A 40 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO.
La historia de Victoria Montenegro impacta, no importa las veces que uno la haya leído o escuchado. Conmueve profundamente la vida de una mujer que logró transformar la violencia, la mentira y la muerte en un camino de lucha por recuperar y reconstruir su identidad, y por un país más justo y equitativo. A 40 años del Golpe, Victoria habló con Noticias UNGS sobre su historia, los cambios de la sociedad, los derechos conquistados en los últimos años y las perspectivas a futuro.
Nieta restituida, militante por los derechos humanos y dirigente de la agrupación Kolina, durante 2015 fue subsecretaria en el Consejo Nacional de la Mujer y candidata a diputada en la ciudad de Buenos Aires. Victoria fue secuestrada a pocos días de nacer, en febrero de 1976. Sus padres, Hilda Ramona Torres y Roque Orlando Montenegro, salteños, militantes del ERP, fueron secuestrados (y luego desaparecidos) en un operativo dirigido por el coronel Herman Teztlaff, quien se apropió de Victoria y la crió, en la mentira, hasta que ella recuperó su identidad.
¿Qué recorrido hizo la sociedad desde el último golpe a hoy?
– Antes del 76, la sociedad argentina estaba acostumbrada a los golpes, los aceptaba como algo que ocurría cada tanto en el país. Estela (de Carlotto) siempre me dijo que si ella hubiera salido a las calles en el golpe anterior, su hija quizá no hubiera desaparecido, el “Proceso” no se hubiera naturalizado. Después, con la desaparición de personas, la mayoría pasó a vivir en el miedo y la indiferencia. Y en la perversa idea de que no había terrorismo de Estado, sino que nuestro país vivía una guerra. En los primeros años de democracia, se instaló fuertemente la idea de “dejar el pasado atrás y avanzar en la unidad y reconciliación nacional”, siempre desde la teoría de los dos demonios. Fue recién en los últimos doce años, con políticas públicas de promoción y defensa de los derechos humanos y la memoria, que logramos comprender qué pasó en la dictadura. Desde 2003 se llevaron adelante los juicios a los militares y condenaron a más de 600 genocidas, se recuperaron centros clandestinos para transformarlos en espacios culturales y de la memoria y se amplió el concepto de derechos humanos. Se promovieron leyes como la de igualdad de género, el matrimonio igualitario, de identidad, entre otras. Hubo un Estado que “empujó” para que la sociedad entendiera y se apropiara de sus derechos.
¿Cómo influyeron estas políticas públicas en tu propia historia?
– Cuando “aparezco” en el año 2000, lo primero que siento es vergüenza. No lloraba porque mis papás estaban desaparecidos, lloraba de vergüenza: “soy hija de la subversión”, pensaba. Pero a través de varios años, con el acompañamiento Abuelas y del juez Roberto Marquevich, empecé a acercarme a mi historia. En ese proceso fue muy importante el Banco Nacional de Datos Genético; no tener que donar sangre para que juzguen a quien hasta ese momento es tu padre, te corre del lugar de culpable en el que muchos HIJOS nos sentimos. En mayo de 2012, se identifican los restos de mi papá, enterrado como NN en un cementerio en Uruguay (lo tiraron al río en los vuelos de la muerte). Fue muy duro. Tetzlaff me había dicho que a mis padres los habían matado la noche del enfrentamiento, cuando me secuestran, eso abonaba la teoría de una guerra. Una idea que me tranquilizaba. Fue la única vez que insulté a Tetzlaff, parece absurdo porque me había mentido muchas veces, pero en ese momento pude entender lo perverso de toda la historia. Yo no hubiera podido llevar adelante este camino sin un Estado presente: en los juicios, en las audiencias escuché lo que nunca hubiera escuchado sola. Eso me permitió dejar de ser leal a mi apropiador.
¿Cómo ves hoy la continuidad de las políticas en DD.HH?
– Hay un cambio muy profundo, y no porque el gobierno de Macri esté comprometido con los genocidas que están en la cárcel. Su preocupación pasa porque en los juicios queda en evidencia y se investiga la complicidad civil, por ejemplo, de Clarín, de La Nación y La Nueva Provincia en la apropiación de Papel Prensa. Empresas que blindan mediáticamente al macrismo y lo llevaron al gobierno, igual que hace 40 años le dieron el poder a las Fuerzas Armadas para llevar adelante el asesinato de los miles que no se callaban. Hoy ya no somos miles, somos millones y matarnos no es una opción. La sociedad de hoy no es la misma que cerraba la cortina en los 70, ni la de los 90 que pensaba en la salvación era individual. El gobierno de Macri quiere desactivar esa conciencia social. Y así como en los 70 fueron los subversivos; hoy “la otredad enemiga” son los ñoquis, los trapitos, los militantes. Está más claro que nunca: no hay dos proyectos de país, hay uno solo, el actual es un proyecto de colonia. No existe entonces la posibilidad del fin de la grieta. El PRO tiene una enorme capacidad de propaganda pero no propone nada nuevo, es la derecha de siempre, intimida y se vale de la persecución para instalar su modelo neoliberal. Pero soy optimista, tenemos una base social como nunca antes, y nunca antes la historia estuvo tan presente. Trabajaremos estos cuatro años para que la derecha no vuelva nunca más, para que el argentino trabajador entienda que por más caras lindas o frases bonitas, no debemos dejar que avasallen los derechos del pueblo.
Brenda Liener y Esdenka Sandoval
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