TEATRO.
Con motivo de la próxima inauguración, en el auditorio “José Pablo Martín” del Campus universitario de Los Polvorines, de una pieza teatral producida e interpretada por los equipos del Centro Cultural de la UNGS en torno a la vida de Galileo Galilei, la historiadora Paola Miceli, secretaria de investigación de la Universidad, repasa en estas páginas las circunstancias en las que se desarrollaba la actividad científica y la vida política en la Europa de comienzos del siglo XVII.
En diciembre de 1632 Galileo Galilei es conminado a acudir a Roma para comparecer frente al tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. En abril del año siguiente se dará comienzo al juicio en la iglesia Santa María Sopra Minerva, donde el 21 de junio de 1633, se leerá la condena que nuestra tradición ilustrada y romántica habrá de considerar como la expresión más acabada de la lucha entre la ciencia y la religión, la razón y la fe.
A pesar de que el proceso tuvo muchas irregularidades, y “gracias” a que el propio Galileo se declaró culpable y abjuró afirmando que lo hacía por voluntad propia, el Santo Oficio logró condenarlo. El comisario declaró que por haber sostenido y confesado in situ varias proposiciones copernicanas, como ser que el sol era el centro del mundo y no se movía y que la tierra sí lo hacía a su alrededor –todas afirmaciones erróneas en la fe, filosóficamente falsas y formalmente heréticas– se lo declaraba a Galileo “vehementemente sospechoso de herejía”. La sentencia determinó: condenarlo “a la prisión formal de este Santo Oficio, durante el tiempo que nos parezca y, por vía de saludable penitencia, te mandamos que durante los tres años venideros repitas una vez a la semana los siete salmos de penitencia. Nos reservamos la libertad de moderar, conmutar o anular, en todo o en parte, los mencionados castigos y penas”.
El lector moderno podrá asociar, tal vez, en una lectura ligera, esta escena con el pasaje de 1984, novela de George Orwell, en el que Winston, el personaje principal, es obligado a declararse culpable –incluso de delitos que no ha cometido– frente a la potencia totalitaria del Gran Hermano. Referencias a la “Policía del Pensamiento” o al “Ministerio de la Verdad” le resonarían incluso, a este lector, como posibles sinónimos de Santo Oficio y de Ortodoxia, términos claves en la escena del siglo XVII que estamos narrando. Sin embargo, los historiadores debemos cuidarnos de reducciones tan poco sutiles. Si bien la sociedad del siglo XVII se ordenaba en torno de una verdad controlada por los aparatos ideológicos y represivos de la institución eclesiástica, su capacidad hegemónica ya se encontraba resquebrajada. Por otro lado, Galileo no era un pobre y aislado individuo como Winston, sino parte de un movimiento intelectual y político que sentaría las bases del pensamiento científico moderno, modelo también totalitario pero articulado en torno de la razón y no de la fe como verdad única. Ambas diferencias (el resquebrajamiento del orden eclesiástico y el peso ideológico político del movimiento de la ilustración) se advierten en la pena efectiva que recibe Galileo. Luego de haberse retractado y gracias a sus vínculos políticos, tejidos en sus años exitosos, Galileo consiguió, tal como lo preveía la sentencia, moderar la condena: no se hace efectiva su prisión, se le permite seguir trabajando en astronomía, continúa manteniendo vínculos con amigos y discípulos, e incluso logra publicar sus nuevos libros en importantes ciudades europeas.
Atendiendo a estas diferencias, entonces, sería un profundo error histórico pensar la escena galileana como un cuadrilátero que contiene, en una de sus esquinas, la del oscurantismo y la fe, a la Iglesia, y en la otra, la de la verdad y la ciencia, a Galileo. Hagamos un mínimo de historia para tratar de mostrar cómo ciencia y fe se articularon de forma dinámica en ese período, más de lo que el pensamiento iluminista y el sentido común nos han hecho creer.
Galileo y el Santo Oficio
Los problemas de Galileo comenzaron en 1616 debido a la denuncia realizada por el padre Lorini –aparentemente– por haber pretendido adaptar la biblia al heliocentrismo y renunciar a la teoría aristotélica de las esferas celestes. El cardenal Bellormino, comisario del Santo Oficio, el “martillo de los herejes”, que admiraba a los científicos, y muy especialmente a Galileo, convocó al florentino a Roma para escuchar sus explicaciones. El resultado de esa entrevista fue ambiguo. Por un lado, el Santo Oficio resolvió condenar el sistema copernicano como “falso y opuesto a las Sagradas Escrituras”, y enviar a Galileo una admonición prohibiéndole enseñar públicamente las teorías de Copérnico; por otro, en un gesto que da cuenta de la fascinación que a Bellormino le despertaba Galileo, el cardenal comisario logró detener el proceso judicial en contra del acusado.
En 1618 Galileo se vio envuelto en una nueva polémica, esta vez con un jesuita, Orazio Grassi, a propósito de la naturaleza de los cometas y la inalterabilidad del cielo. Grassi, maestro en astronomía, era un intelectual de la Compañía de Jesús que formaba parte del Colegio Romano, institución jesuítica enfrentada a la Academia Nacional de los Linces (de origen privado con mecenazgo aristocrático), a la que pertenecía Galileo. El Colegio Romano se había posicionado como referente en temas de ciencia, lugar cuestionado permanentemente por la Academia. Como resultado de ese debate, y como producto del trabajo colectivo de varios intelectuales de la Academia, Galileo publicó Il Saggiatore, manifiesto político que lanzaba una fuerte crítica a los intelectuales tradicionales y que ridiculizaba a los jesuitas. Lejos de nuestro prejuicio, el libro se imprimió con aval de los censores del Santo Oficio en un contexto muy favorable para Galileo y sus compañeros de la Academia: el nuevo Papa Urbano VIII era amigo muy cercano de Galileo y mecenas de la institución. Il Saggiatore, dedicado al Papa, sería un éxito absoluto. A partir de 1624, Galileo se transformaría en el científico oficial del nuevo régimen de Roma.
Los relatos expuestos muestran claramente que ciencia y fe no estaban de uno u otro lado del cuadrilátero. El comisario del Santo Oficio, debido a su predilección por la ciencia, protegió a Galileo en su primera condena; el Papa Urbano VIII acompañó los planteos de la Academia en contra de los “soberbios jesuitas”; Galileo nunca trató de discutir la biblia en lo que concierne a la fe, sino que intentó hacerla concordar con su teoría sobre la luz, los átomos y el heliocentrismo.
Ahora bien, ¿cómo explicar, a partir de estos relatos, la condena de 1633 si Urbano VIII seguía siendo Papa? ¿Qué fue lo que cambió? La modificación del entramado político relatado por Pietro Riondi en su libro Galileo herético pude ser de ayuda para entender el cambio. La guerra de los Treinta Años y las guerras de religión ubicaron al Papa en una situación incómoda respecto a Francia pero sobre todo a España, que le exigía un posicionamiento más claro. El embajador hispánico en Roma, Gaspar de Borja, reiteró en numerosas oportunidades la acusación al Papa de proteger herejes. Urbano VIII se veía cuestionado. Al mismo tiempo, el Colegio Romano y los jesuitas se reposicionaban. En este nuevo panorama político apareció un nuevo libro de Galileo, el Diálogo sobre los máximos sistemas del mundo, por el que será acusado nuevamente y condenado finalmente en 1633. Las malas lenguas le susurraban al oído al Papa que un ridículo personaje de ese libro era el propio Urbano VIII. Con estos rumores y la nueva coyuntura política, Galileo no contará con el total apoyo papal.
Ciencia vs. Fe
El proceso realizado por la Inquisición en 1633 fue irregular: el libro, el Diálogo, había pasado el filtro de los censores; por ende, si mantenía proposiciones heréticas, dejaba mal parados a los oficiales del Santo Oficio. Por esta razón, aparentemente, se lo acusó a Galileo de violar la prohibición de 1616. Con pruebas endebles era difícil realizar una condena; Galileo, entonces, fue conminado a declarar su error. Una vez obtenida la confesión, se produjo la condena el 21 de junio. El texto de la sentencia fue difundido por doquier: el Papa debía demostrar que era capaz de perseguir la herejía para volver a consolidar su posición política aun cuando el relapso fuera un amigo cercano.
La oposición ciencia/fe, como se advierte de lo expuesto, no se dirimía, pues, en el plano de discursos supuestamente opuestos (la Biblia o los textos científicos), ni tampoco en el de los lugares institucionales ocupados (Iglesia o academias científicas). La condena a Galileo por enunciar proposiciones heréticas terminaría resolviéndose en el plano de una voluntad de poder que instituiría a una verdad como válida en una coyuntura política determinada.
Paola Miceli
Galileo Galilei. Un viaje a las estrellas
Espectáculo teatral basado en la vida y obra de Galileo Galilei.
Texto: Claudia Carbonell.
Escenografía y títeres: Marina Devesa.
Actuación: Gastón Guerra y Fernando Armani.
Producción ejecutiva: Natalia Koheler.
Asistencia técnica: José Albornoz.
Producción: Centro Cultural y Secretaría General de la UNGS.
Sala: Auditorio “José Pablo Martín”, MultiEspacio Cultural de la UNGS.
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