EDITORIAL.

 

En marzo de 2015 hubo en la ciudad de Buenos Aires una primera maratón de lectura bajo la consigna “Ni una menos”. Unos días antes, una joven asesinada había aparecido en una bolsa de consorcio. Era una cuenta más en el rosario de los crímenes. Algunos periodistas pusieron sospechas sobre la víctima, otras periodistas comenzaron a reclamar un trato justo de los femicidios. En esa tarde de marzo confluyeron intelectuales, escritores, poetas, periodistas, militantes y, fundamentalmente, familiares de las víctimas. El padre de Wanda Taddei se explicó feminista y la mamá de Lola Chomnalez leyó un escrito de su hija en el que imaginaba qué sería de grande.

Un mes después seguían los femicidios y en las redes sociales cundió el llamado: “Ni una menos” debía ser un acto callejero, en la plaza pública, de concientización y reclamo. El 3 de junio fueron cientos de miles los que se movilizaron para reclamar políticas públicas y conciencia social. Al día siguiente, los llamados de denuncia arreciaban y muchas que callaban su dolor como vergüenza pudieron hablar. Los crímenes no cesaron, pero la plaza fue una suerte de pedagogía colectiva para las personas que participaron y las que asistieron a distancia. Conocemos la gravedad de lo que pasa, podemos escuchar a las víctimas, pensamos qué se puede hacer, qué vínculos de solidaridad establecer y cómo detener la violencia. Se pudo hablar de cultura machista y permitir la elaboración juvenil de ese problema. Centros de estudiantes y organizaciones sociales tomaron a su cargo cuestiones que hasta entonces eran tema del feminismo. Al mismo tiempo, la convocatoria recogía las preocupaciones y movidas que muchos sectores ya venían tramando alrededor de la violencia contra las mujeres.

Así se fue preparando la nueva movilización: la del 3 de junio pasado. Que no fue una sino muchas. Doscientas en todo el territorio argentino. Desde marchas masivas hasta pequeños actos en los pueblos. ¿Cuántas personas marcharon por primera vez y pudieron decir lo suyo? En nuestra Universidad esa preocupación no es nueva: forma parte de compromisos éticos y políticos de vieja data, que a lo largo de este último año encontraron distintos modos de manifestars.En efecto, entre un año y otro, y con epicentro en la gran movilización del 3 de junio, hubo distintos y heterogéneos modos de abordar la cuestión: ADIUNGS y el Colectivo de Arte insurgente realizaron la muestra “Ley 26.485 de protección integral de las mujeres”, el Museo Imaginario realizó la muestra temporaria “Mujeres. Violencias y luchas”, que incluye obras y performances de distintas artistas bajo la curaduría de Marga Steinwasser, la Diplomatura en Género, políticas y participación propuso una serie de diferentes actividades. Y muchos estudiantes y docentes se sumaron a la marcha.

En el fin de semana anterior al 3 de junio, donde las propuestas artísticas, académicas y militantes de los distintos grupos de la UNGS tuvieron una notable visibilidad, tres niñas de doce años fueron asesinadas en distintos lugares del país. La cuenta de crímenes sigue creciendo. Es necesario evitar que se naturalice y trabajar para que siga bajando el umbral de tolerancia a una violencia amparada por usos y costumbres en los que el cuerpo de una mujer o de una niña es cosa a capturar y desechar, carente de voluntad y libertad. Frente a eso, la marcha dijo “Ni una menos. Vivas nos queremos”. Es un reclamo, nuevamente, al Estado y a la sociedad.

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