HOMENAJE.

Inés Kuguel fue muchísimas cosas desde que entró en esta universidad en 1997. Era una docente excepcional, con una claridad y un tempo exquisitos para las clases. Supo abrir líneas de investigación colectiva e inspirar muchas cabezas individuales. Defendió con convicción y con coherencia la premisa de una educación inclusiva y de calidad, en la teoría y en la práctica como docente, investigadora y desde distintos roles políticos (y cumplió muchos, hasta ser consejera superior y coordinadora del nuevo Profesorado de Lengua y Literatura estos últimos años). Y era, además, generosa y solidaria con sus compañeros, sin distinción de claustros.

Pero esos datos públicos no me alcanzan para reflejar veinte años de intenso laburo y de entrañable amistad, de comidas, proyectos de investigación, vacaciones, cursos, fiestas, reuniones, materias, todo mezclado ahora en un mar de donde emergen algunos recuerdos firmes.

Inés tenía un talento particular para el epigrama: ahí donde otros fatigamos nuestra retórica, sabía sintetizar una idea complejísima en una frase lacónica a la que no le sobraba nada. Lo combinaba con un persistente sentido del humor, una cualidad que además apreciaba particularmente en los demás. El humor es un lujo de la inteligencia, y la inteligencia, a su vez, tan rara de encontrar aplicada en la vida cotidiana… De ahí salía su capacidad excepcional para el trabajo en equipo y para darle una solución sabia a casi cualquier problema práctico. Pero, como a todo le ponía el optimismo de su voluntad, era fácil embarcarla en nuevos proyectos, aun si no eran completamente sensatos. Hubiera necesitado mucho más tiempo (ay, el tiempo) para terminar de agradecerle la libertad que me dio y su protección cálida y desinteresada, que fueron decisivas para mi formación.

Unos días antes de morir me escribió que en una nota de Página/12 había encontrado “la dejación de las armas” en Colombia, un ejemplo simplemente perfecto para mis clases. Fue un último regalo, uno más de todos estos años de enseñarme cosas con una sonrisa.

La voy a extrañar tanto.

Laura Kornfeld