MARIO LIPSITZ RECIBIÓ EL KONEX 2016.

El filósofo Mario Lipsitz, del Instituto de Ciencias de la UNGS, fue seleccionado por el Gran Jurado de la Fundación Konex como una de “las cien personalidades más destacadas de la última década de las Humanidades argentinas” y recibió el Premio Konex 2016 en Filosofía.

 

–¿Cuáles fueron los hitos que marcaron tu vocación y formación como filósofo?

-–Probablemente haya sido la angustia, ese caldo afectivo en el que –como decía Freud– terminan transformándose nuestras inquietudes y dolores sin respuesta. En mi formación atravesé erráticamente la física, la sociología y la economía política antes de recalar en la filosofía. Si hubiese tenido sentido del humor –cosa que dudo– Descartes habría dicho que recorrí existencialmente el árbol de las ciencias desde las ramas hasta el tronco. Mis inquietudes, cuando era estudiante de física, eran más bien de orden metafísico, y me llevó tiempo comprender el elevado valor de las preocupaciones de la filosofía, cuyas respuestas nunca conducen a algo inmediatamente útil, pero ofrecen en cambio algo esencial. En cuanto a mi formación, fue decisivo mi encuentro con el filósofo francés Michel Henry en 1984. Yo preparaba una tesis de doctorado sobre la teoría del valor a través de los textos filosóficos del joven Marx y tras leer los primeros capítulos mi director me preguntó si había leído a Henry. Cuando le respondí que no lo conocía, me dijo: “Se lo pregunto porque eso que usted está haciendo tan torpemente ya fue hecho, de manera magistral, por Henry”. La lectura de Henry me llevó un año. Tenía la impresión, a medida que avanzaba, que encontraba las palabras exactas para decir lo que había estado buscando. La “vida” dejaba de ser en esos textos una palabra vacía o un concepto vago o romántico. La “subjetividad” no era más el conjunto de condiciones que permiten que aparezca un mundo objetivo enfrente nuestro, como en mi opinión sucede en el pensamiento de la tradición y en el pensamiento contemporáneo. Los afectos, las emociones, los sentimientos ya no eran puros obstáculos para el conocimiento, como pensaron los antiguos filósofos, ni unos misteriosos datos empíricos y contingentes que “tenemos” y que expresan o representan fenómenos ocultos o “inconscientes” de un orden superior cuya legalidad y métrica podría desentrañar alguna “ciencia del hombre”. El cuerpo ya no era más esa configuración estúpida de partes objetivas movidas por un misterioso habitante llamado “Yo” o por ciertas “fuerzas físicas” o “químicas” o por un “inconsciente”, sino un cuerpo subjetivo, viviente, sintiente, afectivo. Y ante todo invisible: ese cuerpo que no tenemos sino que somos. La lectura de Henry me conmovió profundamente y tras entrar en contacto con él se estableció una relación discipular y una gran amistad que duró hasta su muerte en 2002.

 

–¿Cuáles han sido las líneas de investigación que desarrollaste aquí y cómo se vinculan con tu formación anterior?

–Viví en Francia entre 1977 y 1995, año en que me incorporé a la UNGS. En 1989 propuse a Henry y colaboré con él en la preparación de un libro destinado a los lectores de habla hispana (Fenomenología de la vida, que fue publicado en España y luego, en 2010, por la UNGS). En nuestra universidad, gracias al impulso excepcional –único en nuestro país– que ofrecía y ofrece a la investigación, alentándola, subvencionándola y vinculándola estatutariamente con la docencia, pude llevar a cabo una serie de investigaciones que partían de las premisas filosóficas de la fenomenología material de Henry y pretendían aplicarlas en nuevas direcciones. En estos estudios trabajé sobre la insuficiencia de la significación de “experiencia” en el pensamiento contemporáneo, sobre el lazo entre el fenómeno erótico y el nacimiento y sobre la animalidad. Hace seis años, con Carlos Belvedere iniciamos el Programa de Estudios M. Henry de la UNGS que, además de sus actividades de formación, convocó dos jornadas internacionales a las que asistieron investigadores de todo el mundo.

 

–¿Cuáles son hoy los principales desafíos para las nuevas generaciones que se forman en filosofía?

–Los problemas esenciales del hombre no han cambiado; en cierta medida las grandes preguntas se mantienen iguales a ellas mismas sobre las olas de la Historia. Ni las vacunas ni los acondicionadores de aire que permiten vivir mejor y más tiempo nos permiten dar algún sentido a la existencia y, dentro de ella, a la muerte, al deseo, al amor, a la necesidad, a la voluntad de vivir, etc. Seguramente la filosofía no pueda “progresar” en estas cuestiones en el mismo sentido en que lo hacen las ciencias de la naturaleza en las suyas, pero sí es posible y necesario interrogar más y más profundamente, incluso si se trata siempre de lo mismo; ver con mayor transparencia a través de los grandes problemas. El desafío no es por lo tanto lo nuevo para la filosofía. El verdadero desafío es que los jóvenes filósofos logren siempre retomar y vivificar el espíritu corrosivo, esencialmente disconforme de la filosofía, en una cultura que cada vez más se nutre de la reiteración y de la reproducción de conceptos e ideas hechas y donde la causalidad –que paseándonos de un fenómeno a otro que lo precede supuestamente lo “explica” todo, es decir, nos enseña “cómo se produce”– ha relegado a un segundo plano la cuestión del sentido de la realidad y del hombre. Afortunadamente los jóvenes que llegan a la filosofía lo hacen siempre con la llama intacta.

 

Mariana Luzzi