada semestre de ese primer año se define un número limitado de materias que los estudiantes pueden cursar. Es decir: se orienta un poco ese primer año definiendo qué materias pueden cursarse y con qué secuencia, para hacer así un primer año que nos permita desplegar acciones de apoyo y acompañamiento y sostener proyecciones de trayectoria de los estudiantes lo más cercanas posibles a sus mejores probabilidades de rendimiento. Por otro lado, cada uno de los talleres, y todas las materias de primer año, cooperarán en la formación sobre qué significa estudiar en ese campo de conocimiento. No términos abstractos, sino concretamente: cómo se toman apuntes en matemática, cómo se analiza el uso diverso de un mismo concepto en dos escuelas de pensamiento distinto en las ciencias humanas… Eso nos permitirá además una administración de la logística para el primer año, que es el más densamente poblado. La idea es lograr que los y las estudiantes, hoy anclados en la resolución de las materias de los primeros semestres, avancen, y que tengamos más gente distribuida en el resto de los semestres. Hay una concentración muy alta en los primeros semestres de las carreras.

 

–También se ampliaron los períodos de matriculación…

–Haber migrado al sistema Guaraní 3 nos permitirá generar esquemas de incorporación de matrícula permanente, o abierta por períodos más largos, no por períodos estrictamente definidos, como ahora, de dos semanas, diez días.

 

–Durante estos últimos años otro proyecto importante para la Universidad, y muy exigente para la Secretaría Académica, fue el de la Escuela Secundaria…

–¡… que terminó el 2018 con sus seis primeros egresados! La escuela de la UNGS comenzó a funcionar en 2015. Lo hizo abriendo, en simultáneo, los tres primeros años. Por eso en 2018 ya tuvimos graduados: porque en 2015 entraron chicas y chicos que tenían aprobado primer año, segundo, parte de tercero… Ya está completado el despliegue de nuestras dos orientaciones de bachillerato: en lenguas extranjeras y en comunicación. Ahora debemos avanzar en el de la modalidad técnica. Durante 2018 se inició nuestro primer año de ciclo superior (equivalente al cuarto de la estructura tradicional de escuela técnica) de esa modalidad. La evaluación general es muy favorable. Durante el año pasado se regularizaron, a través de concursos, 54 cargos. No solo la escuela de la UNGS es la única del grupo entre las que se creó que ha hecho esto, sino que hay escuelas que tienen ya más de 50 años y que todavía no lo han hecho. Ha sido un gran esfuerzo, pero haberlo hecho nos permite no solo la garantía de la estabilidad de los docentes, sino tener una planta conformada por un grupo de docentes con el que estamos haciendo escuela…

 

–… muy involucrada en las particularidades del proyecto.

–… y con la que seguimos aprendiendo juntos. Todavía no alcanzamos el número de estudiantes que vamos a terminar teniendo. Superamos los 300; llegaremos a unos 500. En ese marco, tenemos la gran dificultad de que este gobierno decidió interrumpir el proceso licitatorio para el edificio de la escuela, sumado a las dificultades que tuvo la Universidad con la empresa que había ganado la primera licitación, que rescindió el contrato. A esta altura tendríamos que tener el edificio propio, que fue diseñado especialmente para el proyecto pedagógico de la escuela. Pero este gobierno decidió cortar el financiamiento para la infraestructura universitaria. Lo que pasa en la UNGS pasa en muchas universidades. La rectora sigue insistiendo y peleando para que nos transfieran los fondos necesarios para financiar una cantidad de obras, entre ellas la del edificio de la escuela. Mientras tanto, y en relación con el proyecto pedagógico, estamos avanzando. La Escuela tiene (porque así fue diseñado el ingreso) un alto porcentaje de estudiantes de familias que han tenido que recurrir a la AUH. No es una escuela universitaria de elites. Está enclavada en un territorio y ha sido diseñada para ser la escuela de este barrio y para brindarle a esta heterogénea población, que es la suya, la mejor educación. Fuera de los chicos que dejaron la escuela porque se mudaron y se fueron a otra, muy pocos, solo tres, dejaron sus estudios. Tenemos un grupo de chicos que cursa en condiciones y con un ritmo que otras escuelas, que no están diseñadas para eso, no les ofrecen. Allí no podrían seguir, estarían repitiendo o se los consideraría con sobreedad, y acá están cursando. A otro ritmo, pero están cursando. Creo que eso marca una diferencia que esta escuela quería hacer. No es todo lo que quiere hacer, pero es un punto importante en relación con nuestra preocupación por garantizar el derecho a la educación. El nivel de expulsión de la escuela secundaria es muy alto, y a esta altura, con cuatro años de trabajo, podemos decir que nosotros tenemos una comunidad de estudiantes que permanece, aprendiendo, en la escuela. Hay todavía mucho para trabajar en relación con qué niveles de aprendizaje logran en el desarrollo total, porque aún no tenemos una cohorte completa en la escuela. Hay logros que podemos constatar, pero nos falta saber cómo mejorar las formas de enseñanza acordes a un sistema no selectivo de estudiantes. Porque si uno toma un examen de ingreso es muy fácil. La pregunta es cómo tener altos rendimientos con un sistema abierto. Estamos estudiando eso. Con investigadores de la Universidad y con expertos externos, con un equipo docente comprometido y un equipo directivo que, quiero subrayarlo, está haciendo un gran trabajo.

 

–A fin del año pasado, también después de un trabajo desarrollado en la Secretaría Académica, el Consejo Superior reglamentó un principio que había establecido el nuevo Estatuto de la Universidad: el de la gratuidad de los posgrados para los egresados y trabajadores de la institución.

–Creo que esta novedad –que plasma un viejo anhelo de estudiantes y graduados– va en la misma línea de todo lo anterior: en un momento de retracción presupuestaria la UNGS está ampliando derechos y haciendo grandes esfuerzos por formar de la mejor manera posible la mayor cantidad de personas en el nivel superior, tanto en el grado como en el posgrado. La implementación del fondo para asegurar el acceso gratuito a estudios de posgrados de graduados y trabajadores es fundamental en ese sentido. Se logró un amplio acuerdo en relación a cómo pensar un esquema de distribución de un fondo creado para este fin, y se aumentaron las becas. Insisto con la relación que tiene este punto con todo lo que hablamos antes: son todas estrategias de esta Universidad para seguir, en un tiempo de fuertes restricciones, garantizando derechos.

Brenda Liener