COLECCIÓN.

 

Memorias de la Noche de los Lápices. Tensiones, variaciones y conflictos en los modos de narrar el pasado reciente.
Sandra Raggio. Ediciones UNGS. Colección Entre los libros de la buena memoria. Los Polvorines, 2017.

Una abundante literatura sobre las formas de narrarse los traumas de las historias individuales y colectivas nos ha enseñado desde hace tiempo al menos dos cosas: una, que existe una distancia, siempre, entre los acontecimientos recordados y los relatos en los que esos acontecimientos son recuperados en el presente en el que se los memora; otra, que la memoria es siempre selectiva, y que por lo tanto siempre elige, para recordar, ciertos hechos –o ciertos aspectos de esos hechos– y no otros. La memoria es una forma de organizar lo que se olvida, lo que se oblitera o lo que se desecha. Sandra Raggio se pregunta en este libro por qué los acontecimientos que han pasado a nuestra memoria colectiva bajo el nombre de “La noche de los lápices” han adquirido la centralidad que tienen en nuestra representación sobre los dispositivos represivos del Estado Terrorista, y por qué han sido narrados del modo en que lo fueron.

La pregunta de Raggio no está separada de las circunstancias históricas en las que se la formula, ni de su propio compromiso político en esas circunstancias. La autora constata la existencia de discursos que al mismo tiempo que repudian el terrorismo de Estado del pasado no rechazan la violación de derechos humanos en el marco de la represión a la delincuencia o a la protesta callejera en el presente, se pregunta por la razón de esto que aparece como una disonancia más o menos estridente y encuentra un principio de explicación para ella en la centralidad de la figura de las “víctimas inocentes” en muchos discursos de condena del accionar represivo de la dictadura. Esa figura permitió cuestionar tanto el relato de la guerra sucia como la teoría de los dos demonios, y está en la base del poder simbólico que tiene, casi como una metonimia de la dictadura en su conjunto, la imagen de un puñado de adolescentes supliciados y muertos a causa de una candorosa militancia estudiantil.

Esa imagen, observa Raggio, ha podido discutirse (mejor: esa discusión ha podido oírse) a partir de mediados de la última década del siglo pasado, cuando, en un clima diferente al de los años de la “transición a la democracia”, pudo empezar a reivindicarse la militancia de las víctimas de la dictadura y, en ese marco, contarse de otro modo la represión a los jóvenes platenses. Es interesante la observación de Raggio sobre las razones por las que, sin embargo, el relato canónico sobre ese hecho, forjado en los años previos a los de esta reescritura de la historia, sigue resultando hegemónico: hay ahí una reflexión del más alto valor sobre lo que en distintos momentos puede o no puede “comprenderse” de las mentalidades colectivas de épocas anteriores, así como sobre el lugar de la escuela como dispositivo (qué duda: ideológico) fundamental para garantizar la reproducción de ciertos relatos de las cosas.

Eduardo Rinesi