2020.

 

Pandemia global originada por una zoonosis. Lo que muchas personas venían advirtiendo acerca del carácter catastrófico de la lógica de acumulación de ganancias, del modo en que pone en crisis las condiciones mismas de la reproducción de la vida, pareció encarnarse también en ese parate obligado de la economía y la movilidad a nivel global. Pandemia y aislamiento, cambio de costumbres, suspensión de actividades presenciales. Dificultades de todo tipo y profundización de la crisis económica y alimentaria. Vivimos, también este año, en peligro. Algunxs en condiciones de garantizar los propios cuidados, con casa y salario. Muchísimos otrxs a la intemperie o asistidxs por financiamiento público ante la suspensión de las actividades. Lxs más golpeadxs fueron, una vez más, quienes ya estaban en situación de vulnerabilidad, habitacional y salarial. Las vidas precarias lo fueron aún más ante la pandemia.

El aislamiento redujo gran parte de los contactos al uso de las redes sociales y al consumo por la vía de las aplicaciones informáticas. Si el gran negocio en disputa son los datos y las empresas que crecieron bruscamente son las de la economía digital, podríamos decir que nunca estuvimos más productivxs –en generarles ganancias– que en estos tiempos. Alimentamos sin parar la gran maquinaria: produciendo materiales, brindando likes, haciendo circular. Viralizamos: nuevo verbo en todas las bocas. ¿Quién no quiso producir un contenido que fuera viralizado, justamente ahí cuando nos escondíamos del otro virus? Extraordinarias paradojas del lenguaje, que es capaz de albergar, contemporáneamente, lo amenazante y lo deseado.

Pandemia, aislamiento y redes tuvieron como consecuencia un encierro de nuevo tipo, no solo físico sino en el plano de los grupos entre iguales. Las redes proveen el resguardo en lo idéntico, el algoritmo hace posible moverse sólo entre quienes piensan como una y se interesan por los mismos temas. La heterogeneidad que es propia de la vida urbana y del ámbito público, ese choque con lo diferente que tenemos cuando andamos en la calle, y nuestras opiniones se confrontan con las del taxista, la vendedora, o el que comparte la cola en el banco, o lo que escuchamos en la mesa de al lado en el bar o la conversación casual, todo eso que a veces nos deja fastidiadxs porque nos muestran la discordia, queda borrado en el juego de las redes: el algoritmo nos produce la falsa ilusión de un mundo idéntico, en el que nos interesa lo mismo y opinamos parecidos.

Hasta que no ocurre un acontecimiento no se rasga esa ilusión. Digo, la muerte de Maradona fue un acontecimiento, también en las redes, porque personas que nunca opinan de fútbol y sí sobre la legalización del aborto, al hacer publicaciones sobre su dolor ante el deceso fueron impugnadas por sus seguidoras que ahí advirtieron, indignadas, que sobre ese punto no había acuerdo alguno. La sorpresa ocurre ante un acontecimiento que obliga a postear sobre un tema inhabitual, que cruza de modos novedosos los trazos identitarios anteriores. Me interesa el revés: la no sorpresa, lo habitual, las redes como lugar donde se construye una certeza ilusoria contra la mutabilidad de la vida social y su carácter conflictivo. Encerradxs, entonces, en la torre de la identidad, como peces en el agua. ¿Cómo pensar la política sin el roce de lo heterogéneo? ¿Cómo pensar la cultura más allá de la suma de adhesiones, de la cantidad de vistas o likes? Porque si la cultura es territorio de construcción y disputas por el sentido, el juego de la identidad y el consumo entre idénticos solo pone en circulación mercancías con más o menos éxito, pero conjuga poco el verbo de la crítica.

2020 es el año en que vivimos en peligro, pero también en peligro de producir sólo sistemas de adhesiones, confortables navegaciones en lo conocido. Los consumos culturales obedecen a la lógica de la concentración de las industrias y no pocos políticxs argentinxs, cuando se les pregunta que están consumiendo en sus ratos de ocio mencionan series de Netflix. Como si no hubiera algo a disputar en las viejas arenas de la crítica a los poderes concentrados y al modo en que se engarzan producciones, consumos, gustos, sensibilidades. Incluso las críticas al poder de daño del capitalismo no se articulan con el análisis de su lógica cultural.

El quehacer cultural pos pandemia exige revisar esas rutinas, volver a pensar las posibilidades de producir zonas de hospitalidad para lo nuevo y modos de preservar y transmitir lo heredado. Ojalá recordemos 2020 como el año en que estuvimos obligadxs a pensar cómo mantener vivo lo que consideramos relevante y amenazado, pero también como ese clivaje en el cual nos paramos a imaginar de qué modos nuestras intervenciones y producciones culturales podían ser parte de la reconstrucción de las zonas dañadas de nuestra comunidad. Porque si algo nos desveló en estos tiempos, a muchas personas que integramos esta Universidad, es la pregunta por la potencia de la cultura para entramar comunidad y a la vez para ser parte de las luchas por una vida digna de ser vivida, para todxs, para cualquiera.

María Pia López