ANTIVIRALES: PALABRAS SIN CUARENTENA. Por Diego D. Eliggi.

 

 

La convocatoria “Antivirales: palabras sin cuarentena”, lanzada por la Secretaria de Cultura de la Universidad, fue el estímulo para que casi 90 escritores y escritoras se detuvieran a pensar y poner palabras (en las dos categorías de “Ensayos” y “Microrrelatos y microensayos”) a las vivencias de estos días y a las perspectivas hacia el futuro. En las últimas dos renovaciones de materiales de esta edición especial de Noticias UNGS dimos a conocer seis de los ocho escritos seleccionados por el jurado del concurso, que estuvo integrado por Mónica Alabart, Natalia González, Juan Rearte, Laura Reboratti y Eduardo Rinesi. En esta nueva actualización de esta publicación presentamos a los lectores y las lectoras los dos restantes. El que aquí sigue es una ficción de María Eva de Tonmaso, estudiante de posgrado de la Universidad.

 

 

Fake dreams

María Eva de Tonmaso

“La muestra en el museo está excitando a todos”. Eso aparentaba ser desde las historias que él publicaba en Instagram, una tras otra. Los aplausos casi se escuchaban. Parecía ser un corazón perforado por un par de disparos tratando de remendar a velocidad los agujeros chorreantes, disimulando el dolor con una sonrisa sobria y ajena. Fundaba su alegría en el reconocimiento de quienes se sentían muy estimulados por la obra seleccionada para la exhibición en el Museo de Arte Moderno. Mildred y su fauna anfibia resplandecían entre los dientes de un joven curador que ambicionaba trascender como intelectual en el mundo del arte contemporáneo. Se percibía en el escenario, detrás de la pantalla del celular, una multitud cautivada que halagaba insistentemente a aquella magnífica personalidad ante la que orbitaban girando hasta las náuseas.

Ella estaba en silencio, observaba. Sentía asco, pero a la vez pena, compasión y quizás cierta valentía para acercarse a ese desamparado al que veía carente de su propia estima y disfrazado de egolatría. Entendió que a pesar de ese desagrado podía permitirse sentir algo que continuara acercándola a él, porque había disfrutado de leerlo con mucho placer. Su poesía, su ensayo, sus palabras la volvían vulnerable. Sentía que conocía sus vísceras, que era profundo, de un fuego activo. Quería conocerlo, compartir con él algunas experiencias artísticas que los unieran en el instante presente, en el cada vez de la creación sensible de una expresión. Creó entonces una imagen afectiva de aquel remitente poeta, lo tuvo cerca, lo quiso.

-Cami, estoy re manija de leer, ya quiero que sea viernes.

-(Qué bueno que le cope tanto, la verdad no esperaba que tuviera esta iniciativa. Me encanta. Espero que no se genere tanta expectativa. Igual, por lo que veo, al flaco le gusta la simple idea de venir a compartir y conocer a los invitados).

Camila se había levantado temprano, estaba tomando unos mates, tocando en el piano la lista de temas que iban a sonar el viernes en una reunión de amigos que había organizado: Sofía iba a exponer sus fotografías; Agustín, un amigo poeta que viajaba desde el interior de Buenos Aires para participar de estos encuentros culturales cada vez que lo convocaba, iba a leer su epopeya sobre las veredas del conurbano; ella y otro músico iban a tocar temas de su autoría; Martín Krauss iba a leer textos nuevos.

Ella era una flaca inquieta, joven y vital. Enseñaba Arte, Filosofía y Estética en la Universidad de Buenos Aires, dedicaba mucho tiempo a su obra, dibujaba produciendo series que tuvieran algún sustento ensayístico, algún análisis sociocultural. Rechazaba con criterio político los espacios formales de legitimación de los discursos artísticos contemporáneos, consideraba que estaban muy ligados al mercado y monopolizados por personalidades que desde su trono de multimillonarios ofrecían una plataforma cultural para alimentar la subjetividad de miles de personas. Prefería los encuentros más simples y genuinos. Exponía entre músicos amigos valorando la vitalidad de la música que siempre convoca a entramarse de un modo más cercano. Participaba de un colectivo artístico de mujeres, con las que presentó su primer libro de ilustraciones sobre el erotismo, los estereotipos de belleza, la lascivia humana juzgada y censurada. Estas ideas y proyectos la motivaban y obsesionaban hasta el insomnio.

Eran las 10am. Se levantó un poco angustiada. Había soñado con él, Martín últimamente estaba muy presente en sus pensamientos por todo lo que venían compartiendo. Escribió apurada, en un papel con manchas de café que había quedado en la mesa de la cocina, lo que su subconsciente le había mostrado:

Corría, corría ágilmente, sus brazos se expandían, sus piernas tenían fuerza y avanzaban a velocidad, estaba excitada. Esa noche se verían.  Ambos expresaban mucho deseo de encontrarse. Se acostó en el parque, ya relajada terminando con su dosis de endorfinas, el sol le quemaba las pecas, su abdomen sudado brillaba de sal y calor, se sentía saciada. Volvió a su casa y mientras esperaba que el agua de la ducha se calentara, abrió en la web el programa de radio que siempre escuchaba. La radio quedó sonando, y entró a ducharse. Al salir se maquilló sutilmente, se vistió sencilla pero seductora. La luz de sol entraba por la ventana del living iluminando una pila de libros que había quedado fuera de la biblioteca, a un lado de las plantas que daban a su casa un aspecto amable. La radio seguía sonando. Mientras armaba su mochila para viajar a la ciudad al encuentro con su amigo, la sorprendió la noticia de que una gran ola pandémica estaba acechando a toda Europa y Asia, con estadísticas de muertes e infectados a causa de un virus violento. El informe decía además que la economía mundial estaba sufriendo una caída precipitosa de la que difícilmente podría salir. Apagó la radio, se cargó la mochila y salió pensando en la alarmante información que había escuchado. Subió al furgón del tren con la bici como hacía cada vez que viajaba a Capital y leyó desde su celular algunas notas sobre la pandemia publicadas en distintos diarios. Al llegar a Chacarita, bajó del tren con la bici y recorrió avenida Corrientes a toda velocidad. Su primer parada era en Almagro, allí se encontraría con un coleccionista que le había encargado una serie de pinturas sobre anfibios Drag-queen para una vinería punk. Era un proyecto muy ambicioso y seductor que la motivaba e inspiraba para dedicar tiempo de producción. Tomaron unas copas de vino, recorrieron la vinería, hablaron de presupuestos, de fechas estipuladas para realizar la exhibición, se pusieron de acuerdo, ella se despidió, subió a su bici y siguió camino. Ahora iba directo a Boedo, al depto de Martín. La tarde anunciaba el otoño que ya deseaba llegar a las calles porteñas. El sol estaba tibio, sentía el viento al aumentar velocidad y cómo su pelo rojizo se enmarañaba suspendido en el aire.

Al llegar a la puerta del edificio donde vivía Martín tocó timbre dos veces seguidas, era una costumbre que tenían para que él reconociera su llamada. Esperó unos minutos mirando hacia el espejo del hall que decoraba junto a un jarrón vacío el ingreso al ascensor. Empañaba el vidrio de la puerta con su aliento, y sus lentes se empañaban de rebote. De repente una mano en su cintura la enderezó de un salto. Era Martín que había ido a buscar las sábanas limpias al lavadero y que al ver a Camila esperando en la puerta prefirió observarla un rato desde la vereda de enfrente. Había estado mirando su postura, sus piernas desnudas que se arqueaban sutilmente hacia adentro debajo de su falda a cuadros, llevaba el pelo suelto, despeinado, la boca pintada de un tono oscuro, sus lentes de lectura que jamás dejaban de enmarcar sus ojos de un verde grisáceo.

-¡Me asustaste boludo!

-¡Jaja sí, veo! Es que estabas ahí espiando hacia adentro y me dieron ganas de ver qué hacías mientras me esperabas.

-¡Ah sí? ¿Entonces quién espía a quién? Solamente estaba mirando ese espejo de la entrada. ¿Viste que casi todos los edificios tienen espejos en la puerta de ingreso? A veces me pregunto si los ponen para que uno antes de salir a la calle recapacite sobre su imagen de indolente ante los demás. O para alimentar el narcisismo y encandilarse con la propia belleza caótica de neuróticos andantes.

Ya estaban los dos en el hall, frente al espejo, mirándose divertidos, haciendo gestos dramáticos y grotescos.

-Na, para mi es sólo para que vos te obsesiones con esas ideas enroscadas y te mires jugando a ser una freaky.

-Claro, habrás hablado con mi terapeuta vos. ¡Después pásame el número del tuyo así analizamos las ideas de tus ensayos, a ver dónde queda tu cientificismo!

Entraron al ascensor, Martín le tocó una mano, la puerta se cerró y comenzaron a subir. Ella lo agarró del cuello, le lamió la pera, el bigote oscuro, los dientes chuecos. Él se dejó, alcanzó con una mano a frenar el ascensor. El deseo subía entre sus piernas hasta su garganta, ahora amarrada por la fuerza de la mano y la lengua de Camila. La envolvió con un brazo por la cintura dejándola inmóvil, apresándola con su instinto de fuego. Lentamente fue acariciando sus muslos por el borde de la pollera a cuadros, ella se estremecía y empezaba a humedecerse con suavidad. Martín le rozó con la yema de los dedos la tanga mojada y fue presionando con más intensidad mientras escuchaba como un susurro sus gemidos. Camila se deslizó bajando hasta el vientre de Martín, desabrochó su pantalón y le lamió la pija entumecida y jugosa con tanto placer que podía sentirse antropófaga. La apoyaba sobre su lengua salivando, disfrutando del sabor sin cansarse. Él la frenó, la giró y la tomó por detrás. Camila ahora se veía en el espejo del ascensor, y detrás de ella a Martín lamiendo todas sus aristas, su humedad, su néctar dulce que empezaba a enloquecerlo. Resbalaban las manos contra el vidrio por la transpiración que sublimaban los cuerpos. Era un ardor tierno que quemaba con sutileza.

“-¡Dale! ¡Ponémela! -¿Si? ¿Querés que te la meta? -Sí, de a poco, despacio¨.

Entraba y salía lentamente, ella sentía los bordes chorreantes cálidos, suaves, gemía. Él amaba verla excitada, el movimiento de sus labios apretando su pija espesa. Los dos se dejaron llevar hasta el orgasmo, atravesados por filamentos de placer y plenitud.

El ascensor volvió a funcionar y los llevó hasta el sexto piso. Al entrar al depto el gato se escondió debajo de la cama, Camila no le gustaba. Martín fue a la cocina y preparó un café colombiano que le había regalado su madre. Ella se sentó en la mesada y mientras esperaban que la infusión estuviera lista le leyó unos poemas de Gelman. Se dirigieron al living y estuvieron largo rato en el sillón con las piernas entrelazadas, leyendo lo que se les antojaba elegir de la extensa biblioteca de Martín.

El otro Marx, lo quise comprar hace poco, pero está carísimo.

-Mirá, yo lo empecé y lo dejé a la quinta página, llévalo si querés. Tenelo y me lo devolvés, pero con apuntes incluidos.

Se querían, pero sabían que no era una relación que trascendiera. Elegían ser amigos y ahora además disfrutar de esa pasión que despertaban recíprocamente sus pieles. No querían obstaculizar sus proyectos culturales con las complicaciones que despierta un vínculo romántico.

Escucharon relajados un disco de Tom Zé que acompañaba la llegada de la noche. Desde la ventana entraban los últimos rasgos de luz y los reflejos se iban apagando sobre los libros y las ropas desacomodadas de sus cuerpos abrazados.

Camila volvió a su casa a la madrugada, siempre circulaba por la calle a cualquier hora, se sentía libre de hacer lo que quisiera, guiada por sus impulsos y su apetito momentáneo.

A la mañana siguiente en las noticias anunciaron un decreto de aislamiento obligatorio, con marcas penales para quien no cumpliera con esta norma. Era una respuesta inmediata que se imponía con el fin de cuidar a la población, ya que una pandemia avasallaba al planeta entero. El país se paralizaba, la humanidad entraba en un limbo insólito inundado de incertidumbre y miedo. Los medios de comunicación disparaban bombas de información alarmante, llenando de pánico y angustia a todos. Desde las ventanas la gente se asomaba y, ya sumergidos en la rutina de encierro, aplaudían masivamente al personal del sistema sanitario que desempeñaba una labor social fundamental para la supervivencia colectiva. Un virus expansivo y mortal acorralaba el aliento de las personas detrás de barbijos.

¨95.087 muertes en Estados Unidos, 20.047 muertes en Brasil, 36.042 en Reino Unido, 27.940 en España¨.

Martín y Camila hablaban constantemente por video-llamadas, cada uno desde su casa compartía su soledad, sin entender demasiado qué hacer. No podían hacer mucho. Sólo esperar y acompañarse.

Esa noche Camila le propuso hacer unas lecturas, para no dejar caer sus proyectos culturales en el vacío que la distopía presentaba, con intención de seguir estimulándose mediante experiencias sensibles que los conectaran y liberaran en nuevas ideas.

Video-llamada: “Conectando con Martín Krauss”

-¡Martín! ¿¡Cómo estás!?

-No sé, bien creo, desconcertado. Al menos sigo trabajando. ¿Viste ya cuánta gente quedó desempleada? Están barajando la posibilidad de entregar unos planes para toda esa gente que está quedando en situación crítica. En el laburo quieren que hagamos voluntariado. Yo no quiero ni salir la verdad. Estoy leyendo mucho, volví a colgar la bolsa de box, y qué sé yo, estaré en casa hasta que esto termine. Te extraño, me gustaría tocarte.

-Sí, a mí también, estás muy lindo. Yo estuve trabajando mucho, digitalicé todas mis clases y tengo que dar unas conferencias virtuales, no queda otra. Me angustia ver a los estudiantes del otro lado de la pantalla, quietos, en silencio. Con lo hermoso que era el intercambio presencial en el taller de Arte, termino con un nudo en la garganta después de cada clase que doy. 

-¿Y con las pinturas y el piano? ¿Están avanzando? ¿Cómo la llevás?

-Sí, las pinturas de los anfibios van tomando fuerza, estoy pintando mucho a la madrugada porque me cambió el horario de sueño. Pero no logro descansar bien, así que estoy sintiéndome rara. Con el piano no estoy conectando mucho estos días. De a ratos me agarra cierta paranoia, me da un poco de miedo que esto no termine nunca.

-¡Tranqui Cami! En poco tiempo seguramente nos volvemos a juntar y brindamos con un rico vino en algún bar. Al menos así seguimos conectados, tenemos que ser pacientes.

Camila no se sentía bien. Tomó de su mesa un libro, había seleccionado cuatro textos para el encuentro virtual de lectura con su amigo.

-Mirá, seleccioné una cita de un texto de Fogwill, algo que leí hace unos años cuando pintaba en el taller de Salinas. Se lo leí al viejo en aquel entonces y abrió una amistad copada, porque el viejo tiene vínculo con excombatientes de Malvinas, viste… ¡Y cuando le compartí este libro flasheó!

-No sabía que eras amiga de Salinas, gran personalidad.

-Sí, él me regaló varios libros de Filosofía del Arte durante el tiempo que fui al taller, siempre nos colgábamos hablando bocha sobre estos temas, y ahora seguimos en contacto, más que nada cuando necesito que me asesore con algunas cuestiones plásticas de mis laburos. Bueno, te leo… Tiene una manera muy particular de mostrar la sensación del miedo de los soldados durante la Guerra de Malvinas, creo que un poco me siento así, como en una trinchera intuyendo la presencia de un monstruo silencioso que quiere entrar:

“Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo -a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que se entró en el medio de una lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y nunca vas a poder sacarte desde el momento que empezó.” (Fogwill, Rodolfo, Los Pichiciegos, pág. 94. Buenos Aires. Ediciones de la Flor, 1983.)

-Cami, es muy buena la cita. ¿De quién decís que es? Me hace pensar en situaciones de guerra que vivieron mis antepasados, mis abuelos o bisabuelos, que no tenían estos medios para mantenerse en contacto con el exterior. Y además en este sistema de mierda, ya fue todo esto. Estamos en medio de una opresión que se viene cultivando hace años, ¿y ahora qué? ¿Una dictadura digital? ¿Y la gente que vive con bajos recursos? Sin agua para higienizarse, sin trabajo para sostener una vivienda, que se quedan sin morfar todos los días. Cómo carajo contienen a esa gente ahora. Igual, claro, ya no les importaba…Sabés cómo me indigna pensar que en los barrios carenciados deben estar desesperándose y entregándose al desconsuelo sin remedio, porque todo esto los va a afectar como una ola que arrasa con una ciudad portuaria. Estoy escribiendo algo sobre eso, y esto que me acabás de leer me acomoda un poco las ideas. Es muy fuerte. ¡Decime de qué libro es!

Los Pichiciegos se llama. Qué raro que no lo hayas leído en la carrera. Pensé que en Letras lo tendrías que haber visto. Es una novela breve, pero de una potencia tremenda. Che, me quedan unas cosas del laburo que terminar, si querés mañana hablamos. Ya son las doce y todavía tengo para un rato largo frente a la pantallita.

-Ok, andá tranqui. Mañana la seguimos. ¡Gracias hermosa, por la lectura y por estar del otro lado!

-Estuvo bien, me hace bien seguir leyendo con vos. ¡Gracias! Un beso.

-Beso, que termines bien por ahí.

Al día siguiente Martín se levantó inquieto, quiso cerrar el texto que estaba escribiendo, daba vueltas, no encontraba las palabras, pensaba y repensaba.

Mensajes de Whatsapp:

-Camí! Me pasás la cita que me leíste ayer? De quién era? Estoy escribiendo algo y creo que me sirve mucho para aclarar mi idea.

-Obvio, ya te envío una foto. Es de Fogwill, ¡te dije ayer! ¡Tendrías que leer el libro, no es sólo esa cita lo que le da tanto valor!

Envió la foto con el fragmento del texto.

-¡Después, cuando termines, compartime lo que escribiste! ¡Si querés llamame y lo leemos!

Martín no contestó más durante todo el día.

Horas después Camila vio publicado en las redes el texto de Martín: La cita de Fogwill aparecía textual, él se presentaba ante el público como un feroz lector del libro, haciendo una ágil introducción, para luego entramar una reflexión profunda sobre la coyuntura y el contexto sociocultural con la estructura que este autor argentino daba sobre los miedos. Al publicarlo no hacía mención a que la cita se la había compartido otro, un amigo, alguien. En cambio se paraba frente a los lectores de una manera comprometida y apasionada hacia la narración de Los Pichiciegos.

Camila comenzó a sentirse muy rara, estaba espantada por el esteticismo político y la manera tan ajena de relacionarse con algo que ella había compartido desde un lugar muy íntimo a su amigo. Le escribió felicitándolo con sarcasmo, estaba muy enojada. Le preguntó si había leído el libro o si quería que se lo enviara. Él, riéndose, contestó que no, que era una farsa literal lo que había hecho y que lo reconocía. Indignada ante la actitud de Martín le aclaró que se sentía muy decepcionada y poco valorada, que veía en todo esto una falta de ética profesional, deshonestidad, pedantería y poco compañerismo. Continuó diciéndole que no le agradaba su egolatría y que prefería, por el dolor que le causaba la situación, tomar distancia para pensar mejor sobre el vínculo que venían construyendo.

A los pocos minutos el texto de Martín fue publicado en la web del Museo Nacional de Arte Moderno, institución para la que él trabajaba como curador y crítico, y luego en varios sitios de literatura donde recibía el aplauso de escritores de mucha trayectoria.

Camila, que comenzaba a ver la hipocresía de esta persona con la que había nutrido un afecto tan apreciado, se sintió paralizada. Su celular sonaba por una llamada, lo veía encendido en la mesa, pero no reaccionaba.

“Llamada perdida de Salinas”. Volvió a entrar la llamada, Camila atendió a Salinas:

-¡Cami! ¿¡Cómo estás nena!?

Del otro lado ella lloraba en silencio, no podía responder. En medio de su angustia le contó la situación en que se encontraba. Salinas respondió:

-¡Camila! Qué bueno que te pasó esto ahora, ¡sacate de encima a ese flaco! Yo le di trabajo en La Cárcova hace unos años y me cagó todas las veces que pudo. Va a llegar muy lejos porque es inteligente, pero a cuesta de pisarle la cabeza a cuanto colega se encuentre en su camino, porque sabe subestimar muy bien a los demás para ganar poder. Desde mi experiencia te puedo decir que lo que conocí de ese pibe me demostró que su ambición soberbia es más fuerte que sus verdades, y que sólo tiene un resentimiento profundo hacia el Arte porque no puede sumergirse en él.

Camila estaba sorprendida, no sabía que el viejo Salinas, este pintor y maestro de tantos pintores, conocía tan de cerca a Martín. Le agradeció su honestidad y valoró mucho aquella conversación que organizaba un poco sus emociones.

Amanecía en Buenos Aires, la luz tenue entraba de a poco por la ventana del cuarto de Camila. Tenía su celular en la mesa de luz. Escuchó la notificación de que había entrado un mensaje. Pensando que era del trabajo, que comenzaba a ocupar casi la totalidad del tiempo de la estadía de encierro, dio media vuelta en la cama e intentó descansar un rato más. A los pocos minutos llegó otro mensaje. Ya empezaba a despabilarse y con algo de resistencia agarró el celular para ver de qué se trataba:

-Cami, estoy internado en el Hospital Militar. Tengo una fiebre que me está matando de dolor, estoy infectado. Me siento muy mal, no sé si pueda superar esto.

Camila, sentada en el borde de la cama, leyó los mensajes de Martín. No podía llorar más. La repulsión que sentía ante la realidad la hundía en un silencio blanco que la inmovilizaba. Pasaron dos horas. Se despertó en el sillón del living, aturdida y sin entender cómo había llegado hasta allí. Recordaba con claridad lo que había soñado, estaba angustiada. Eran las 10am. Escribió apurada, en un papel con manchas de café que había quedado en la mesa de la cocina, lo que su subconsciente le había mostrado. Puso el agua a calentar para tomar unos mates y mientras esperaba vio en el papel el nombre de Martín. Precipitada tomó el celular y lo llamó:

-¡Martín! ¿¡Estás bien!?

-¡Hola Cami! ¿¡Cómo estás!? Todo bien por acá. Estaba leyendo un texto que me pasó ayer un colega del laburo, Los Pichiciegos. ¿Lo leíste?

Camila, confundida, tardó en responder:

-No, ¿de quién es?

-De Fogwill.

-¡Ah, mirá! Sólo leí En otro orden de las cosas de él, me gustó mucho. ¡Después lo busco y lo leo!

-¡Dale!… Me está atrapando mucho, se lo recomendaría a todos.

-¡Genial! Che, ¿nos vemos mañana?

-¡Sí, porfa! ¡Tengo ganas de contarte algunas cosas que me están pasando con una flaca que me está volando la cabeza!

-Jaja. ¡Buenísimo! Mañana tipo cinco de la tarde venite a casa, hacemos lectura y proyectamos un docu que produjo una amiga sobre una fotógrafa cubana, ¡creo que te va a copar!

-¡Dale, me encanta! ¡Te veo mañana, genia!

-¡¡Oka!! ¡Besooo!

17hs: Camila estaba estudiando en el piano unas escalas.

18hs: Camila se asomaba a la ventana. –Martín no llega, ¿le habrá pasado algo con la moto?

18.30: Llamada. -¿¡Martín!? -Hola, soy la hermana de Martín. ¿Quién habla? -Soy Camila, una amiga. Lo estoy esperando, iba a venir a casa a las cinco, pero no llegó y me preocupé. -Disculpame, por lo que veo no sabés nada. Martín murió hace una semana en el Hospital Militar a causa de un virus muy violento. Los últimos días los pasó delirando, hablando sobre un espejo y la caída de un ascensor.

 

 

04/08/20