HOMENAJE AL PROFESOR JOSÉ PABLO MARTÍN, POR DANIEL LVOVICH.

Se puede saber en qué aula es la clase de gnoseología?” Este era uno de los chistes que le gustaba contar a José Pablo, y la expresión de un estilo a través del cual lograba combinar los grandes problemas de la filosofía con un tono llano y divertido. Muchos recordaremos –y extrañaremos– las conversaciones con José Pablo, en las que podía pasar de Filón de Alejandría a Kant, y de allí a la receta de la paella o a un consejo sobre vinos sanjuaninos, pasando por sus comentarios siempre agudos sobre la vida política argentina. Nunca faltaba una anécdota que, contada morosamente, daba cuenta de historias extravagantes con las que nos contagiaba su buen humor.

Más parecido a su tiempo que a sus padres, como decía Bloch, la trayectoria de José Pablo se articula de una manera apretada con la trama de la historia del siglo XX. El Concilio Vaticano II y los debates que posibilitó, los movimientos sociales de la década de 1960, el diálogo entre cristianos y marxistas, marcaron a fuego su biografía, despertaron nuevos intereses y lo condujeron a lecturas inesperadas. Formado en el catolicismo pero incómodo en la Iglesia, filósofo de un cultura extensísima pero sabedor –como dijo en ocasión de recibir la designación de Profesor Consulto en 2006– del “desvalimiento del saber frente a complejas encrucijadas histórico-políticas”, hombre interesado en la intervención política aunque escéptico acerca de las posibilidades de fundar la acción política de modo racional, José Pablo no abandonó sin embargo nunca la esperanza en la posibilidad de resistir y combatir las injusticias.

 

Fue ante todo un maestro, fuertemente preocupado por el aprendizaje de sus estudiantes y por el desarrollo de lazos horizontales.

José Pabló publicó centenares de artículos académicos y veinte libros, de los que la UNGS editó, entre otros, El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo: un debate argentino y la Ruptura ideológica del catolicismo argentino, 36 entrevistas entre 1988 y 1992. Fue un investigador muy reconocido, que desde 2004 dirigió el proyecto internacional PhiloHispanicus para la traducción y edición en castellano de las Obras de Filón de Alejandría, y durante más de medio siglo se desempeñó como profesor, en una trayectoria que de Salta lo llevó a Roma y a Maguncia, y de regreso a Argentina a la Universidad del Salvador y a la UNGS.

Sin embargo, no exagero nada al decir que fue ante todo un maestro, fuertemente preocupado por el aprendizaje de sus estudiantes, por el desarrollo de lazos horizontales y por la construcción de una Universidad tan democrática como abierta a los problemas más complejos de la ciencia, el pensamiento y la política. Tampoco exagero un ápice al decir que muchas de las mejores cualidades de la UNGS son el resultado de su dedicación, como él dijera, ya no a transformar toda la historia humana, sino a “colaborar en la plantación, en una esquina del planeta, de algunos árboles frutales”. Esta voluntad de construcción fue la que lo orientó como secretario académico y como investigador docente de nuestra Universidad, que a su vez le reconoció su extraordinaria contribución otorgándole la condición de Profesor Emérito.

Adiós, maestro. Lo vamos a extrañar.

Daniel Lvovich (IDH)

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