ROBERTO NOËL DOMECQ (1930 – 2017).

 

 

En la primera semana de marzo de 1994 fui invitado a almorzar en el club San Miguel por el Dr. Roberto Domecq. No nos habíamos conocido antes… Durante ese almuerzo me propone ser el secretario académico de la nueva universidad, a crearse en el entonces partido de General Sarmiento. El domingo siguiente continuamos esta conversación durante un asado en la sede de la universidad (la quinta de Vogelius). Allí Domecq expuso, a mi juicio brillantemente, y subrayando en el aire los conceptos con su tridente parrillero, las líneas matrices que proponía para la nueva institución. Esas líneas eran, una, la universidad será de la comunidad y existirá para la comunidad; otra, será una universidad de investigación, con los mejores investigadores a su alcance, concursados, y sin olvidar el criterio anterior, es decir, la investigación se abocará a los problemas de la comunidad; otra, se hará cargo del progreso de sus estudiantes, que trataría por todos los medios fueran estudiantes de tiempo completo; otra, no creará facultades –que robustecen aisladamente a las disciplinas científicas– sino institutos –donde se plantean problemas complejos–; otra, cuidará la propedéutica (hoy CAU) de la enseñanza universitaria; otra, la universidad tendrá dos ciclos y se concentrará en la enseñanza de grado; inicialmente la universidad tendrá dos institutos responsables del segundo ciclo, para enfrentar los problemas de la comunidad, es decir, la ciudad y la industria, y otro instituto para tomar la responsabilidad del primer ciclo; otra, pagará bien a sus trabajadores y no existirá el concepto de ad honorem; otra, no se alineará con partidos políticos, pero admitirá que en su seno se expresen las diversas formas culturales.
Yasí adelante, gozamos la comida proyectando utopías que eran cada vez más gratas a mi alma. En la semana, una sombra de duda se extendió sobre el entendimiento: me parecía que Domecq y yo teníamos ideas contrapuestas de universidad. Para mí la universidad debía ser de los profesores, para el modelo de Domecq la universidad debía pertenecer a los estudiantes y a la comunidad, que eran los destinatarios. Mi experiencia europea valoraba la tradición alemana de universidades, que había sostenido su vigor y prestigio por más de seis siglos, aunque –yo entonces no lo veía con claridad– el modelo comenzaba a dar signos de resquebrajamientos. Domecq, en cambio, además de una trayectoria diferente de vida, había hecho un doctorado en Grenoble, gozando de una experiencia francesa de universidad, donde se estudian fuertemente los aspectos político-administrativos, que incluyen la programación desde el Estado de los procesos económico-sociales. Y además, en su larga experiencia en organismos de desarrollo de las Naciones Unidas, había descubierto que las universidades de los diversos países no eran tenidas en cuenta para la confección de planes o para la invención de políticas porque las universidades no se ocupaban de tales temas.
Esta contraposición de modelos de universidades ocupó durante algunos días mi pensamiento, pero nunca sentí la necesidad de discutir sobre ellos con Domecq: el rector organizador no me había parecido una persona cerrada e intransigente sino muy abierta, inteligente, y conciliadora, aunque siempre defendía vehementemente la conveniencia y la coherencia de su propuesta.
Un criterio, por otra parte, nos unía. Ninguno de los dos queríamos un modelo de universidad que era frecuente en las universidades nacionales argentinas y dominante en las privadas: el de una universidad gobernada por administradores, que, por ejemplo, una vez terminado un período (si tuvieran períodos) de secretario, decano, rector, no soportarían el trabajo de una asignatura de grado o de un programa de investigación, es decir, el de pertenecer realmente al claustro docente.
Estas y otras cavilaciones fueron inclinando mi entendimiento hacia una respuesta positiva. Me propuse trabajar no discutiendo modelos abstractos de universidades sino ayudando, como en un juego de mecano, a consolidar lo que hasta el momento era un relato verbal de Domecq, hacia una realidad de partes que progresivamente adquirirían sustento propio, con independencia de los fundadores. Para alcanzar la respuesta positiva, me dio un envión mi hija –que después sería egresada de la Universidad– cuando me dijo: “Papi, te has pasado tantos años despotricando contra la gestión de las universidades, y ahora que te convocan a hacer algo, ¿te vas a borrar?”. Y así fue que un día entré en la aventura de colaborar con la fundación de una universidad… trabajando siempre en grupo, en el grupo de Roberto Domecq.

 

José Pablo Martín

 

*Fragmento del discurso de José Pablo Martín en ocasión de su nombramiento como Profesor Emérito de la UNGS, el 21 de mayo de 2015.

 

 

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