POR ROCCO CARBONE.

 

Como humanidad estamos atravesando un momento único. Una oportunidad creativa acaso: la de un nuevo orden. Un proyecto emancipatorio para un sujeto que encarne otra forma de vida no capitalista en el período post-pandémico. Ese eventual acto creativo de ruptura cultural con el capitalismo depende menos de un resoplido matutino que de una voluntad de lucha. Menos del optimismo o del pesimismo momentáneo, de algún dogma o de una metafísica inmóvil, que de las luchas de una clase abigarrada (plural, atravesada por las borrascas de la historia popular, atenta a la diversidades genéricas, habitada por las enseñanzas de los feminismos, que ha hecho propias las formas descoloniales, antirraciales, antiesclavistas, que sabe de los cuidados necesarios para la ecología, que recuerda que nuestra América es también un continente indígena, negro y campesino) que está en la situación histórica y humana de decir basta y ponerse a andar. Abigarrada y solidaria.

Con un Estado que funciona bajo los preceptos culturales y económicos del capitalismo o que se deja colonizar fácilmente por la codicia empresarial –cuando no es copado en toda su estructura por un poder mafioso–, el llamado a la solidaridad –que responde a una lógica colectiva– es un slogan esperanzador. Pero al mismo tiempo es un slogan que no respira cómodamente si se lo mantiene bajo la captura del reformismo respetuoso del sentido de la propiedad privada, y que no lo hará mientras se siga haciendo pie en el beneficio, soportando los negocios de las minorías y su principio individualizante: el egoísmo, contrario de la solidaridad. Con sagacidad, discusiones y otras paciencias es preciso inventar una alternativa real al capitalismo: el modo socialmente justo para horadar el cerco en el que nos ha arrojado la historia. El cerco del capitalismo pandémico. Eso implica las luchas por la transformación de nuestra sociedad en dirección a la igualdad de todxs en los planos cultural, económico, social, jurídico, sanitario. Dicho de otro modo, ¿no será el momento de organizar nuestras prácticas alrededor de la vida de la clase trabajadora? Una suerte de humanismo que piense la temporalidad del mundo a largo plazo. Pues para el capitalismo el mundo sólo existe en una temporalidad cortoplacista. Como dice Maurizio Lazzarato, la del tiempo “para hacer que el capital invertido dé frutos”. Socializar para la clase trabajadora lo que hoy se socializa para los bancos y las corporaciones. La chispa: la organización del poder popular –de los intereses populares, de las clases medias y de pequeña y mediana empresa nacionales– con vistas a desplazar los privilegios y beneficios de las clases dominantes.

Al Estado dirigido por el gobierno de todxs le toca la lucha contra la corona-crisis y la deuda gatomacrista. Le toca también la tarea de las regulaciones que impactan en las prácticas. Las aceptamos. Pero podría hacer propia también y sobre todo la proyección de formas culturales que cuiden menos el capital y el poder de las corporaciones que a la clase trabajadora. Desde ya, este último desafío se vuelve un imposible trágico si se amasa la mera idea de un “capitalismo serio”. Porque el capitalismo en todas sus dimensiones mata, siempre. Y esa no es una consigna. Entonces, se trata de empezar a elaborar un nuevo orden nacional, que puede ser el gran legado histórico de la Argentina que lucha a América Latina, a una “Unión” Europea (UE) que sabe solo de fraccionamientos y al mundo del siglo XXI. La solidaridad que responde a una lógica del cuidado colectivo es un punto de apoyo. Otro es ir a contrapelo de esa frase que formuló el ex Vicepresidente Amado Boudou: “El neoliberalismo y su lenguaje son claros: humanizar las cosas (sobre todo el capital) y cosificar a las personas”.

Si esa frase de un preso político nos enseña algo es que la clase capitalista no cede. Si sentimos la ferviente necesidad de una sociedad justa tenemos que estar dispuestxs a luchar. A recrear una vez más un sujeto resistente desde ahora, que active en el día después de la pandemia. Ese nuevo sujeto, que antes llamé clase abigarrada y solidaria, en gran medida será habitado por la juventud. Y en eso la Universidad juega un rol fundamental de formación y de articulación de la conciencia. De no activar ese contrapeso en una dimensión nacional y global es posible que el mundo mantenga inalterada su “normalidad” (capitalista) y profundice algunos conflictos que hasta ahora están latentes o separados, pero que se pueden articular a partir de la internacional reaccionaria que impulsa EEUU. Chomsky lo ha dicho de forma nítida: “Lo que está pasando a nivel internacional es bastante chocante. Está eso que llaman la UE. Escuchamos la palabra ‘unión’. Vale, mira Alemania, que está gestionando la crisis muy bien… En Italia la crisis es aguda… ¿Están recibiendo ayuda de Alemania? Afortunadamente están recibiendo ayuda, pero de una ‘superpotencia’ como Cuba, que está mandado médicos. O China, que envía material y ayuda. Pero no reciben asistencia de los países ricos de la UE. Eso dice algo… El único país que ha demostrado un internacionalismo genuino ha sido Cuba, que ha estado siempre bajo estrangulación económica por parte de EEUU y por algún milagro ha sobrevivido para seguir mostrándole al mundo qué es el internacionalismo. Pero esto no lo puedes decir en EEUU porque lo que has de hacer es culparles de violaciones de los derechos humanos. De hecho, las peores violaciones de derechos humanos tienen lugar al sudeste de Cuba, en un lugar llamado Guantánamo, que EEUU tomó a punta de pistola y se niega a devolver. Una persona educada y obediente se supone que tiene que culpar a China, invocar el ‘peligro amarillo’ y decir que los chinos vienen a destruirnos, nosotros somos maravillosos. Hay una llamada al internacionalismo progresista con la coalición que empezó Bernie Sanders en EEUU o Varoufakis en Europa. Traen elementos progresistas para contrarrestar el movimiento reaccionario que se ha forjado desde la Casa Blanca […] de la mano de estados brutales de Oriente Medio, Israel […] o con gente como Orban o Salvini, cuyo disfrute en la vida es asegurarse de que la gente que huye desesperadamente de África se ahoga en el Mediterráneo. Pones todo ese ‘reaccionarismo’ internacional en un lado y la pregunta es… ¿serán contrarrestados?” (Página 12, 23/4).

Y si de internacionalismo se habla, no para repetir sino para reinventar, podríamos revisitar con alguna forma de la delicadeza la categoría socialismo. Para imaginar aunque sea la idea de sociedad justa, que es una nueva manera de mirar el mundo y considerar sus problemas sobre la base de la “cuestión social” de la clase trabajadora que el capitalismo en su fase neoliberal y financiera es incapaz de resolver. Una sociedad justa en la que la felicidad y el bienestar general sean los puntos de apoyo que sirvan para derruir un orden social basado en la competencia para fundar uno regido por el principio de cooperación entre los seres. Esa sociedad justa podríamos nombrarla incluso apelando al guaraní. Podríamos llamarla Tekoporã. Tekó significa “modo propio de ser”, cultura; porã, nombra simultáneamente la belleza y el bien. Entonces, el tekoporã es el buen vivir colectivo. El vivir bueno en combinación simultánea con belleza.

Socialismo: es una aspiración que tiene raíces profundas en la historia de la humanidad (desde Platón por lo menos) y que postula algún tipo de orden social nuevo. Pero acaso, sobre todo, debe ser entendido como posibilidad real de crítica al capitalismo. Remite a una filosofía social que implica (una teoría de) la acción. Strictu senso es una categoría conceptual y crítica de las injusticias del orden social. Si bien a lo largo de la historia de la humanidad es posible encontrar distintos momentos político-reflexivos que podrían ser definidos “socialistas”, la categoría aparece con la Revolución Francesa, atada a la herencia del jacobinismo; o entre ésta y la Revolución Industrial. Remite por lo menos a dos cosas al mismo tiempo: a distintas corrientes de pensamiento y a movimientos políticos (socialistas utópicos, socialistas marxistas, comunistas, anarco-sindicalistas, sindicalistas revolucionarios) que pusieron en tela de juicio la teoría y la práctica del liberalismo individualista en tanto cuerpo doctrinario, el desarrollo de la economía de mercado y el industrialismo capitalista. Para decirlo de otro modo: se trata de una categoría de sentido alrededor de la cual se articula una crítica radical –para la reflexión y la acción militante– dirigida al orden social individualista, de las minorías propietarias y de la libertad económica. Al poner en foco el momento social-colectivo para la organización de la vida económica, política y cultural, se opone a las formas de organización jerárquica de la sociedad (como por ejemplo el elitismo de matriz fascista). Uno de los principios rectores de socialismo es la igualdad del ser humano –en este sentido podemos decir que el socialismo es un humanismo– y se apoya en la cultura de la solidaridad social.

El socialismo “moderno” tiene una fecha de nacimiento: 1848, año en el que se publica el Manifiesto comunista de Marx y Engels. Ahí tenemos una teoría de la historia interpretada a través de las relaciones que se establecen entre los modos de producción y la clases sociales; y también una nueva doctrina: que hace pie en la lucha de clases en tanto principio explicativo de la estructura y la dinámica de la sociedad moderna. Es el socialismo científico. El sujeto de esas teorías y esas prácticas es la clase trabajadora moderna, oprimida por el Estado, la propiedad privada y la clase social que detenta esa propiedad junto con el control de los medios de producción: la burguesía. La clase obrera, surgida con el capitalismo y oprimida por él (cuyo saber y poder le fueron arrebatados por la burguesía), organizada como fuerza única, es el sujeto fundamental, capacitado para encarnar y fundar el nuevo orden social sustitutivo del capitalismo. Es el sujeto que por su extensión numérica e incidencia en la producción de bienes tiene la capacidad de convocar alrededor suyo a otros sujetos explotados, a la intelectualidad militante, con la disposición de copar el Estado y sentar las bases económicas de la sociedad socialista, contrarias a la economía basada en el mercado. Esto es: impulsar una transformación radical que implique una socialización progresiva de la producción, de las riquezas, del poder, y que reformule las condiciones del trabajo asalariado (en ese punto hoy entra la debatida cuestión la renta básica universal y que cada trabajador reciba los ingresos que se corresponden efectivamente con su trabajo). Sociliazación quiere decir situar bajo la dirección de toda la sociedad los medios de producción, las riquezas y el poder. Hurtarlos a una minoría depredadora: la élite dominante. El Estado dirigido por lxs trabajadorxs tiene la función de defender a la sociedad de sus enemigos de clase y también llevar a cabo un gran acto pedagógico: difundir los nuevos valores de solidaridad e igualdad.

Socialismo indica entonces un sistema de organización social basado en el principio de la propiedad pública de los instrumentos materiales de producción. Y no se distingue del capitalismo por el modo de producción sino por la atribución de la propiedad del capital, la tierra, la empresa, los bienes simbólicos. En este sentido, el socialismo no es incompatible con el Estado democrático siempre que el sentido de la propiedad no sea privado. Un efecto socialista inmediato consistiría en eliminar la “renta de propiedad” dejando vigente la “renta de servicio”.

Son todos ingredientes del debate, pero acaso la chispa, para nuestro caso nacional, esté en estos interrogantes: puesto que el sistema democrático de gestión del capitalismo presenta enormes fallas, que no hay capitalismo bueno ni serio –y es una necedad pensar lo contrario: ¿o acaso tenemos que amontonar más argumentos que los que la pandemia nos pone delante de los ojos?–, para encarar las transformaciones sociales que hoy, en el contexto pandémico, se perciben como necesarias, ¿qué tipo de Estado necesitamos? Me refiero al control (o en todo caso a la acción) del Estado sobre la vida nacional. Si no es la inmediata estatización de los medios de producción, la nacionalización del comercio interior y exterior, la colectivización de la agricultura, la intervención en el mercado, en el sistema de gestión de la economía, en la determinación del mecanismo de precios, ¿qué tipo de Estado necesitamos que permita un tránsito más o menos ininterrumpido hacia una sociedad justa?

Acaso podríamos empezar por la salud, por entenderla y practicarla menos como un derecho individual que como un derecho social, menos como una mercancía que como un derecho humano, menos como un bien escaso al que tenga acceso quien puede pagarla que como un bien común universal. Esto es: empezar por el quiebre de la propiedad capitalista y el establecimiento de la propiedad social por lo que atañe al sistema de salud. La propiedad social determinaría ante todo la ausencia de la explotación y fomentaría relaciones solidarias de colaboración. En un contexto social de clases antagónicas, una eventual decisión de esta índole de parte del Estado implicará la activación de la lucha de clase pero acaso, también, el sobrevenir de una conciencia nueva.

 

05/05/20