LEY “MICAELA”.
La Ley Nº 27.499 establece la capacitación obligatoria con perspectiva de género en todos los poderes, niveles y jerarquías del Estado. Promovida para el conjunto de las universidades públicas del país por el Consejo Interuniversitario Nacional, fue adoptada a comienzos de este año (e inmediatamente implementada) por la UNGS, que viene sosteniendo una activa política de investigación, de formación y de revisión de todo lo que hace desde un punto de vista feminista, de rechazo de la violencia contra las mujeres y de reconocimiento de la diversidad sexual.
Los feminismos masivos configuran un movimiento social fundamental en los últimos años. Difícil pensar la escena contemporánea sin sus fulgores, sus ritualidades, pero más aún sin considerar su fuerza subterránea, la modificación profunda que están produciendo en la vida cotidiana, en los espacios de trabajo, en las instituciones. Afectan las jerarquías sociales y las prácticas en las que estas se afirman y reproducen. Ponen bajo sospecha muchas de nuestras rutinas naturalizadas, desde las que regulan la sexualidad hasta las que se dan en los procesos de enseñanza. Las universidades son atravesadas por la conmoción y se convierten en foros y laboratorios, vuelven a interrogar sus líneas de investigación y los vínculos interpersonales. El primer paso, en muchas instituciones, fue crear protocolos o procedimientos para tratar la violencia de género. Eso es fundamental pero a la vez no puede convertirse en el horizonte final. En la Universidad Nacional de General Sarmiento, la creación del Programa de políticas de género y, más recientemente, la de la Formación con perspectiva de género, obedecen a la decisión de construir una serie de iniciativas que están destinadas a producir una transformación que va más allá que tramitar las denuncias de prácticas patriarcales que afectan a mujeres y disidencias. No es tan sencillo, porque una de las tensiones propias de la época es la traducción de la potente agenda del movimiento social en una lógica de castigos y penas.
Micaela García era una muchacha de ojos sonrientes. Su imagen pobló pantallas y movilizaciones: abrazo enfático, militancia tenaz. Ella, con una remera que decía Ni una menos en alguna de las intensas ocupaciones de calle que hacen nuestros feminismos. La piba fue asesinada por un convicto que obtuvo una reducción de la pena. No somos antiguos griegos para pensar que algún destino fatal conjuga los tiempos y pone a las personas en un cruce de caminos. Entonces nos preguntamos qué hacer para que no siga aumentando la cosecha sangrienta. Algunos se contestaron: cambiar la ley de ejecución de penas cuando se trata de delitos graves, como la violencia de género o el narcotráfico. Endurecer los castigos, aumentar penas, prometer cárceles a troche y moche. El colectivo Ni una menos se presentó en el Senado, cuando se estaba discutiendo la reforma, para decir: “no en nuestro nombre”. La demagogia punitivista no debe encubrirse en la fuerza construida por los feminismos ni en el dolor colectivo que nos atraviesa ante cada víctima de femicidio. La familia de Micaela planteó estrategias no centradas en la pena, sino en la prevención. Una suerte de homenaje a esa muchacha militante, a su juvenil y amoroso modo de tratar la desdicha. Del impulso paterno surgió lo que ahora se llama Ley Micaela, sancionada el 19 de diciembre de 2018. La Ley Nacional Nº 27.499 dispone la capacitación obligatoria en género para todas las personas que trabajan en los distintos poderes, en todos los niveles y en las diferentes jerarquías del Estado, estableciendo que el modo y la forma que vayan a asumir las capacitaciones estarán a cargo de los respectivos organismos. Contracara, esta ley, de aquella modificación de la ejecución de las penas.
Las universidades, instituciones autónomas, no están obligadas a aplicar esa Ley. Sin embargo, el plenario de rectores y rectoras del Consejo Interuniversitario Nacional, en abril de este año, propició la organización de la capacitación obligatoria en materia de género y violencia contra las mujeres prevista en la “Ley Micaela” para sus autoridades superiores, docentes, nodocentes y estudiantes. El Consejo Superior de la UNGS consideró el asunto en su sesión del mismo mes de abril, y resolvió establecer la formación obligatoria con perspectiva de género, a ser desplegada por todas las unidades académicas y la gestión central.
Ya se venían desplegando varias instancias formativas, desde la fundacional Diplomatura en Géneros, políticas y participación hasta la materia “Perspectiva de género: aportes y debates”. El área de Personal había organizado durante 2018 el Ciclo de Formación en Géneros y Diversidad Sexual, dirigido al personal nodocente, y el Programa de Políticas de género había impulsado una serie de conversatorios. La Universidad se dejó atravesar por las demandas de los feminismos movilizados y comenzó a considerarlos no tanto como objeto de investigaciones sino como llamados a revisar lo que hacemos, estudiamos y enseñamos. “Género” nombra una demanda pero también una incógnita: ¿cómo se deja afectar una institución, cómo una universidad se vuelve feminista?
“¿Cómo se gobierna una institución con perspectiva de género?” fue la pregunta que tituló la conferencia de lanzamiento de la Formación con perspectiva de género. Gabriela Diker, rectora de esta universidad, sostuvo que “transversalizar la perspectiva de género, a través de todas las actividades que realiza la Universidad, es uno de los aportes fundamentales para poder pensar las relaciones de género en perspectivas de igualdad”. Transformar la formación, dejar atravesar los conocimientos y las prácticas docentes, construir universidades libres de prácticas machistas, renovar los pactos en los espacios de trabajo, construyen el horizonte al que aspira la Formación con perspectiva de género. Se trata de evitar que la vasta y compleja agenda que impulsan los feminismos se reduzca a la aplicación de Protocolos para regular la violencia y administrar penas. Sandra Torlucci, rectora de la Universidad Nacional de las Artes, advirtió: “Si nos quedáramos solo en el plano de esos protocolos, lo único que estaríamos pensando es que los feminismos vienen a poner en escena la pregunta por el castigo, y esa no es la cuestión fundamental”. Por ello, Dora Barrancos abrió preguntas sobre el cambio curricular, el de la percepción y la sensibilidad: “La perspectiva de géneros implica un trastrocamiento de los órdenes del sentido común. El sentido común es patriarcal, es sometimiento, incluso en lo que refiere a la ciencia. Es necesario corregir absolutamente los desvíos que ha tenido la ciencia consagrándose también como patriarcal. Es necesario reconstruir la universidad con esta reflexión”.
La tarea es vasta, pero son muchos los sectores de la universidad abocados a realizarla. Y nuestra institución es porosa, por ella transitan esfuerzos que se gestan en otros lados y voluntades diversas. Así, en el último mes hubo jornadas de Filosofía y género (organizadas por el área de filosofía del Instituto de Desarrollo Humano). Poco antes la Licenciatura en Economía Política del Instituto de Industria llevó adelante un ciclo de conferencias sobre Género y Economía. Aparecen nuevas preguntas y perspectivas renovadas, menos organizadas desde la presunción de un saber ya disponible que desde la necesidad de construir abordajes que aún desconocemos. La UNGS fue sede, en julio, del primer Encuentro Nacional de Escritorxs, organizado por un conjunto de escritoras, de modo autogestivo y autónomo. Se convocaron para debatir desde la desigualdad y la violencia en el campo literario hasta las transformaciones que implica el lenguaje inclusivo. Con la decisión de construir espacios públicos, instancias de reconocimiento, querella y amistad. Las que mencioné son muy distintas y a la vez son hechuras de la época, modos de recibir la conmoción, de atender a lo que surge y nos demanda. Tampoco son todas, porque también hay talleres que vinculan expresiones artísticas y demandas feministas, reflexiones sobre lo queer, muestras. Las actividades son certificadas, se les adjudican créditos y se publican en una agenda mensual coordinada por el Programa de políticas de género y la Secretaría de Cultura y medios. Importa su proliferación y la multiplicidad de entusiasmos que la componen, porque muestran una Universidad viva y atenta, abocada a la transformación de sus propias rutinas.
María Pia López
Pasarán fácilmente décadas antes de que la crítica feminista aporte lo que Marx, Weber, Freud o Lévi-Strauss han logrado en sus áreas de investigación. Pero un punto principal de la crítica feminista es que las feministas no intentamos repetir ese proceso por el cual individuos impresionantemente preparados como scholars y totalmente confiados en su misión como pensadores críticos, redefinen una tradición dándole una nueva dirección. A lo que nos dirigimos y lo que intentamos es algo deliberadamente menos grandioso y conscientemente más colectivo. Porque aunque somos hijas de los patriarcas de nuestras respectivas tradiciones intelectuales, también somos hermanas en un movimiento de mujeres que luchan por definir nuevas formas de proceso social en la investigación y en la acción. Por nuestro papel de hermanas luchamos por una noción compartida, más recíproca, de investigación comprometida.”
Rayna Raiter, Toward an anthropology of women, 1977.
Los cánones son estructuras que se confirman a sí mismas de manera avasallante: se reproducen a través de las prácticas de la lectura y en los aspectos elementales de la experiencia literaria, incluido el horizonte de expectativa, el género literario, el contenido, el lenguaje y el punto de vista. Los lectores cuya formación dependió del consumo exclusivo de textos canónicos casi siempre carecerán de los contenidos necesarios para valorar la escritura de grupos subordinados o excluidos. No sabrán interpretar los textos, ni disfrutarlos y es muy probable que les parezcan banales o ilegibles tanto en su forma como en su contenido. Para emitir juicios sobre la escritura no canónica, es necesario aprender a leerla. Si por el contrario, este tipo de escritura se juzga con las normas literarias establecidas, se partirá de prejuicios y se acabará por reproducir la misma estructura excluyente que originalmente marginó al texto. Los cánones no son una nómina de obras consagradas, más bien constituyen toda una maquinaria de valores que generan sus propias verdades.”
Mary Louise Pratt, “No me interrumpas”: las mujeres y el ensayo latinoamericano, 1995.