HISTORIAS DE VIDA, JULIO AZZIMONTI.
A Julio Azzimonti se lo conoce sobre todo por escritor y también por el bigote envuelto siempre en un halo de humo. Tiene la habilidad de estar donde urge y donde se trama la vida artística y cultural, desde la Noche de los bastones largos (mes en la cárcel de Devoto incluido) hasta la Asociación de Escritores y Lectores de General Sarmiento que fundó. Bajo perfil, buscador inquieto, casi psicólogo, casi médico, casi antropólogo y cabal artesano autodidacta de la madera. En 2004, siendo ya miembro de la Fundación de la Universidad (FUNAS), se afincó en el Centro Cultural para dar clases de talla y calado en madera, oficio desafiante de los ansiosos, haciendo contrapunto tridimensional con su costumbre de escribir.
–¿Dónde aprendiste el oficio?
–Con un amigo que era carpintero. Fui a verlo y le dije que quería dejar mi trabajo en Pelikan porque no soportaba más los viajes a Capital. Estuve dos meses en los que me enseñó más que nada talla y luego ya me llevé el trabajo a casa. Así aprendí, preguntando, trabajando, haciendo. Como era un oficio poco común fui teniendo cada vez más trabajo y vivía de eso. Me orienté a la carpintería decorativa en casas y comercios, en señalética. Y después a enseñar, que me gusta más que hacer. Todo lo que sé sobre talla está basado en resolver las dificultades que me fueron planteando los encargos y los proyectos de los propios alumnos. Esa es la parte más linda, resolver en conjunto.
–¿Cómo es un día en el taller?
–La cuestión de la madera es muy amistosa, trae relaciones. Quizás por la calidez del material, no sé. Es artesanal y creativa. El día empieza siempre con unos mates, se charla, se comparte. Hacemos algunos recreos, ya que el trabajo tiene cierta exigencia física. Es una tarea de las manos pero en constante coordinación con la mente. Exige concentración, pero con tres indicaciones sencillas todos pueden realizarla sin lastimarse.
–Has llegado a tener cincuenta o más alumnos en dos turnos. Ante un oficio que requiere paciencia, destreza y dedicación, ¿te llama la atención seguir teniendo tantos alumnos?
–Sí, todos los años me asombro. Muchos vienen buscando una actividad terapéutica, para manejar el estrés, aflojar tensiones y distraerse. Otros, como los docentes, buscan un complemento para sus clases. Hay mujeres que quieren un medio para generar ingresos haciendo artesanías o reciclando muebles. Tuve pocos alumnos que desarrollaran una carrera artística. Sí he tenido muchos con diferentes discapacidades que han hecho el taller para tener una salida laboral o como actividad terapéutica. Voy adaptando el curso a las necesidades y posibilidades de cada persona.
–Es decir que el interés pasa más por tener un conocimiento práctico de la talla que por desarrollarse como escultores…
–Claro, en el taller trabajamos básicamente la talla decorativa, sobre todo en superficies planas. Esto ya tiene cierta dificultad, porque mayormente la gente no ve los relieves, la profundidad, lleva un tiempo darse cuenta de eso. Después está el conocimiento de las maderas. Trabajamos las autóctonas: cedro, petiribí, laurel, cancharana, paraíso y todos los frutales. Estos son fáciles de conseguir (troncos de desrames) y de trabajar. Lo que más cuesta y lo que lleva más tiempo trabajar es la destreza, y, como en literatura, voy enseñando desde lo más simple hasta lo más complejo. El esfuerzo físico es lo de menos frente a la habilidad y la paciencia. Los ansiosos abandonan, porque en la talla tenés que estar todo el tiempo venciendo dificultades: la veta, la herramienta, el peso de la maza. Pero se aprende a dominar todos esos factores. Mi forma de alentarlos es mostrándoles cómo hacerlo, paso a paso.
–En las muestras anuales se ven muchos trabajos con motivos gauchescos. ¿A qué pensás que se debe?
–Hay una tendencia en la zona. Yo creo que es por el folclore, porque se lo vive en todas sus formas, ya que hay mucha migración de distintas provincias. Les gusta y les atrae la madera, los conecta con sus lugares. Sobre todo a la gente más grande. Los jóvenes no: buscan todo en internet.
–¿Se complementan tus dos oficios?
–Tengo un cerebro dividido: una parte para lo abstracto, la escritura, y otra para lo concreto, la talla. Me gusta desarrollar la destreza para juntar ambas cosas: cómo llevar un concepto a la madera. Como en la Universidad, un complejo de ideas que debe transformar la realidad.
Florencia Garófalo