MARZO: 8M, 24M.
El mes de la memoria es también el mes en el que el movimiento de mujeres rememora viejas luchas y reclama nuevos pasos en el camino de construcción de sociedades más igualitarias y más emancipadas. A días de que el Consejo Superior de la UNGS aprobara un documento que nos llena de orgullo y que es uno más de esos incontables pasos que debemos seguir dando, María Pia López reflexiona aquí sobre estas fechas y estos compromisos.
Cada año, los 24 de marzo se actualizan los compromisos con la memoria de las personas asesinadas por el terrorismo de Estado, pero también con una idea de justicia que no remite solo al castigo respecto de esos crímenes, sino al compromiso con una justicia social siempre pendiente. Es decir, no solo justicia en tanto realización de actos judiciales que intentan reparar el daño producido castigando a los culpables, sino también en un sentido que vincula esas acciones presentes con el tipo de militancias por la transformación social que habían encarado sus víctimas. Esa duplicidad es fundamental, y si permanece es por la fuerza que han tenido los activismos por los derechos humanos en actualizar, permanentemente, el horizonte de sus luchas, produciendo fortísimos compromisos con cada situación del presente.
Puede parecer una obviedad, de tan naturalizado que está en el aire de nuestros debates públicos, pero es la gran invención que los organismos han producido: lejos de convertirse en adalides de una memoria pasada, pusieron la historia entera en estado de apertura. Al hacerlo, pudieron no considerar a lxs detenidxs-desaparecidxs solo como víctimas, para pensarlos como militantes. Laura Klein sostiene que en los años ochenta podíamos nombrarlxs como víctimas antes que como vencidxs. Pero si la angelización de las militancias (o sea, el olvido de esa condición) fue gesto inicial para poder mostrar la crueldad de lo hecho por la dictadura cívico-militar, ya en los años 90 el consenso sería otro, y el haber sido militante no era un desmedro para el pedido de justicia, sino la marca en una genealogía en la cual otrxs nos reconoceríamos como militantes.
En 2021, los cuidados ante la pandemia de coronavirus llevaron a los organismos a suspender la marcha tradicional del 24 (esa marcha en la que somos felices de reencontrarnos en las calles, como parte de una comunidad que sostiene allí uno de sus impulsos éticos y políticos fundamentales), y a proponer una campaña llamada “Plantamos memoria”: la convocatoria a sembrar treinta mil árboles. Dicen, en la invitación, que “la Memoria, al igual que la semilla, viene cargada de futuro. Contiene toda la información genética para poder llegar a ser el árbol que late en su destino. En tiempos de incendios, deforestación y cambio climático, invitamos a plantar vida como un acto de memoria y futuro. Porque el recuerdo de cada compañerx detenidx desaparecidx trae consigo el legado de lucha por un país más justo y solidario”.
Cada árbol no reemplaza a cada cuerpo desaparecido, pero sí repone una posibilidad vital, la idea de que la vida renace y para hacerlo también requiere de la memoria. Porque esta es imprescindible para conjurar, incluso, las formas devastadoras que tiene la acumulación del capital sobre las tierras habitadas, y el modo cruento en que se destruyen poblaciones y existencias singulares, no solo humanas. Un árbol es apuesta al futuro y quizás quienes se sienten a su sombra a matear en algunos años no sepan que ese árbol fue plantado para recordar a lxs asesinadxs, pero sí sabrá que la sombra es reparo y que en ese rincón el mundo se vuelve más amable.
La UNGS decidió sumarse a la campaña, y en su amistoso campus tiene ya también un árbol de este 24 de marzo. Como hay otros, ya plantados, que recuerdan a los pueblos originarios y a cuyo alrededor se despliegan ritos. El campus, ese verde que añoramos poblado, ágora pública y sitio de reunión, tiene ya otro árbol, para que no deje de recordarnos, con su silente presencia, que la justicia es algo siempe pendiente, que la justicia social es el horizonte de todas nuestras acciones.
En ese sentido, este marzo es también el de la apuesta, en la Universidad, por desplegar nuevas acciones en términos de derechos y justicia: el 17 de marzo el Consejo Superior aprobó un documento de “Lineamientos para la inclusión travesti, transexual y transgénero” en la institución. Se articulan con los “Lineamientos generales para las políticas de género en la Universidad Nacional de General Sarmiento” aprobados en 2017 y funcionarán como marco de distintas estrategias de inclusión laboral y educativa de la población travesti-trans, a ser coordinadas desde el Programa de Políticas de Género.
Son muchos los esfuerzos institucionales en el sentido de reconocer y respetar las distintas identidades de género y orientaciones sexuales: la adecuación registral interna conforme a la identidad de género autopercibida; la formación obligatoria con perspectiva de género; el reconocimiento del lenguaje inclusivo en las producciones académicas; la sistemática incorporación de estudiantes trans-travestis en la Diplomatura de Géneros, Políticas y Participación; la participación en las producciones culturales y de los medios de la universidad de personas travestis-trans. En este momento, se reúnen esos esfuerzos y se plantea un horizonte de ampliación, que tiene entre sus puntos más relevantes, medidas de acción positiva imprescindibles para incluir a personas cuya situación de vulnerabilidad y posición de desigualdad son conocidas.
A la vez, no se trata de pensarlas solo desde la vulnerabilidad, sino desde la potencia de un tipo de experiencia, creatividad, pensamiento, que aparecen vinculadas a esas posiciones de género, como puede percibirse en las intervenciones de Marlene Wayar, de Susy Shock o de la inolvidable Lohana Berkins, para nombrar solo a algunas de las personas que son parte imprescindible del pensamiento y el arte contemporáneos. Del mismo modo en que cada 8 de marzo se trata de recuperar tanto la denuncia sobre las violencias ejercidas contra mujeres, lesbianas, travestis y trans, como la fuerza creadora de los feminismos, la capacidad de mostrar el trabajo que produce y reproduce el mundo, y la imaginación de otras políticas.
Del 8M al 24M se traza una secuencia que no es solo la de la coincidencia en un tipo de movilización, festiva y memoriosa, intergeneracional y vital, sino también la de producir ese desplazamiento entre la denuncia a una situación de injusticia a la apertura de nuevos sentidos de la justicia. Y al hacerlo, conjuga otras imágenes para el porvenir: ¿por qué no imaginar que bajo esos nuevos árboles, conversarán trabajadorxs y estudiantes que hoy pertenecen a capas segregadas, nuevxs integrantes de una comunidad que cada día hace un esfuerzo para pensar desde los derechos? Que plantar memoria sea plantar semillas de igualdad y nuevos derechos.
María Pia López
29/03/21