POR MARÍA PIA LÓPEZ.

 

Corría 1815. Cinco años de guerra independentista en el Río de la Plata. Los campos devastados, la producción parada. Poblaciones levadas en la soldadesca. Esclavos combatiendo con la promesa de la libertad. En la Banda Oriental, José Artigas pergeñó y aprobó, desde el campamento de Purificación, un Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de su Campaña y Seguridad de sus Hacendados. El fin era la vuelta a la producción agropecuaria, pero ello requería un trastocamiento profundo del régimen de la propiedad. Debía expropiarse a los malos americanos y distribuir esas tierras con el doble criterio de justicia revolucionaria y justicia social. Así se anotó en el Reglamento: “los más infelices serán los más privilegiados” y la frase resonó como himno. Los más infelices: indios, negros libertos, criollos pobres, viudas.

Los Cabildos eran reacios a aplicar el Reglamento, en especial a expropiar a quienes eran parte de los mismos círculos, conocidos de siempre, aunque ahora del lado realista. El Archivo Artigas compila las idas y vueltas, entre Cabildos y Purificación. En parte se aplicó, configurando una suerte de reforma agraria que se proponía terminar con los latifundios y dar lugar a un tamaño productivo de las propiedades, porque las tierras así distribuidas no podrían ser enajenadas ni partidas, y su reparto debía acompañarse con herramientas, semillas y cabezas de ganado. Cuentan que uno de los títulos otorgados fue para una mujer negra, liberta y viuda.

El artiguismo era, en ese momento, una formidable experiencia de democratización social y de construcción política federal, que regía en el actual territorio uruguayo, Entre Ríos, Santa Fe, parte de Córdoba y de Misiones. José Artigas fue derrotado, marchó al exilio en Paraguay, y unos años después, y contra su opinión, la Banda Oriental se emanciparía como país independiente. En ese nuevo país, los únicos títulos de propiedad que no se reconocieron fueron los del reparto artiguista.

Hoy, Uruguay aparece como el sueño de las clases dominantes argentinas, o por lo menos el objeto de sus propagandistas, y Artigas nombra un proyecto de nueva colonia agrícola en las disputadas tierras de una familia tradicional. La historia de las tierras en Argentina es la de expoliación, que va desde la apropiación de las tierras habitadas por las  poblaciones originarias hasta el acopio posterior de títulos de propiedad que habían sido otorgados a los soldados de esa guerra. Cuando Lucio V. Mansilla se manda a visitar a les ranqueles y construye ese texto fenomenal que es Una excursión a los indios ranqueles, cuenta un diálogo con el cacique Mariano Rozas que aún estremece.

Mariano le pregunta “¿Y para qué quieren tanta tierra…?”; Lucio argumenta la seguridad de la frontera y se trenzan en la cuestión de la propiedad: “Me arguyó que la tierra era de ellos. Le expliqué que la tierra no era sino de los que la hacían productiva; que el Gobierno les compraba, no el derecho a ella, sino la posesión, reconociendo que en alguna parte habían de vivir. Me arguyó con el pasado, diciéndome que en otros tiempos los indios habían vivido entre el Río Cuarto y el Río Quinto y que todos esos campos eran de ellos.”

La discusión sigue y el ranquel va hacia un arcón, saca algunos periódicos La Tribuna y le dice a Mansilla que lea, acusándolo de no ser franco. El diario hablaba de una traza de ferrocarril que cruzaría esas tierras. El escritor anota “me vi sumamente embarazado”. Porque lo que sabían ambos era lo que inmediatamente dice Mariano Rozas: que el ferrocarril iba a valorizar los campos y que los indios serían corridos cada vez más lejos. Si algo hace excepcional al libro de Mansilla es el registro de sus propias incomodidades y la decisión de buscar una estrategia política que no pase por la campaña de aniquilación. En esta escena, el archivo y los documentos están en el mundo ranquel; la trapisonda, en la conversación que intenta ambiguar.

Sabemos que la hipótesis de Mansilla de cómo tratar la cuestión de la frontera también fue derrotada y que la campaña de Roca hacia el Río Negro y la de Victorica hacia el Chaco fueron de persecusión y servidumbre de los pueblos originarios, de construcción de fronteras nacionales y de apropiación y reparto de esas tierras. Volver productivas, resuena en la voz de Mansilla, para nombrar un tipo de producción que las vinculará, de modo privilegiado, al mercado mundial.

Cuando se discute alrededor de la propiedad, la producción y el uso de las tierras, no conviene olvidar esos diálogos, para no fetichizar un único modo de pensar el derecho, surgido de la fuerza   que se ejerció, a la vez, sobre las tierras y los cuerpos. Porque esas campañas fueron también las que destinaron indios a la servidumbre e indias a los prostíbulos.

En los mismos años en que Mansilla escribía estas escenas, en Brasil se construía una experiencia religiosa campesina que daría origen a uno de los libros fundamentales de ese país: Los sertones. Se trató de una comunidad creada alrededor de una figura milenarista, Antonio el Conselheiro, que se asentó en Canudos, en el sertao, y se dio formas organizativas comunitaristas, sin propiedad ni dinero ni casamiento. Llegaron a ser unas 25 mil personas o esa es la cifra de quienes fueron asesinados por el ejército brasileño. Los periódicos de la época llamaban a reprimirles por monárquicos, alocadas, peligroses, y fueron necesarias cuatro expediciones militares para derrotarles. Mataron a todos. Euclides Da Cunha era un ingeniero militar que viajó como cronista en la última expedición y si en sus crónicas para O Estado de Sao Paulo cumple la tablilla de civilización contra barbarie, cuando en 1904 escribe ese tremendo libro, es para ponerla patas para arriba: la piedra de la civilización estaba entre los derrotados y lo que llamamos civilización es solo crimen.

Lo intolerable en Canudos no era su antirepublicanismo, sino la evidencia material de otro orden social, la confrontación con la lógica de la servidumbre campesina que se sostenía en las haciendas y convertirse en un polo de atracción para la fuga de esas condiciones. Para decirlo rápido, las haciendas perdían mano de obra y Canudos crecía en población. Con la promesa del reino de dios en la tierra y la realidad de una vida entre iguales. Otra derrota, pero también la persistencia en las memorias campesinas brasileñas y el combustible para las más potentes imágenes de la rebelión. Canudos reapareció en las Ligas campesinas y en el Movimiento Sin Tierra pero también en el cine de Glauber Rocha.

Todas estas escenas aparecen cuando leemos en los diarios las de disputa por las tierras: las de las tomas populares para habitar –y con el nombre, nada menos, que de Guernica–, las de la recuperación de una estancia cuya propiedad se debate dentro de una familia, para ser destinada a producción agroecológica y campesina. Los diarios del día, así como parecen de efímeros y coyunturales, no dejan de movilizar esas memorias con las cuales vivimos. Quienes apoyamos esos procesos, quienes se movilizan con sus camionetas cual tanques para defender la propiedad, también lo hacemos con las memorias que acarreamos, las literaturas que conocemos, las escenas que recordamos. Una nación es quizás esa serie de peleas y las narraciones con las que las damos y pensamos.

 

27/10/20