HOMENAJE AL PROFESOR JOSÉ PABLO MARTÍN, POR HORACIO VERBITSKY.

La muerte de José Pablo Martín es una de las peores noticias de este año, que trae tantas. Fuimos amigos de la vejez, que es una de las categorías más bellas y extrañas de la amistad, porque se basa en la afinidad más profunda y en el respeto por la personalidad y la admiración por la obra del otro.

Su libro de 1992 El Movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo. Un debate argentino es apasionante, porque expone con una gran riqueza los debates fundamentales de las décadas de 1960 y 1970, que no eran tan distintos dentro que fuera de la Iglesia Católica. Pero, además, impresiona por el rigor del método de la investigación. Al leerlo me preguntaba si el autor sería un sociólogo o un historiador. De allí la sorpresa al conocerlo y saber que era filósofo y teólogo, además de ex sacerdote salesiano. Esto le confiere una multidimensionalidad poco frecuente, que explica el placer y el provecho con que se lee.

En mi caso se suma la gratitud, por haberme permitido acceder al protocolo de entrevistas a un centenar de eclesiásticos de distintas jerarquías que formó el andamiaje de su investigación y enriqueció la mía. Lo insté a publicarlo y me alegró que me pidiera el Prólogo para ese libro, Ruptura ideológica del catolicismo argentino. Junto con su breve balance La iglesia católica argentina. En democracia después de la dictadura forman un corpus extraordinario, del que nadie podrá prescindir para comprender una problemática central de la política, la historia y la cultura argentinas del siglo pasado. A eso debe sumarse su obra monumental de traducción del griego de la obra de Filón de Alejandría.

La dictadura extiende a las filas eclesiásticas la política de la sospecha, el recelo y el exclusivismo que la jerarquía había inculcado a las Fuerzas Armadas. Esto provoca una enorme sorpresa dentro de la Iglesia.

Orientado por las conclusiones de José Pablo, descubrí el corpus doctrinario compartido por el MSTM y la Juventud Peronista y el paralelismo entre el mensaje que Perón les dirige a los sacerdotes del tercer mundo y los conceptos con los que él enfrenta a la JP y Montoneros. Son discursos gemelos, porque Perón veía a ambos como parte de las fuerzas que él había impulsado en la resistencia a la dictadura y a las que de vuelta al país se propuso someter a su disciplina.

A partir del golpe del 76, la dictadura extiende a las filas eclesiásticas la política de la sospecha, el recelo y el exclusivismo que la jerarquía había inculcado a las Fuerzas Armadas. Esto provoca una enorme sorpresa dentro de la Iglesia, cuyos jerarcas estaban acostumbrados a ser los acusadores, los que definían la verdad, nunca los acusados. Pero sus discípulos militares se arrogaron el derecho de discernir lo que está bien de lo que está mal dentro de la propia Iglesia, que no fue capaz de hacerlo en sus propias filas, porque este grupo de jóvenes revoltosos había puesto en crisis su estilo vertical de conducción y provocado un enorme resentimiento en la conducción episcopal. Esto hizo posible que al producirse el golpe un sector significativo de la conducción eclesial sintiera que la espada era vindicatoria de sus prerrogativas, desafiadas por este grupo de sacerdotes y, lejos de protegerlos, convalidara su represión. Así puede entenderse la contradicción entre un Episcopado que es el que más bajas tuvo por la represión dictatorial de toda América Latina (dos obispos asesinados con el método del autazo, que también se aplicó contra un obispo de Chile y otro de Bolivia) y al mismo tiempo el de mayor compromiso con esa misma represión.

El epígrafe de uno de mis libros es una frase de Quarracino, tomada de la entrevista que le hizo José Pablo Martín. Cuenta una visita al penal de Magdalena, donde estaban presos los ex comandantes luego del juicio de 1985.

Videla, sonriendo, le dijo:
–Aquí estamos, monseñor, por hacer lo que ustedes nos enseñaron.
José Pablo le pregunta:
–Y usted ¿qué le respondió?
–Yo también sonreí, y no dije nada, cuenta Quarracino.
No hacía falta decir más.

Horacio Verbitsky

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