POR MÓNICA ALABART.

 

“…según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron y como no la conocían lavábanse muchas veces y a esta causa se murieron muchos de ellos.”
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

 

En estos tiempos de pandemia global en los que un “virus” tiene la potencia de poner en evidencia nuestra frágil condición humana, nos parece oportuno recordar las terribles epidemias que sacudieron a los pueblos originarios en la América colonial española.

Desde la llegada de Cristóbal Colón a las Antillas, una serie de enfermedades traídas por los europeos del Viejo Mundo hicieron estragos en la vida de las poblaciones nativas. Los cambios radicales que impusieron los conquistadores sobre las sociedades originarias, junto con la llegada de agentes biológicos para los que no existía ninguna inmunidad, provocaron una grave crisis demográfica. La viruela, el sarampión, el tifo, la tosferina, las paperas, el hambre, la desnutrición y la explotación física y moral se sucedieron a partir de la conquista española, generando la muerte de millones de nativos. No todos los lugares siguieron el mismo ritmo de descenso de su población: las Antillas y las tierras bajas cercanas a las costas experimentaron la desaparición casi total de sus habitantes originarios, mientras que en las tierras altas del interior el declive fue más lento y menor, aunque con una altísima tasa de mortalidad masculina que se calcula entre un 50 y 80% según las regiones. La caída demográfica fue de tal magnitud que no tiene equiparación en la historia moderna de la población mundial.

Si bien habían existido enfermedades epidémicas en América antes de la invasión española, el grado de contagio y sus consecuencias fueron mucho menos nocivas para las poblaciones prehispánicas. Los barcos europeos y la introducción del caballo en el continente le dieron al contagio y a la enfermedad una velocidad y una extensión desconocidas hasta entonces. Aún no había terminado la conquista de México-Tenochtitlán cuando a finales de 1519 se produjo una epidemia de viruela. Los españoles identificaron rápidamente la enfermedad, que era muy conocida en Europa, mientras que para los pueblos originarios era totalmente desconocida. Como el cuerpo se llenaba de ampollas de la cabeza a los pies, los mexicas le asignaron el nombre de hueyzahuatl, que significaba gran lepra. Fue la primera de una serie de epidemias que en un siglo diezmaron a las poblaciones originarias de México. Conocidas genéricamente como cocoliztles, término nahua que significaba pestilencia, estas enfermedades fueron observadas y sufridas también por los médicos indígenas. Como estos desconocían sus causas y cómo curar a los enfermos, la muerte avanzó por las ciudades y los campos, se descuidaron los cultivos y muchos murieron de hambre sin poder cuidarse unos a otros.

Los ciclos epidémicos tuvieron una recurrencia casi decenal a lo largo del siglo XVI. En Nueva España hubo dos epidemias, una en1545 y otra en1576, que, dada su gravedad, fueron llamadas por los nativos hueycocoliztli, gran pestilencia. Ambas constituyeron fases de un continuo descenso demográfico. Poblaciones enteras quedaron diezmadas, desapareciendo con ellas muchos representantes de las antiguas sociedades, portadores de conocimiento, técnicas y creencias que nadie sabría restaurar. El sacerdote franciscano Bernardino de Sahagún recordaba haber enterrado en la ciudad de Tlatelolcomás más de diez mil cuerpos y haber escapado él mismo por poco de la muerte. De acuerdo con su relato, muchos morían de hambre, sin cuidados de ningún tipo y sin tener siquiera quién le ofreciera una jarra de agua. Sahagún temía que si el contagio continuaba no quedara ningún nativo, ya que se estaban extinguiendo.

El drama no dejó indiferente a las autoridades españolas. Las enfermedades se convirtieron en uno de los problemas más graves de la conquista. Para la corona española, las epidemias se transformaron en una cuestión de suma importancia: era necesario frenar el descenso poblacional de las sociedades nativas no solo por razones humanitarias, sino porque hacía disminuir en forma progresiva el número de tributarios y de trabajadores indígenas para las explotaciones coloniales. Por su parte, también la Iglesia trató de poner freno a la alarmante pérdida de sus “potenciales conversos”. Tanto el clero como la Corona comprendieron que una forma de detener el avance y los estragos de las epidemias era fundar hospitales de indios que dieran asistencia y frenaran la dispersión de la población. Los hospitales estaban a cargo de las órdenes religiosas, eran centros de curación, pero también funcionaron como espacios de conversión al cristianismo. Durante las grandes epidemias no lograron contener los contagios ni atraer a los enfermos. Para los nativos la hospitalización equivalía a la muerte, e incluso muchos creían que entrar en ellos aceleraba el proceso. No solo rechazaban los hospitales, sino que veían con desconfianza la práctica médica europea.

La sociedad colonial entendía la enfermedad y la muerte desde el punto de vista religioso. Las enfermedades eran consideradas como formas de contaminación provocadas por la inmoralidad y el vicio o, por el contrario, los sufrimientos podían ser considerados como señales de virtud moral, como pruebas que Dios ponía en el camino de los hombres. En ocasiones de grandes desgracias, como eran las epidemias, se llevaban a cabo procesiones y se elevaban plegarias. En las celebraciones de corpus christi era frecuente el desfile de carros alegóricos que representaban escenas de la Biblia, tal había sido el impacto de la epidemia que, en la festividad de 1577, en la ciudad de México desfiló un carro que representaba la peste cocoliztli viniendo del cielo. La enfermedad se extendió por toda Nueva España y se estima que hubo más de dos millones de muertos.

El punto de vista religioso se combinaba con la teoría médica basada en la tradición clásica de Hipócrates y Galeno: la enfermedad se explicaba desde cualquiera de estas dos perspectivas. Sin embargo, la alta mortalidad de los indígenas llevó a buscar otras causas sobre la naturaleza de las enfermedades. Se indicó como causantes a los astros, los planetas y los cometas, la conjunción de ciertas estrellas, a la ira divina que quiso castigar a los indios que practicaban la idolatría y la embriaguez, a la idiosincrasia y las costumbres de los nativos. También se habló del clima, el excesivo frío, el excesivo calor, las lluvias, la falta de lluvias. Se pasó de las consideraciones cósmicas a las alteraciones humorales. Si bien las autoridades coloniales mostraron su preocupación frente a la alta mortalidad de los nativos con la expansión de las epidemias, sus acciones no lograron contenerlas ni morigerar sus efectos. Posiblemente porque el impacto de las enfermedades dependió de su combinación con otros factores, como las guerras de conquista, los períodos de hambre y el régimen de explotación impuesto por los españoles. El terrible resultado de esa conjugación fue que hacia fines del siglo XVI la población nativa se había reducido devastadoramente y sus modos de vida, hábitos y puntos de referencia habían sufrido una alteración irreversible.

 

05/05/20