BIBLIOTECA.

 

Desde hace un mes, la Biblioteca de la Universidad lleva el nombre de Horacio González. Sociólogo, ensayista y director durante una década de la Biblioteca Nacional, González tuvo una activa participación en la vida académica de la UNGS, cuya comunidad le tributó incontables muestras de admiración y afecto desde su muerte en junio del año pasado. En la ceremonia de bautismo de la Biblioteca se inauguró también una muestra permanente de fotografías que retratan distintos momentos de la vida del autor de Restos pampeanos y de Historia de la Biblioteca Nacional. Cintia Córdoba, profesora universitaria en Filosofía, investigadora docente de la Universidad e integrante del equipo responsable de la preparación de esa galería, recrea aquí esa emotiva ceremonia, que fue presidida por la rectora de la Universidad.

 

El nombre de Horacio González se inscribe en el frontispicio de nuestra biblioteca. El pasado martes se llevó a cabo el acto de nombramiento de la UByD (Unidad de Biblioteca y Documentación) como “Biblioteca Horacio González”, por decisión unánime del Consejo Superior. Junto a este acto, se inauguró una muestra fotográfica, dedicada al intelectual, que puede recorrerse físicamente en el hall central de la biblioteca -y virtualmente. Esta muestra se montó gracias al aporte de amigxs, familiares y dedestacadxs fotógrafxs profesionales como Ximena Talento, Ximena Duhalde, Pablo Cittadini, Rafael Calviño, Marcelo Huici, Sergio Santamarina y José Curto. El acto de homenaje contó con la presencia de distintas autoridades y trabajadorxs de la universidad, y con la participación de la compañera de González, Liliana Herrero.

“¿Cómo duelan las instituciones?” preguntó nuestra rectora Gabriela Diker en plena ceremonia de nombramiento. Sin duda se trata de una pregunta que nos lanza a pensar en la tramitación de las ausencias en el seno de los espacios colectivos. En el caso de Horacio González, es cierto que el vacío que deja es grande, pero no es menos cierto que deja una inmensa obra. Una obra y una huella imborrable en la gestión de una de las instituciones más importantes del país como es la Biblioteca Nacional. Y en este sentido, es esa obra –material y simbólica– la que nos permite pensar en Horacio González como una presencia permanente. Desde el momento en el que hay una obra se pone en marcha un descontrolado proceso de diseminación, apropiación e interpretación de la misma. Precisamente de esta trascendencia dieron cuenta las diversas semblanzas y evocaciones durante el homenaje.

María Pia López, ensayista y discípula del homenajeado, hizo mención a una paradoja: Horacio González, quien no escatimó en el nombramiento de espacios durante su gestión en la Biblioteca Nacional, hoy deviene uno. Horacio González no desconocía el poder performativo de los nombres, tanto esos que expresan consensos como aquellos que heredan viejos antagonismos.  Y un acto de nombramiento, lo sabemos bien, es un acto performativo en sentido restringido, pero nos gustaría imaginar que este desborda esa categoría en un sentido derridiano del asunto, tal como aparece formulado en Universidad sin condición: “la fuerza del acontecimiento es siempre más fuerte que la fuerza de un performativo”. El nombre de Horacio González en la biblioteca de una universidad pública del conurbano bonaerense puede ser también expresión del comienzo de algo que excede al homenaje.

No obstante, durante la ceremonia se formuló una pregunta inquietante: ¿Por qué Horacio González? ¿Por qué ese nombre? Es indudable el vínculo de proximidad que mantuvo con nuestra institución. Su generosidad pudo verse reflejada en el acompañamiento de diversas actividades puestas en marcha en la UNGS. Un tejido amistoso puede ser razón suficiente para un nombramiento, pero en este caso lo trasciende. Horacio González es el nombre de un acontecimiento intelectual en el plano de la historia de las ideas de nuestro país. Portador de un pensamiento anclado en los vaivenes de la historia nacional, supo singularizar un modo de aproximación a la cultura argentina preocupado por las formas.

“Cargamos con el intento de crear la escritura y el pensar que se recline sobre la voz propia de nuestro mundo cultural”, afirma Horacio González en Retórica y locura. La intimidad de las formas expresivas se vincula siempre de manera directa con la forma del pensamiento. Transformar la lengua universitaria, no sólo crear conceptos y/o categorías, constituye una lucha encarnizada contra el estilo convencional de la disertación y de la explicación y su unidireccionalidad. En este sentido, Saberes de pasillo, por ejemplo, reúne una serie de reflexiones en torno a la universidad que nos permite encontrarnos con una mirada aguda sobre las prácticas naturalizadas que allí se desarrollan, pero despojada de cinismo.

La escena universitaria, como la de todas las instituciones del mundo contemporáneo, se encuentra siempre amenazada por lógicas y modos de habitarla que agobian de realismo y obligan a la capitulación. Capitulación que suele expresarse en los diversos modos de adaptación a las formas preestablecidas de producción del conocimiento. A Horacio González le debemos la significación noble del trabajo en las universidades producto de fuertes interrogaciones, desviaciones teóricas y retóricas capaces de recuperar el compromiso político de la palabra en un mundo que promueve la desesperanza. Su participación en las Cátedras Nacionales y la fundación de la revista El ojo mocho son expresiones materiales de algunos de esos intentos –siempre colectivos– por construir un espacio libertario para desarrollar sospechas sobre lo que el mundo intelectual dice y cómo lo dice.

A esta mirada incisiva se refirió Eugenia Leiva, directora de la Biblioteca, cuando recordó la insólita intervención de Horacio González, quien, al juntar en una misma oración las palabras “fuego” y “libros” frente a bibliotecarixs, generó un deliberado malestar. ¿Cuál es el sentido de esta provocación si no obligar a cada quien a revisar las paradojas mortales que encierra toda profesión que se concibe en su sentido fundante hacia afuera, pública, pero que en nombre del resguardo postula las más tranquilizantes formas de indiferencia e inacción?

Puede leerse en el catálogo de la muestra fotográfica una concatenación de palabras que constituyen un hilo de sentido: biblioteca, educación y emancipación. Eduardo Rinesi recuperó así las aristas de aquello que podría pensarse como el viejo programa ilustrado, pero que bajo el tamiz crítico del pensamiento gonzaliano adquiere un sentido situado, popular y creador. Horacio González es el nombre de un desafío universitario colectivo por venir situado entre un gesto de atesoramiento de las obras más ilustres de la tradición universitaria y la voluntad política de sobrevolar de forma rasante nuestros tiempos.

“Conversen con Horacio”, Liliana convocó al auditorio, ofreciendo así la posibilidad de pensar cada cita a –y con– su obra como encuentro vivo con aquello que pueden seguir anunciando sus palabras. Será la infinita conversación entre Horacio González y las generaciones venideras la que aleje las pasiones tristes y melancólicas y venza definitivamente la fatalidad de su ausencia.

Cintia Córdoba

 

13/04/22