Psicólogo y docente, master en salud mental por la Universidad Nacional de Lanús y dueño de una amplia experiencia en la implementación de políticas públicas vinculadas con la niñez y la adolescencia, Damián Fernández Caurel es vicedirector de Prácticas Socioeducativas de la Escuela Secundaria de la UNGS. Aquí explica cómo la escuela puede pensar la compleja problemática de los adolescentes y ayudarlos a convertirse en sujetos más autónomos y libres.

 

–¿En qué consiste ser vicedirector de Prácticas Socioeducativas? ¿Es un cargo habitual en las escuelas secundarias?

–No, no es un cargo habitual. Es bastante innovador incluir en los modos organizacionales de la escuela la dimensión pedagógica que tiene lo social, lo comunitario, lo político. Eso que es parte de la temática y de la agenda cotidiana de la escuela muchas veces aparece, en otros modelos institucionales, en los bordes de la escuela: en los equipos de orientación, en algún docente o directivo más sensible o en algún efector del estado. En nuestra escuela trabajamos con los y las adolescentes y docentes incorporando en la agenda lo comunitario, lo colectivo, lo social y lo territorial.

 

–¿Qué aporta en el trabajo cotidiano con los jóvenes conocer su territorio?

–El encuentro entre los adolescentes y los adultos que tenemos la tarea de educar suele estar muy mediado por los textos escolares, las cuestiones curriculares e incluso las representaciones que los docentes tenemos de la realidad, a veces más ligadas a nuestra forma de percibirla a través de los medios de comunicación, o a nuestras propias experiencias, que a cómo viven los adolescentes el barrio, la esquina, la calle, la plaza, por usar algunas metáforas de lugares de encuentro y desencuentro entre los adolescentes y lo público. Y no se puede pensar la legitimidad de los contenidos de la escuela secundaria, la dimensión política de esos contenidos, sin el “barrio”, el espacio próximo, las dinámicas y tensiones que se producen capilarmente en sus circuitos. Nosotros decimos “barrio” y pensamos en las manzanas o cuadras donde vivimos. Quizá para los adolescentes puede ser otra cosa, también. Es bueno poner eso en tensión, mapear juntos esos espacios de encuentro, circulación y aprendizaje de los adolescentes en su ámbito más vital. Gran parte del tiempo los adolescentes lo pasan en la escuela y gran parte en el barrio, y quizá poco en la familia, en la casa. Ahí aparece muy fuerte la idea de encuentro entre la escuela y el barrio, un encuentro que debe ser crítico e inteligente.

 

–La Escuela llevó a cabo justamente un dispositivo para conocer la realidad de su entorno más cercano. ¿En qué consistió?

–A fines de 2016 se hizo un relevamiento en el territorio que consistió en salir a contactar a los adolescentes y jóvenes que están con la escolaridad interrumpida. Estamos en un proceso de análisis de la información y de toma de decisiones, para poder generar las mejores condiciones para la inclusión en la escuela de un grupo de estudiantes. Lo hicimos en el área programática de la escuela (un radio de tres kilómetros) y lo llevamos adelante con los docentes. Son sobre todo ellos los que están en el barrio buscando, encontrando, escuchando a adolescentes que en este momento no están en la escuela, y con ese material estamos pensando dispositivos de inclusión.

 

–¿Las vivencias y los conflictos de los jóvenes se suelen pensar por fuera de la escuela?

–Históricamente, las escuelas secundarias más tradicionales se abstenían de intervenir sobre algunos problemas vinculados con los adolescentes, se replegaban sobre las cuestiones académicas y pensaban que no les correspondía. Pero en la escuela aparecen dinámicas que tienen que ver con la violencia, con problemáticas familiares, con el uso de drogas, con la sexualidad. Y la escuela escucha, acompaña a los adolescentes, los ayuda a problematizar estos procesos y a pensarse como protagonistas de su propia vida.

 

–¿Se puede hablar de nuevas juventudes?

–Esa pregunta atañe a nuestras categorías para pensar a los adolescentes. Creo que hay tensiones entre la singularidad y los grupos: los adolescentes se agrupan y se dispersan en torno a intereses, algunos más constantes, otros más momentáneos. Como los adultos. Creo que hay nuevos escenarios para los adolescentes. La escuela secundaria es un nuevo escenario para un número significativo de adolescentes, y tenemos que ayudarlos a pensarla como posible y cercana, como amigable, como un lugar para estar y habitar y construir un universo simbólico propio, como una institución y dispositivo que les permita pensarse, ser protagonistas, entrar y salir. A mí me resulta útil la idea de la moratoria, del “todavía no”: todavía no al mundo de los adultos, todavía no al mundo del trabajo, porque hay que esperar y prepararse. Y las dificultades de las distintas formas de inclusión en ese futuro. Aparece un alargamiento del tiempo en los espacios educativos y la moratoria para incluirse en el mundo del trabajo.

 

–¿Por qué impera en los medios y en cierto discurso social una adjetivación negativa de los jóvenes?

–Creo que es una operación de ciertos adultos para calmar sus conciencias. La juventud es una actitud frente a la vida, los jóvenes –y nos podemos incluir– somos los que estamos todavía de ida. Lo otro es estar de vuelta, creer que te las sabés todas, que tenés teorías para explicar fenómenos hipercomplejos. Y no: los jóvenes necesitan que renunciemos a ese lugar lleno de certezas… Acá en la Escuela y en otras experiencias, pensando en el ingreso a la adolescencia, trabajamos el lugar del adulto, a qué se lo convoca al adulto, la posición del adulto. Que tiene que sostener una palabra que habilite pero que también haga de límite, una palabra que explique pero que también interrogue. Los adolescentes nos interpelan, nos cuestionan, pero también nos convocan, y nos piden que estemos. No como el adulto que cuestiona las expresiones juveniles, sino como quien puede poner una palabra mediadora y generar un diálogo que requiere una fuerte capacidad de escucha.

 

–¿Qué pasa con la transgresión y la violencia?

–Hay una cuestión que tiene que ver con cómo habilitar las transgresiones de los adolescentes, en una dimensión pedagógica y también política. Hay algo muy fuerte, ahí: una memoria histórica y una actualidad de adolescentes y jóvenes capaces de ponerse como protagonistas de su propia historia y de las historias colectivas. Hay un conjunto de prácticas de los jóvenes en los barrios vinculadas al arte, la educación, el deporte, la política, unos lazos solidarios fuertes que están invisibilizados. Se piensa el conjunto de lo social a partir de dos o tres cuestiones estadísticamente poco significativas, y eso es muy violento. Los adolescentes del conurbano aparecen en la agenda de los medios a partir de algunas situaciones trágicas, complejas, y sobre eso después aparecen muchos que opinan y valoran. Creo que hay un conjunto de experiencias muy fuertes de lazo, de construcción, donde también se incluyen cuestiones sobre la violencia y la transgresión, pero que son para pensar entre actores históricamente comprometidos en analizar la realidad de los jóvenes. Un grupo significativo del periodismo hegemónico no viene viendo los procesos, por ejemplo, de medidas alternativas a la privación de la libertad para adolescentes, no conocen cuestiones sobre justicia restaurativa, no le dedican tiempo a estas prácticas más vinculadas con la ampliación de derechos, no entrevistan a defensores de responsabilidad penal juvenil. Lo violento es no habilitar la palabra. Los que trabajamos cotidianamente con los jóvenes sabemos de sus potencialidades. También de las limitaciones de los dispositivos educativos, laborales, familiares. Pero los medios tienen un poder muy grande para construir imaginarios y sentidos. Hay que salir a rodar con los adolescentes y ver cómo generar dinámicas y dispositivos que permitan que su voz pueda ser oída.

 

–¿Cómo abordar los conflictos con la ley?

–El adolescente transgresor, infractor, en conflicto con la ley (hay diferencias sobre cómo nombrarlo), el que transita una situación en el fuero de la responsabilidad penal juvenil, está en la escuela como en un espacio que no necesariamente sabe esa situación; la escuela puede saberlo, claro, pero puede hacerse público en la medida que él lo habilite… La escuela es un espacio al que ese joven también tiene derecho, y no se trata de expulsarlo del sistema. La escuela tiene que ser una oportunidad de transitar conflictos y diferencias dentro de una política pública o una institución del estado. Debemos profundizar los vínculos entre los diferentes actores que trabajan sobre la niñez y adolescencia. La escuela debe ser para todos y todas, es un derecho. La escuela debe pensar pedagógicamente los conflictos de los adolescentes.

Brenda Liener

Niñez en revolución

Las niñas, niños y adolescentes son protagonistas en FM La Uni 91.7. Los jueves de 18 a 19 es la hora de “Niñez en revolución”, el programa de la red de centros comunitarios “El Encuentro”, que apunta a difundir y abordar los derechos de la infancia y la adolescencia desde una mirada colectiva y comunitaria.
“Niñez en revolución”, desde hace dos años en la radio de la UNGS, es realizado en forma colectiva por distintos miembros de la red integrada por 15 centros comunitarios de Malvinas Argentinas, San Miguel y José C. Paz.
Además de difundir las actividades educativas, culturales y sanitarias que realizan las organizaciones que forman parte de “El Encuentro” en los barrios del Conurbano bonaerense, uno de los principales objetivos del programa es dar lugar a las voces de los más jóvenes. El estudio de FM “La Uni” desborda de chicos que llegan para contar, con entusiasmo, sus pensamientos e historias de vida.

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