CRÍMENES SEXUALES DE LA DICTADURA.

 

Rita Segato, pensadora feminista y decolonial, en la apertura de la 45° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires se refirió a la desobediencia como forma vívida de politicidad. Frente a la pulsión conservadora de la conformidad, Segato antepone la ética de la insatisfacción, la que busca y abre caminos, la que sospecha de los “chips implantados”; en definitiva, la que interroga la memoria y aloja la diferencia.

Corren “tiempos para decir”, pero no se trata solo de procesos individuales que conducen a alguien a poder nombrar lo vivido o la violencia sufrida. Son la indocilidad y la obstinación colectiva las que traccionan y habilitan un escenario de escucha capaz de recibir y abrazar a la palabra. Saben de ello las jóvenes que hoy protagonizan lo que se ha dado en llamar “la revolución de las hijas”. Pero también “las de antes”, las mujeres sobrevivientes que con su testimonio valiente y oportuno ofrecieron claves para volver intelegibles y nombrables los crímenes sexuales ocurridos en la última dictadura cívico-militar en la Argentina.

El pasado 8 de abril, inaugurando un ciclo anual de conversatorios sobre género y sexualidades organizado por la Secretaría de Cultura y Medios y el Programa de Políticas de Género de la UNGS, se llevó a cabo el panel “Género, poder y memoria: la violencia sexual en la última dictadura”. El conversatorio contó con la presencia de Alejandra Oberti, María Sondereguer y Miriam Lewin, quienes, cada una desde su campo de estudio, de trabajo y hasta de vivencias, revisaron en una perspectiva de género el plan sistemático de secuestro, tortura y desaparición forzada ocurrido en la Argentina. El terrorismo de Estado fue también terrorismo sexual sobre los cuerpos de mujeres e identidades disidentes.

Como sucedió en Ruanda, en la ex Yugoslavia o con las mujeres indígenas de Guatemala, en Argentina y demás dictaduras del Cono Sur la sexualización de la violencia y el “mandato de violación” adquirieron un carácter deliberado y racional, como exhibición fatídica de la voracidad depredadora del plan genocida, como economía simbólica del género desplegada en su potencia más siniestra y opresiva.

En efecto, la violencia sexual presenta una dimensión expresiva más que instrumental y emplea el cuerpo como soporte de su mensaje. Se trata de un enunciado, un acto comunicativo que dice algo a alguien. Las violaciones, la desnudez forzada, los abortos provocados, los manoseos, vejaciones y humillaciones sexuales a las que fueron sometidas las mujeres mantenidas en cautiverio durante la última dictadura fueron crímenes sistemáticos y generalizados, piedra angular del andamiaje represivo en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio.

En la última dictadura, como en las nuevas formas de guerra y de conflicto armado, la crueldad y el sadismo, el despojo, la tortura y rapiña sobre lo femenino son formas cruciales para el sostenimiento y custodia del orden de género dominante. La violencia sexual instaura una escena de poder, no un acto libidinal. Así, la violencia perpetrada sobre las feminidades en los centros clandestinos presentó una doble marcación: a la insubordinación política se le agregó el castigo ante lo percibido como un desacato a la ley patriarcal. Su propósito fue conducir a esas mujeres luchadoras a una “posición femenina reducida”, entendida como “posición subyugada y subalterna”. Así fue como se señaló, persiguió y sancionó el “desvío de la norma”, la afrenta a la jerarquía masculinista.

Convertidas las mujeres y disidencias en botín de guerra y sus cuerpos en “tributo sexual” apoderado para entronizar el status masculino de los genocidas, la violencia sexual también fue un enunciado dirigido a los otros varones secuestrados, la comunicación de su supuesta derrota, la consagración de la emasculación y humillación de los vencidos en el paradigma patriarcal que gestiona el mandato de masculinidad como una titulación permanente.

Todo eso fue dicho, pero no siempre fue escuchado en el marco de los juicios. Reconocidos hoy como delitos de lesa humanidad, los crímenes sexuales de la última dictadura constituyen un hecho profundamente político. Con la vigencia de nuevos esquemas interpretativos y de marcos de escucha habilitantes, la palabra sigue circulando, abriendo ecos impensados a su paso. Otras memorias se dibujan en estos “tiempos para decir”. Memorias obstinadas que se expanden y repliegan, se gritan y se susurran, empujan desde los márgenes, exaltan su disidencia, se entraman en colectivo alumbrando trocitos de vida, tormento y dignidad. Estas memorias diversas vienen asomando e indican que el Nunca Más que fue consenso social conquistado debe incluir, contra todo intento de olvido y normalización, la memoria de las mujeres y disidencias.

Mariela Bernárdez